Billie Holiday ha sido uno de mis grandes amores. Como se puede amar a alguien que jamás se ha conocido, pero que aún así te marca de por vida, y no podría encontrar una mejor definición para expresar lo que siento por ella que un noble y ciego amor. Ya hace más de veinte años que la descubrí. Algunos dirán que veinte años no es nada, pero para mí es más de la mitad de mi vida, y sí, su música ha hecho la travesía conmigo durante un largo camino de buenas y malas épocas, pero de dichosa compañía musical.
Hace ya casi diez años, durante la semana de mi cumpleaños, recibí un regalo anónimo por correo. Sabía por la envoltura que se trataba de una pieza de arte o fotográfica. Cuando abrí la caja encontré una litografía de serie de un retrato de mujer, una mujer que enseguida la identifiqué como a mí misma. Siempre he sido así de tonta, sin motivo ni justificación más que un mínimo detalle o un impulso emocional, me creo algo que de pronto se fija en mi mente y a mover todas las vacas en esa dirección. Me pasé el día atareada, tratando de desenmascarar el misterio del cuadro. No comprendía la broma de mal gusto, no recordaba haber posado para esa pintura, pero cada vez me parecía más a la mujer del retrato. El misterio continuó hasta que mi esposo llegó a casa, ansioso por ver el cuadro para apreciar el increíble parecido. Sin embargo en cuanto le echó un vistazo inmediatamente sentenció que en nada nos parecíamos esa mujer y yo. Para empezar la del cuadro casi me doblaba en edad, además era negra, y fíjate en los labios, me dijo, “son mucho más carnosos que los tuyos”. Era cierto todo lo que me decía, pero yo aún le encontraba el parecido conmigo misma, aunque su hallazgo hizo inevitable que tomara en cuenta lo torpe que estaba actuando, y claro de que esa mujer no era yo sino Billie Holiday. Después me enteré que había sido mi suegro el que me lo enviara, un hombre reservado que normalmente no creía en los regalos, a no ser cuando era el regalo quien escogía al regalador. Un misterio indefinido nos unía a esta mujer, a la pasión que sentimos por su música. Además, él consideraba que sí nos parecíamos, por eso cuando vio el cuadro no dudó en enviármelo por mi cumpleaños. Presente que por el resto de mi vida guardaré en mi memoria y en alguna pared de mi casa con vasto y entrañable cariño.
¿Cómo podría explicar la música de Billie? Es una experiencia, un extracto de vida, un indestructible pilar de la más exigente sonoridad y armonía. Se destacó como una de las jazzistas de más influencia con un estilo vocal realmente único y definido con el cual tantos hemos caído en profundos embelesos. Su voz es, cómo decirlo, la voz más conmovedora de todos los tiempos, la más hermosa que he escuchado en mi vida, simplemente inconfundible, refrescante, intoxicante, melancólica, expresiva, profunda, bondadosa, de una rara y exquisita belleza. Escucharla es caer en un estado glorioso y delirante a la vez, es saltar de nube en nube, y también arrojarse al precipicio.
Su dificultosa vida había comenzado desde pequeña. Hija de madre soltera, a los nueve años había ido a parar a un orfanato de afroamericanas, donde había sido sexualmente abusada en más de una ocasión. A los quince se mudó a Harlem, Nueva York, en búsqueda de su madre a quien encontró trabajando en un prostíbulo. Su vida cambió en pocos años, y esa hada musical por fin fue descubierta en un club de jazz a los dieciocho años para deleitar al mundo, para dosificar un poco el trabajo arduo que puede resultar la cotidianidad de toda existencia humana.
Sus relaciones amorosas fueron mayormente destructivas y abusivas, y la transparencia con la que cantaba sus canciones lo reflejaban. Sus casamientos terminaban en divorcios. Billie Holiday además de abusar del alcohol, comenzó a fumar opio, y luego a darle diversos usos desmedidos a la heroína. Cuando su madre falleció, Billie apenas tenía treinta años, pero fue entonces cuando escaló en el abuso de drogas y alcohol para adormecer el dolor y la congoja que le había dejado la muerte de su madre.
Más adelante Billie fue detenida y encarcelada un año por posesión de narcóticos. Su abuso con las drogas y el alcohol no tuvo límite hasta que desgraciadamente en 1959, cuando aún yo no nacía, perdimos a una de las voces más magistrales, adorable, conmovedora y capaz de trasportar a una intensidad emocional de la más elevada, mediante la más sublime entonación.
Nada podía detenerla, sin embargo nadie dejaba de adorarla aún cuando su imagen se volvía tan turbia y su voz se perjudicaba, o a mi entender se transformaba, porque continúo apreciando todas sus facetas vocales. Pero ella no estaba bien, no encontraba la paz para sobrevivir decentemente en este desafío que es la vida.
Sería imposible recomendar algún disco en particular, pues toda su obra musical, todas sus grabaciones, todo lo que su distinguida voz tocó se convirtió en magia y dulce armonía, especialmente durante los primeros años de su carrera. Con el pasar del tiempo, sus cuerdas se fueron añejando, como un gran brandy, con las desdichas, las tristezas y las miserias de la vida, pero manteniendo siempre un espíritu desenfadado, un carácter alado, tierno, reconfortante. Su atolondrado existir se reflejaba en esa voz sagrada, dispuesta a siempre traducir el sentimiento con exactitud, con la calidad más nítida que una voz pueda expresarse. Desde la inocencia de sus comienzos hasta su agonizante final, su voz era la voz de todos los tiempos.
Cada vez que dejo de creer en la pureza, en la inocencia, nada más regreso a sus primeras grabaciones e inmediatamente me dejo abrazar por la colcha tibia que se vuelve mi entorno, y soy sólo oídos para el hechizo enigmático que me agasaja íntima y sutilmente.
Esta semana es el cumpleaños de Billie Holiday. Quisiera que el mundo entero la recordara como la diosa que era. Aquí dejo dos minutos y cuarenta y tres segundos de la más grata y pura expresión musical. La canción que me atrapó para siempre. «The Very Thought Of You».