Reflexiones cotidianas I

abril 24th, 2012 § 7 comments § permalink

Día de Jury Duty. En otras ocasiones me he encontrado embarazada o de viaje, pero esta vez no me quedó más remedio que presentarme para cumplir con las obligaciones que se me exigen como ciudadana de este país que me ha acogido con cariño, como dicen por ahí. El sistema está diseñado con un orden impecable, y cientos de personas se amontonan a esperar a que les toque su turno sin saber cuándo los llamarán o si los llamarán siquiera. Es nuestro deber, ya lo sé, pero estando ahí uno percibe muchas ironías de esta vida, y de lo intangible que suele ser la libertad absoluta, puro alarde. Presumo que algunos en el salón, como yo, han ido con intenciones de fallar, de desacreditar ante un juez su propia inteligencia y coherencia, y en cambio hemos ensayando en casa opiniones tontas y personales que colocarán el caso en una situación comprometida. Como resultado, es probable que nos manden a casa lo antes posible y tal vez hasta nos tachen de esa la lista para siempre.

Entro a una habitación que está acomodada para la gente que desea trabajar o conectarse a la internet, aunque la señal es bastante lenta y desaparece de manera súbita e intempestiva. Cada cual está en lo suyo y hay un silencio que me reconforta, en medio de esa sala helada y rodeada de concreto tan indeseable cuando el día está tan hermoso allá afuera. Me pongo a corregir el manuscrito por la milésima vez, aunque con frecuencia miro en derredor y suelo distraerme confabulando a través de observaciones nimias. De hecho, son pocas las distracciones y ése parece un sitio ideal para reparar mis erratas, o errores, porque en realidad son grandes y algunos llegan a ser irreparables. Un hombre ya mayor entra y se sienta en mi mesa y comienza a conversar por teléfono con una amiga, al parecer. Se concretan varios asuntos, en su mayoría personales. Me irrito ya que he perdido toda concentración y ahora me interesa más la vida del extraño y su interlocutora que el trabajo retrasado que me dispongo a terminar antes de que acabe la semana, o el mes, o el año, quién sabe a estas alturas. Un sonido aislado es casi peor que el vocerío unánime de un grupo de personas, como he podido comprobar una y mil veces.

El señor cuelga e inmediatamente comienza a marcar otro número. Una muchacha sentada en otra mesa lo interrumpe y le pide que salga al otro salón más amplio donde aguarda el resto de las personas que no necesitan conectarse o trabajar en silencio y disfrutan de la película que pasan en los televisores, y desde donde se puede hablar por teléfono todo lo que se desee. Otros apoyan a la muchacha que exige discreción. El señor sale indignado con su teléfono en mano y busca por todas partes el cartel que supuestamente indica que en ése cuarto no está permitido hacer llamadas. Minutos más tarde vuelve a entrar con cara de ingenuo y nos aclara que no sólo el cartel no existe, sino que afuera no se puede hablar porque es imposible escuchar por encima del cotilleo espantoso de la gente y la risotada impredecible de Sandra Bullock en The Proposal. Alguien le explica que para nosotros es imposible trabajar por esos mismos motivos que él acaba de exponer. Éste, más indignado aún, se da la vuelta y tira la puerta resuelto a no volver, y no vuelve. La mayoría de la gente es así, indiferente al mundo y sus regulaciones cuando de su comodidad se trata.

Me levanto y abandono mis cosas personales brevemente confiándoselas al señor sentado en la mesa de al lado y con quien he tenido un fugaz intercambio de palabras acerca del maleducado e imprudente que nos concierne a todos aquellos que presenciamos su malcriadez, que si no fuera por los demás, a mí hasta me habría resultado graciosa.

Me dirijo a la pequeña cafetería y pido un cortadito. Tenía ganas de beber un café americano, bien aguadito, pero teniendo en cuenta lo oscuro que se ve y cuán obvio es que lleva un buen rato requemándose, decido aventurarme. La dependiente que se encuentra entretenida mirando algún programa matutino en el televisor pequeñísimo que está en la esquina izquierda del mostrador, me pide que espere a que salga la otra señora del baño, la que sabe hacer el cortadito. Debo estar equivocada pero hasta yo que nunca antes había visto la máquina podría preparar un cortadito sin lugar a dudas. Cuando por fin la señora sale del baño, al cabo de un rato considerable, me distrae una sospecha inmediata porque no todo el mundo se lava las manos antes de abandonar el cuarto de aseo, pero me parece que la mujer es haitiana, y siempre he pensado que los haitianos son gente limpia y de fiar en la cocina. Apenas su compañera le informa sobre mi pedido, se las lava, eso sí, en muy pocos segundos, ni siquiera ha hecho espuma el jabón. Enseguida agarra un jarrito lleno de café y comienza a prepararme el cortadito. Le pido con un tono amable aunque impaciente que vuelva a colar otro jarrito, sin embargo insiste y me confirma algo enardecida que ese que tiene es fresco, acabadito de colar, como si le acabara de pedir que obrara un milagro sobre la cafetera. Insisto, y con mala cara la haitiana cuela de nuevo. Pienso en aclararle que el café hecho luego de veinte minutos se oxida, y además, no sabe igual, pero no se lo digo, con pensarlo basta. Sirve el cortadito de mala gana en una taza frágil, casi de papel, al parecer. Aun así tiene mala pinta porque sé que la leche que usó no es la primera vez que la calienta, ni es la mejor leche. Cuando lo pruebo, sabe raro, a detergente o algún producto parecido; $1.35 en la basura.

Regreso al mismo salón muerta de frío. ¿Por qué siento tanto frío? Llevo puesto mi abrigo de lana que compré en Umbría hace unos años. Es un abrigo que abriga, pero en estas oficinas pareciera estar desnuda, mientras que hay mujeres desabrigadas, y hasta con sandalias, y el termostato indicando 60 grados no parece molestarles en lo más mínimo. Detesto el frío interior al cual uno está normalmente sometido en esta ciudad el año entero.

Me puse a conversar bajito con otro hombre que se sentó en mi mesa reemplazando al del teléfono. Poco a poco fueron llamando a todos y a media mañana ya apenas quedábamos él y yo. Un ingeniero colombiano que vive de sus ideas. Soy un inventor, me asegura con dotes de excelencia. ¿Qué es un inventor?, pregunto intrigada, con la imagen de Robert Fulton o Graham Bell divagada en mi cabeza. Alguien que ejecuta sus ideas, que las realiza, las materializa. Claro, eso lo sabía, pero por alguna razón escucharlo es refrescante, especialmente si en efecto, tengo frente a mí a un inventor. Me cuenta sobre algunas de sus creaciones, realmente es ingenioso el hombre. Ha creado un calzado femenino que se dobla por la mitad para ahorrar espacio y además el talón adquiere altura según los gustos. La parte de la suela es flexible y el tacón se puede colocar en tres posiciones diferentes, desde lo plano hasta unas cinco pulgadas. Me parece innecesario, la verdad, y sospecho que la mayoría de las mujeres preferimos tener tres tipos de zapatos con tres tipos de tacones, en vez de invertir tanto dinero en un solo par, porque además, la gracia vale por tres pares de zapatos, como mínimo. Sin embargo, no revelo mi opinión y por el contrario, estimo su voluntad.

Como buen inventor, de mujeres sabe poco. En cambio, le comento mis ideas, los inventos que yo he soñado efectuar antes de morir. Por ejemplo, una máquina de hacer cosquillas que reemplace la mano humana, y que se le pueda cambiar las herramientas a diferentes velocidades, tactos y temperaturas. El diseño sería parecido a los equipos que utilizan en el dentista, con silla incluida. También le hablo de la máquina del tiempo que tengo pensada, para movernos de un lado a otro con más rapidez y menos costo desde nuestra propia casa. Ahí no he sido nada creativa y la cabina que he imaginado sería muy parecida a la de un ascensor, pero es cierto que la fabricación de dicho aparato presenta problemas más que grandes, digamos, en el contexto de nuestra realidad, y se nota en la cara del inventor. Hablo, además, de un lugar idílico para tomar siestas a cualquier hora del día, lleno de literas y sonidos de delfines, situado en Lincoln Road, en el que uno pueda pagar por descansar unos minutos o un par de horas a lo máximo. También le comento sobre una píldora especial que todavía no existe, la del mal de amores, como una especie de Xanax para apasionados en recuperación. Ah, eso sí sería un invento, nos haríamos millonarios, exclama el inventor siguiéndome la corriente. ¿Por qué ha de existir una pastilla para absolutamente todo en esta vida y cuando de desdichas amorosas se trata persiste el mismo modo a la antigua? Tiempo es lo único que nos cura, es cierto, y no la duración normal, no, es un tiempo especial, más duradero que cualquier otro tiempo. Porque en efecto, las horas son larguísimas en esos estados emocionales. ¿Por qué ya no se ha inventado un químico que apacigüe esas calamidades, que borre las referencias y los olores de nuestro disco duro? Porque el amor es como la muerte, un misterio, concluye el inventor, sin mucho ánimo para respaldar mi proyecto emocional ante lo irremediable y descorazonado que resulta ese asunto.

A ninguno de los dos nos llaman, ni antes ni después del almuerzo, que no ha sido corto y no sólo hemos bebido más de la cuenta, sino que hemos llegado con retraso a la corte para el turno de la tarde. Nos despedimos como dos grandes amigos y no nos volvemos a ver, luego de habernos pasado lucubrando casi ocho horas, y de intercambiar señas personales e ideas maravillosas.

Recuerdos de Lincoln Road

junio 16th, 2011 § 1 comment § permalink

…en penúltimos días

Belle époque, porteña…

febrero 21st, 2011 § 3 comments § permalink

…en Penúltimos Días

Desde el Nido del Águila… en Penúltimos Días

diciembre 18th, 2010 § 2 comments § permalink

Desde el Nido del Águila… en Penúltimos Días

Me estaba muriendo

diciembre 22nd, 2009 § 5 comments § permalink

Apenas despertaba del sueño más cercano a la Gloria que he tenido, y eso fue lo que, algo acongojado, me anunció el gastroenterólogo. Todavía embobada por los deliciosos efectos de la anestesia que me inyectaron antes de realizarme la endoscopia, me eché a reír. Él, muy serio y muy madrileño con su nariz respingadita me dijo a regañadientes que no se trataba de una broma, que en serio el problema era para preocuparse. Le creí, claro que le creí; él es el doctor y yo la moribunda, pero no hay que sacar un postgrado para saber que en efecto, todos nos estamos muriendo.

Me sugirió que comenzara parte del tratamiento esa misma tarde, y cuando le entregaran los resultados del laboratorio me llamaría para discutir los próximos pasos a tomar. Enseguida se dispuso, con la agilidad de un arepero de feria, a abandonarme y seguir con el próximo paciente que se encontraba en otra cama cerca de la mía, cuando le pedí, no recuerdo si alegre o desesperadamente, si era posible conseguir la anestesia en píldoras o en ampollas para usar como inyecciones caseras. La enfermera me miró con cara de “mija, no le agotes más la paciencia al hombre”. Pero él, que sabía de sobra de lo que yo estaba hablando, se dejó abrumar por el estruendo de una carcajada y aquellos dientes blancos y perfectamente cuidados me recordaron lo tonta que debí haberme visto dormida y con la boca abierta luego del procedimiento. Me puso la mano en el hombro y con una complicidad casi incómoda me confesó en voz baja que si algún día la llegaran a inventar él sería el primero en consumirla. Ah, y me dijo también: no más ron. ¿Para siempre?, pregunté con los dedos cruzados y la orejas tapiadas. Sólo durante el tratamiento. ¿Y cuánto tiempo dura el tratamiento? No lo sé, ya veremos. Depende del resultado del ecograma que te hicieron en el estómago hace un rato y el de la biopsia que te acabo de hacer, pero por lo que ya he visto tienes una úlcera.

A la semana siguiente me llamó para comunicarme los resultados. Una úlcera, una hernia, gastritis y la bateria del H. Pylori. Ni idea de cuán grave es lo que tengo, pero él se muestra preocupado por el diagnóstico, especialmente el de la bacteria. Luego, cuando me informo por internet, me quedo espantada. En conclusión, veo que es una bacteria hermosa que parece un edamame verde con pelos en uno de los extremos, pero leo que es sumamente peligrosa y contagiosa y que es posible que se haya refugiado en mi barriga desde hace años. Una femme fatale, vaya. Me pregunto a cuánta gente he enfermado, y decido que mejor no voy a llamar a nadie para dar aviso pues con un simple beso de piquito es suficiente para que se pegue el mal del H. Pylori, y esa lista sí que es interminable.

Comienzo el riguroso tratamiento de pastillas y más pastillas. Un regusto metálico se convierte en el nuevo sabor de cualquier bocado que pruebo. Por fin comienza a bajar el pomo de las píldoras cuando me doy cuenta que al frasco de los antibióticos le quedan más pastillas que al otro. Llamo al farmacéutico y le digo hasta del mal que va a morir. Él, calmada y educadamente, me pregunta si he ingerido la cantidad que sugiere el médico. No, claro que no. ¿De cuando acá mi despiste se distrae en asuntos de suma importancia? El doctor no me entró a golpes porque no me tenía delante. Me dio un par de gritos por teléfono (bien a lo madrileño) y me dijo que tenía que esperar un mes y luego regresar a su consultorio para que me realizaran una prueba de aliento para ver si con suerte me había funcionado el tratamiento que hice a medias.

En estos días recibí un correo electrónico de mi tía que vive en La Habana, dictado por mi abuela. Y ahora sé que si mis hadas me abandonan por lo menos me quedan los rezos de mi viejita y la promesa que le ha hecho a la virgen de la Ermita. Promesa que tendré que cumplir yo, con varios ramos de flores blancas agradeciendo este y otros favores que por lo visto ya se vienen atrasando.

Dos chicas

octubre 26th, 2009 § 0 comments § permalink

No quería casarme.

Entre varios motivos, dos eran los más importantes. En principio porque las bodas me aburren tremendamente y no deseaba pagarle con esa moneda a la gente que quiero. Además, no concibo ese despilfarro de dinero en vestidos que no se volverán a usar, zapatos incómodos y hectáreas de flores desperdiciadas. El otro motivo, más importante aún, es que mi boda se llenaría de amigos y familiares que no disfrutaban de los mismos derechos que mi pareja y yo. Eso no me cuadraba en lo absoluto. Y ahora, diez años más tarde todavía siento un gran sentimiento de culpabilidad cuando veo las dificultades que han pasado y siguen pasando las parejas gays que estaban ya unidas en aquel momento y que pacientemente contemplaron a la “gente normal” unirse legalmente.

Discutir estos temas con las personas que se oponen a los derechos nupciales de los gays es una completa inutilidad. De hecho, lo acabo de comprobar nuevamente no hace mucho. Bebiendo el té con un amigo y hablando sobre la belleza y otros temas más o menos superfluos, surgió aquello de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Él me aseguró que todos los activistas eran unos sinvergüenzas y que los sucesos posteriores a esa legalización serían devastadores: el matrimonio entre hombres y caballos, y más adelante entre hombres y ballenas también. No puede menos que reírme, pero en realidad detrás de esa burla había escondido un rencor y un desprecio digno de lástima. Claro que con la lástima la gente siempre termina pasándose de rosca, así que terminamos como perro y gato.

Semanas después en la playa, mientras intentaba solearme pero en realidad construía castillos de arena con mis hijas, observaba a dos chicas muy cerca de donde estábamos. Eran hermosísimas y de verdad que daba gusto verlas en pleno romance. Me gusta ver lo que hace y poner atención a lo que dice la gente cuando no se percata de que está siendo espiada. La playa es un excelente lugar para hacer vida de escritora, se ven tantas cosas que luego terminan en el ordenador. Es inevitable, nos comportamos diferente cuando estamos bajo los hechizos del sol y rodeado de mar y arena. Todo el mundo prácticamente se desnuda y hasta los más conservadores enseñan yardas y más yardas de piel, y ésta no tiene ni que estar en buen estado. Los hilos dentales se cuelan en cualquier nalga así sea la cosa más desagradable al ojo humano. Nada que no me voy a poner a criticar pero en la playa la gente hace lo que le viene en gana porque es así, el mar es peligroso y descaradamente liberador. Las parejas se aprietan más, se aplican y se frotan las pomadas bloqueadoras y se rozan los filitos de las zonas eróticas, se tumban unos sobre los otros como si se encontraran en una cama gigante, y cuando dos chicas se besan entonces se arma un escándalo en nada más y nada menos que Miami Beach. ¡Por favor!

Yo llevaba rato contemplándolas, poniendo atención al cuchicheo tierno entre dos personas abandonadas al misterio de ese magnetismo irremediable que embobece cuando nos enamoramos. Eran guapas y jóvenes, de cuerpos firmes y tal vez demasiado deseables. Estaban enajenadas y hablaban de cosas lindas, hacían planes para el futuro inmediato, como donde iban a cenar esa noche y a cual tienda irían de compras al día siguiente y cuantas calorías era posible perder montando bicicleta desde South Beach a Biscayne Boulevard. Cosa que quise responderles inmediatamente porque tengo un amigo que hace ese trayecto en su bici a diario y me ha dado la cifra una y mil veces. Entonces me puse a conversar con ellas un rato y terminaron contándome una historia horrible de lo que habían pasado ambas para estar juntas. Y ahora que por fin habían logrado rebasar los obstáculos era imposible casarse o legalizar su relación.

Me quedé triste con esa historia de amor imposible y me lancé al mar con mis niñas. Desde el agua las observaba con pena, pues debe ser horroroso tener tantas ilusiones y que sean otros los que decidan. Fue en ese momento cuando las chicas lindas se dieron un beso. Nada obsceno ni mucho menos, tan sólo un besito de piquito. De pronto una pareja de americanos de algún estado muy lejano se levantaron incómodos y se fueron a quejar con el salvavidas. Éste por supuesto les explicó que ese no era un asunto de vida o muerte y ni siquiera relacionado con el mar y por lo tanto poco o nada podía hacer por ellos. Desde el celular marcaron a la policía. Eso tampoco funcionó. Es que por suerte en Miami vivimos en una burbuja, especialmente en la zona playera, y el policía también siendo gay casi se los lleva presos por levantar calumnias y arrojar cabos se cigarro en la arena.

Nada que ya se va haciendo urgente un cambio de algo. Hace falta que se apliquen leyes de igualdad y de que los homofóbicos que creen que el amor entre dos personas del mismo sexo es una unión relacionada a la zoofilia o algún otro concepto de igual improbabilidad, que descarten esa bobería insólita de una vez por todas que es muy injusto y riesgoso que personas tan retrógradas sean las que tengan el mando con este asunto. Pero principalmente ya es el momento, desde hace tiempo, de legalizar el matrimonio gay en los Estados Unidos que en esas cosas de papeleo nupcial es tan igual como cualquier otro derecho entre parejas, y que además nos las damos de avanzados pero qué va nos han tomado la delantera desde hace rato.

Sorpresusto

octubre 12th, 2009 § 0 comments § permalink

Hace un par de mañanas se me hizo casi imposible salir de casa. De esos días que a uno todo se le desliza de las manos, los problemas se potencian entre sí, se extravía la llave del carro y se derrama el café recién colado en un vestido blanco de hilo que me priva y sobre los huevos que acababa de freír, mientras el inodoro está tupido y las frazadas para limpiar el agua desaparecieron. Llovía a cántaros, me tropecé con una mesa que me tronchó las pistolas, y eran apenas las 7:30am y ya llevaba horas despierta. ¡Maldición!

Eso me pasa por no irme a la cama más temprano la noche anterior.

Cada vez que me levanto con el moño virado y el mundo conspira desde tan temprano, temo a la condición maléfica que el resto del día me pueda deparar. Y siempre me urge comprender cómo esa cadena de sucesos insólitos e inexplicables se trenzará con las horas de mi larga jornada que con certeza estará abastecida de infortunio tras infortunio.

Decidí salir a trotar. Hacía días que no ejercitaba los músculos y sin dudas me hacía mucha falta. Ya había despachado a mis hijas en sus respectivos colegios y había cesado la lluvia. Así que con Ipod en mano y media dormida aún, abrí la puerta de la casa cuando para mi sorpresa y gran susto tenía delante un suntuoso dragón negro que me miraba seria y profundamente, con hambre tal vez. Quedé muy impactada por esa visita inesperada, realmente inesperada.

Un dragón negro, inmenso, con la panza violeta, las orejas y los ojos azul tornasolado, los faroles de la nariz dilatados, y hasta pueda que haya reconocido humo y alas moverse en mi dirección. La boca amarilla abierta a todo dar, la lengua larga y abultada y los dientes negros y afiladitos. A pesar de la escena tétrica no quedaba claro si sus intenciones eran bondadosas o malvadas. Era uno de esos dragones que su presencia te confunden y lo mismo pueden comerte de un bocado como convertirse en la mascota que te mima con privilegios y te pasea sobre su lomo de ciudad en ciudad, te rescata de las torres embrujadas y quema por ti a cualquiera que te eche una miradita un pelo menos que circunspecta.

Por su puesto, era un dragón buenazo y relleno de algodón. Pero por momentos lo dudé y hasta pensé que me iba a desayunar. Como que olvidé que los dragones no existían, al menos en este mundillo mío. Así era de grandote y severo, y prepotente también. Además, no sería la primera vez que veo una cosa que en realidad es otra. Total, a veces me pregunto si lo que entra en escena es realmente lo que hay, ¿pero para qué ponerse a metafisiquear a estas altura?…

Ya por la tarde, con peluche en mano y todas las otras bolsas que yacían cerca del umbral de la puerta de mi casa desde la noche anterior, decidí acercarme a la tienda del refugio a ayudar a reorganizar el desmadre que no hemos logrado superar gracias a las generosas donaciones recibidas durante estas semanas. Sí, el portal de mi casa es como un altar público que recauda y agradece las sobras de los demás. Porque en realidad nada es exactamente lo que es, y lo que para una persona se ha convertido en basura, se vuelve útil y necesario para otra. Es que eso del reciclaje es genial.

Sacar al dragón de casa no fue empresa fácil. En cuanto mis hijas lo vieron propusieron adoptarlo, pero una debe seguir los buenos caminos de la ética y la moral, y el dragón estaba destinado a encontrar el futuro que alguien planificó para él. Fue una pena porque realmente le habíamos tomado cariño.

La cuestión es la siguiente. Me llevé el dragón para la tienda y como había anticipado se vendió inmediatamente. Lo otro que pasó inmediatamente fue que mi suerte cambió, ni para bien ni para mal, sólo que a veces me parece que hay días que a uno no le queda de otra que estar atento en todo momento observando el entrono y aprendiendo a aceptarlo. Nada, de esas cosas incrédulas que suceden en fila y por orden y uno como testigo no se puede escapar.

El dragón se fue contento, con una chica que lo estaba buscando. Así, tal cual, entró a la tienda y cuando lo vio nos dijo que llevaba meses buscando a ese mismo dragón. Luego una señora entró a comprar algo que se encontraba entre las cosas que su hija había donado semanas atrás, pero que no debió donarlo porque se trataba de una reliquia que había pertenecido a sus antepasados. Reliquia que yo sostenía en mis manos en ese preciso instante pensando algo parecido y tratando de adivinar el precio correcto para ponerla a la venta.

Varios otros sucesos más o menos anormales acontecieron durante las horas que prosiguieron. Pero para no aburrir mejor voy directo a los más inusuales. Tres arco iris desplayados en el cielo como si se tratara de la cosa más normal del mundo. Luego leo que se pueden producir hasta trece arco iris de una vez, pero casi imposible ver más de dos a simple vista. Un árbol cayó en la autopista con raíz y todo, sin la ayuda de un viento ni otras fuerzas, al parecer. El carro que tenía delante se quedó atónito con la caída inesperada y no respondió a los bocinazos del carro que yo tenía atrás. Entonces la mujer (porque sólo una mujer se desquicia de ese modo) salió de su carro y se dirigió al carro del hombre atónito y le dio una bofetada y con la misma regresó a su carro con cara de satisfacción. El hombre increíblemente le dio las gracias y siguió su camino.

Llegué a la cena muerta de hambre. Hacía tiempo que no veía a las chicas de mi juventud. Un gusanito chulísimo se daba a la fuga con cierta pereza, y luego otro mucho más apurado, seguido por unos tres más pequeños que huían con prisa también, mientras mis amigas miraban mi ensalada alucinando y casi arrojan los tragos que habían consumido al ver aquél movimiento de cuerpos en la mesa. En mi celular tenía un mensaje importantísimo, otra amiga a quien le habían diagnosticado leucemia resultó sana. Ya no te vas a morir. ¡Qué suerte!

Al llegar a casa, exhausta con el resultado de mi día, besé a mis hijas que dormían serenas como dos hadas, excepto que desnudas las dos de pie a cabeza, cosa que mi esposo no pudo explicar ni esa noche ni las niñas a la mañana siguiente.

Y para colmo esa misma noche salí a caminar a Domingo y escuché, y no miento, palabras en su ladrido. Quiero casarme, me ladró Domingo. Pero es que los perros no se casan, le dije anonadada, justo en lo que pisaba la segunda caca del paseo, y ya no ladró más pero se quedó triste. Sentí de repente el cambio más inusual que se puede sentir en esta ciudad: la llegada del otoño. Otoño tardío, leve, mezquino, casi inadvertido, pero sin duda llegaba como aquel olorcito lejano de un pastel de manzanas que se escapa de alguna ventana.

Y me pregunto si son los cambios atmosféricos los que tienen algo que ver con esas situaciones tan inverosímiles que a veces me apabullan en conjunto en un mismo día, o si acaso es posible que en ocasiones nos volvamos temporalmente locos cuando vemos demasiadas noticias, no dormimos lo suficiente y trabajamos más de la cuenta, y de golpe se pierden todas las perspectivas, se confunden las visiones y se hace más fácil caer de soslayo en otras dimensiones, menos corruptas y más tolerantes que la maldita realidad.

Ilustración: Eduardo Sarmiento

3/4 de cama

agosto 3rd, 2009 § 0 comments § permalink

No siempre es fácil compartir la cama por más amada que sea la persona en compañía. En un mundo ideal, que es más o menos en el único en el que puedo yo habitar -aunque sea puro cuento mío- para quedarme dormida como es debido necesito como mínimo un setenta y cinco por ciento de mi cama tamaño king. Ya durante el resto de la noche las exigencias disminuyen. En esa distancia que nos separa a mi pareja y a mí, quedan atrapado los ronquidos -en todos sus variantes- que produce su bellísimo cuerpo. Aunque no estoy tan lejos, el eco es en realidad el sonido en vivo y directo de algo así como una locomotora que no se intimida con la quietud de la noche ni con mis pellizcos. La verdad que esa idea de Frida Kahlo de dormir en distintas propiedades con un puente de por medio no está nada mal. Cada cual en su casa y en su cama.

Si mi esposo y yo durmiéramos en diferentes espacios construiría una habitación secreta y la mantendría bajo llave: the love shack. La decoración sería oscura y acogedora para contrastar el modernismo y la blancura del resto de la casa. Me gustaría una onda francesa-holliwoodesca en tonos vino, morado y azul violeta. Iluminación mínima, sábanas satinadas de algodón egipcio, manipulado en turquía, 600 hebras de plegado simple por pulgada y calidad en grosor. Las almohadas y las fundas serían de seda cultivada. Me gustaría cambiar el fresco olor de los aceites de Aveda por otros menos naturales y más sensuales, y tal vez hasta me animaría a quemar inciensos de amor, aunque en estos últimos años cada vez que lo he intentado termino con una náusea más fuerte que un muro de piedras. Cuando era más joven me encerraba en mi cuarto y quemaba incienso continuamente con las ventanas bien cerradas, hasta que un día repugnada y aletargada, al borde de un desmayo por causa de la sobredosis de esos humos, determiné sacarlo de mi vida, pero es hasta posible que en el love shack me vuelva más flexible. En vez de persianas colgaría cortinas blackout. Prohibiría la música de Hannah Montana y sus familiares para escuchar esos ritmos africanos que embobecen y detienen el tiempo. Un minibar sería de muy buen uso, cancelando cualquier motivo o intento de alejarse de nuestra madriguera. Con este plan me imagino que se evitarían las costumbres del diario en las altas horas de la noche.

Los siniestros ronquidos, las temperaturas ardientes que provienen del otro lado de la cama y se enfrentan a duelo con la temperatura perfecta que he creado en mi lado. La falta de planificación en cuanto al edredón es una incongruencia más. El hecho de que la noche comience tibia y luego refresque no justifica que alguien pueda tirar de la colcha a cualquier hora de la madrugada sin fijarse en que ha dejado a la otra persona a la intemperie. También persiste el pie rebelde que constantemente tiene que salir y entrar trancando las salidas de emergencias, envolviéndome en un tamal que no me da libertad de moverme plenamente en mi propia cama. Y esa testarudez de meter la sábana y la colcha debajo del colchón como un burrito, ¡qué claustrofobia! O cuando se despierta irritado y desorientado luego de una pesadilla de persecución. Oye, qué yo no soy un saco de boxeo. Mientras el aire acondicionado disparado a todo dar. La luz de la mesita de noche se quedó encendida y un libro abierto sin marcar la página está al cerrarse, los espejuelos en el aire buscando piso me ponen tan nerviosa que normalmente termino acomodando las malas costumbres de los demás. El despertador disparado con la alarma de pánico para dócilmente despertar al más perezoso y relajado dormilón y groseramente arrancarle el sueño a la más malhumorada y peligrosa bestia durmiente. Y claro, no hay que olvidar las segundas y terceras personas que se lanzan con el fin de adueñarse de mi cama huyendo de los monstruos malvados que bajo sus camas se esconden cada vez que me doy la vuelta.

No sería lo peor para un matrimonio vivir en casas aparte y que por un puente o pasillo se conectaran. Cada cual en su espacio. Pero eso también podría ser un arma de doble filo, además, ya con hijos sería mucho más injusto. Afortunadamente hace unas noches me sentí dichosa nuevamente de compartir la cama. Digo, siempre he sentido esa dicha pero en ocasiones me dejo llevar por la rutina. Golpeaba tanto frío que ni el edredón ayudaba a disminuir la pena que me aturdía mientras mis dientes tiritaban como rumberos sin rumbo. Porque para mí el frío es sinónimo de sufrimiento. Entonces busqué las piernas que yacían allí cerquita, las grandotas plantas de los pies prendidas como dos hornillas me masajearon ligeramente, y como soy débil para la carne recapacité de nuevo, recordando o aceptando por qué la gente duerme junta. Con frecuencia he pensado que dormir en pareja por lapsos de tiempo relativamente prolongados es un invento antinatural y anticonceptivo, pero quién sabe, tal vez ya no podría dormir sola porque es verdad que cuando me falta ese veinticinco por ciento por varias noches seguidas, la cama me resulta un lugar inhóspito y trabajoso a la hora de hallar el sueño. Además, casi todo se compensa con una taza de café y un besito tibio lleno de olores matutinos que indican que para mí ha sido una noche más que no me encuentro tratando de llenar la cama.

Penaso

julio 30th, 2009 § 1 comment § permalink

En casa preparaban este tipo de carne con frecuencia y de diferentes formas, pero a la parrilla siempre fue mi predilecta. Esta receta es una verdadera joya. Es sencilla y simplemente deliciosa. De ser posible evite comprar la carne congelada, pero no siempre se encuentra con facilidad. Si tiene buenas relaciones con el carnicero pídale que le avise apenas llegue porque el pene es lo primero que se va cuando viene fresco.

Nunca cocine un pene sin haberlo adobado por lo menos un par de horas previas al asado o a la cocción. Ah, y nunca cocine un pene sin antes sellar sus líquidos porque de otra forma el resultado final no será más que un trozo soso de órgano tieso y decolorado. Ojo, esta carne posee un sabor gustoso pero fuerte y se come mejor en el otoño, cuando ya el clima ha refrescado un tanto y el paladar pide proteínas más densas y complejas a la hora de digerir.

Ingredientes:

8 penes tamaño regular (con piel)
3 cucharadas de aceite oliva
1 cucharada de Sazón Completa (Badia) (opcional)
5 dientes de ajo
1 cebolla mediana troceada en cuartos
1 naranja agria (se puede sustituir por la mezcla de media naranja dulce y medio limón)
unas ramitas de romero
sal y pimienta al gusto
1 cucharada de agua tibia
1/4 taza de vino tinto
moscada rayada al gusto
cilantro o perejil picado para adornar
las cuñas de dos limones para adornar

Limpie bien los penes y elimine cualquier vello infiltrado. Introduzca un punzón de hielo por el orificio de la uretra que atraviese por toda la longitud del canal hasta la base del pene, de manera que cuando lo enjuague elimine restos de sustancias innecesarias. Con el cuchillo punce en tres o cuatro zonas de cada pieza para que se absorba bien el sazón. Mezcle la carne con dos cucharadas de aceite de oliva y el resto de los ingredientes e ingrese la carne sazonada en una bolsa plástica, ciérrela y póngala en el refrigerador.

Cuando sea el momento engrase un sartén de freír con el aceite de oliva restante y la cucharada de agua tibia a una temperatura alta. Coloque las piezas e inmediatamente baje el fuego. En cuanto se gaste el agua retire la carne y colóquela en la parrilla seis minutos por cada lado. Mientras, en el mismo sartén vierta el sazón que quedó en la bolsa y el vino tinto y déjelo a fuego lento hasta que se convierta en una salsa viscosa. Más o menos cuatro o cinco minutos.

Tenga en cuenta que la cabecita es más tierna que el resto de la carne y a veces se cocina antes. Conviene sostenerla en el aire ese último minuto para que no se reseque demasiado. Para esto necesitará la asistencia de varias otras manos, pero no se desanime si no cuenta con la ayuda, si ha comprado la carne fresca difícil que no sea tierna. Al retirar la carnita de la parrilla debe usar unas tenazas grandes de manera que no se desprenda algún pedazo y pierda su graciosa estructura. Pase las piezas a una fuente, raye un filo de moscada, rocíelas con cilantro o perejil y decore el platillo con las cuñas de limón. Iba a decir voilá pero ya esa frase esta achicharrada, así que ¡buen provecho!, y que disfrute este sabroso manjar en compañía de una cerveza con cuerpo para que empañe el gustillo amargo de la carne.
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Nota: esta receta se puede comenzar hasta 8 horas por adelantado pero ojo, sólo hasta el punto del adobo. Se recomienda servir con polenta horneada y una ensalada de temporada. El concierno ingenioso guarda la carne que ha sobrado y la utiliza al día siguiente en ensalada fría, como base para una exquisita salsa para pasta, o bien pueda triturarla en la batidora y comerla con galleticas saladas a la hora de la merienda.

Marita

julio 29th, 2009 § 0 comments § permalink

Marita salió una mañana hace ya siete años y nunca más regresó. Iba camino a una cita con el doctor, pero su suerte estaba comprometida con delincuentes sin compasión y no llegó más lejos que a la esquina de su casa. ¿Dónde estarás Marita, dónde? Se pregunta una madre desesperada.

La vida se ha partido en mil pedazos para esta familia. Y la niña pequeña que ha quedado al cuidado de su abuela porque a su madre se la han llevado a un lugar improbable, en contra de su voluntad, se pregunta si algún día la volverá a ver. ¿Mala suerte? Es posible que nunca lo sepamos, pero sabemos por ejemplo que según los informes el tráfico sexual de mujeres y niñas es el cuarto negocio clandestino en el mundo por su rentabilidad.

El dolor ajeno duele menos y si se percibe es de manera mínima, más bien como la referencia de un abismo incierto y muy lejano. Si uno intenta figurarlo en su propio pellejo tal vez logre rociarse ligeramente de esa desgracia desconocida, pero nunca empaparse pues es sólo cuando nos atrapa que somos capaces de realmente comprenderlo del todo. Tal vez por este motivo a veces es difícil entender por qué algunos individuos se apasionan por causas extrañas. Y es que en nuestra vida no concebimos la posibilidad de que nos sucedan cosas tan anormales como las que ocurren a diario en el mundo. Pero basta con que uno se encuentre en el lugar preciso para que ese porcentaje de uno entre cientos de miles se convierta en un cien por ciento de yo en esos cientos de miles.

Días después de la tragedia de la desaparición se supo que alguien dijo que alguien vio a alguien montar a la fuerza a Marita en el asiento trasero de un carro. Con el tiempo también se ha sabido por terceras y cuartas personas que Marita lleva años martirizada, violada, forzada a permanecer en prostíbulos y hasta hay ciertas evidencias que indican que Marita fue vendida y revendida en tierras extranjeras y continúa siendo sexualmente esclavizada, bajo una nueva identidad, pasaporte, y todas esas cosas que requieren ayuda de personas de algún rango en el gobierno.

Ya han pasado más de siete años y las pistas han conseguido frustrar al más riguroso explorador, pero en aquel momento cuando apenas habían transcurrido un par de semanas, cuando el crimen era fresco y Marita aún rondaba por áreas más cercanas, perdieron una pista importante, tal vez reveladora. Marita estaba en un prostíbulo a unas horas de Tucumán, Argentina, donde vivía con su familia. Por razones más bien turbias decidieron esperar a la mañana siguiente. Cuando por fin llegó la policía ya Marita no estaba en el recinto. Los agentes habían ido a otro lugar primero, para hacer tiempo o porque aparecieron pistas más concretas aún, tampoco lo sabremos en este insensato rompecabezas.

Más adelante se supo que esa misma noche que Susana llamó a la policía para informarles sobre el posible paradero de su hija, a Marita la habían sacado por la puerta de atrás. Sólo un juez sabía lo que estaba a punto de ocurrir y Susana está segura que fue él quien les avisó a los del local de prostitución. Luego Susana, al rescatar a varias chicas en la misma situación de su hija, supo que esa noche alguien vio a Marita, que en efecto, la habían sacado por la puerta de atrás.

En la incesable búsqueda de Marita, Susana Verón ha logrado realizar más de setenta allanamientos que han conseguido apaciguar los crímenes de estos horribles captores, ha liberando a casi trescientas mujeres y jóvenes menores de edad que se encontraban esclavizadas y en condiciones semejantes a las de Marita. Sin embargo, Marita sigue en manos de gente impune, crueles violadores, depravados que por dinero o por placer raptan, venden, golpean, drogan y violan sin clemencia esos cuerpos ya casi sin vida, desaparecidos y en su mayoría olvidados, de mujeres que caen en estas redes infernales.

Algunas mujeres son el blanco perfecto, vienen de familias pobres que no tienen los recursos para reclamarlas y buscarlas exaustivamente, otras como Marita tal vez por puro azar. Marita, dondequiera que estés, la búsqueda continúa. La gente te espera tanto en Argentina como en el recoveco más enrevesado del mundo porque sobre ti cae la esperanza de mermar y en un futuro exterminar este siniestro monopolio.
Las estadísticas son aterradoras. Además, el tráfico de mujeres y niñas para la explotación sexual genera más de $7 billones al año.

Para más información acerca del caso de Marita Verón oprima en el enlace:
http://www.casoveron.org.ar/

Para más información sobre el tráfico sexual de mujeres y niñas oprima en los enlaces a continuación:
http://www.sagesf.org/
http://www.mnadvocates.org/Women_s_Human_Rights_Speaker_Series_Sex_Trafficking_and_Human_Rights_in_Minnesota.html
http://www.womankind.org.uk/statistics.html

Cita de Susana Verón sobre el caso de su hija Marita:
“esto no se trata de negligencia judicial o policial, sino de un engranaje de complicidades y encubrimientos que involucra a la Justicia, a la policía y al poder político riojano, que no pueden ni quieren descubrir una red de trata y tráfico de mujeres y niñas que desde hace años funciona aquí con contactos fluidos en provincias vecinas, aunque algunos cabecillas estén presos. Son negocios mafiosos que mueven muchísimo dinero y no pueden dejar de funcionar (…) haciendo crecer esa mina de oro construida en base a vejaciones, sometimientos, tormentos, esclavitud y hasta muertes”.

Cocinando y dando

julio 27th, 2009 § 0 comments § permalink

Un buen flan une más que la goma de pegar más potente. Y uno piensa, cómo es que cuatro huevos, un tilín de vainilla, unas lechitas y un poco de azúcar puedan convertirse en algo tan delicioso. Desde aquella tarde que serví flan por primera vez a los vecinos de aquí de Merrymount, en la casa del lago, he notado que la gente se ha sumado, porque la comida tiene ese poder de unificar tanto a extraños como a conocidos que se hacían pasar por extraños. Después vinieron los mojitos, los frijoles negros, la pastica de jamón y queso, las croqueticas, las masitas de puerco, por lo menos diez flanes más, los sonidos del son y, poquito a poco toda esta gente que considera que los cubanos somos exóticos y que mediante la comida logramos romper el hielo, han retomado los antiguos hábitos de sus antepasados de festejar en grupo todos los días de la semana en estos meses de verano que vienen a disfrutar del lago y sus rusticas cabañas.

De pequeña me frustraba cada vez que escuchaba a las mujeres decir: en la cocina mando yo. Un dicho que indicaba que las mujeres teníamos poco que aportar fuera de ese recinto, y que me mantuvo alejada varios años por fobia a ser ése el único lugar que podía aclamar como mío. Pero como diría un queridísimo amigo: todos los hombres saben que en la cocina no sólo sino también mandan las mujeres, y el que no lo sepa es porque no ha vivido con una. Además, ya a mis años no me interesa clamar mucho, pero una vocación tan hermosa y tan simbólica como es la gastronomía no se le puede dar la espalda por un complejo insano, y llegó un momento en que me agoté de abortar los deseos de entregarme a la faena de los cuchillos y las calderas.

Mi placer en la cocina no se desarrolló hasta que nacieron mis hijas. Primero fue con el pecho. Las miraba ahí pegadas como sanguijuelas que succionaban sin descanso a penas para cambiar de derecha a izquierda, y sin otro propósito más que aliviar el deseo de succionar. Y pensaba fascinada, mientras sostenía esos cuerpecitos delicados, todo esto lo hice yo, primero desde mi barriga y luego con mis mamas, cada onza y cada centímetro me lo habían chupado. Cuando fueron creciendo fui introduciendo alimentos que yo misma les preparaba de acuerdo a las instrucciones de otras madres más expertas: frutas y verduras cocinadas al vapor para que no perdieran sus nutrientes, cereales y más adelante proteínas de carnes y productos lácteos. Casi todo hecho en mi cocina, para ellas, mis reinas. De repente esclavizarme frente a una meseta tomó otro sentido para mí, evolucionando en un orgullo y estado idóneo que hasta entonces había rechazado rotundamente.

Las escalas se fueron agrandando y las recetas complicando. A partir de ese momento me di cuenta que preparar la comida se había convertido en un acto de múltiples funciones. Servir un plato aromático de algo que minutos antes habían sido simples objetos sin destinos y luego de que unos vegetales crudos, tres dientes de ajo, media cebolla, dos cucharadas de aceite de oliva y un trozo de carne con sal aún sangrienta pasaran por mi cocina, consiguiera que alguien salivara con los resultados y se nutriera como es debido, era como ver un mago actuar. Por eso en ocasiones me quejo, pero no resisto estar lejos de mi cocina mucho tiempo porque allí, bajo el hechizo de mis ocurrencias, la gente se une y se solidariza, las barrigas se llenan, el cuerpo se contenta y el vino corre sin hostigarnos demasiado.

Las mujeres que entendemos la cocina y los misterios que allí se almacenan, que optamos por movernos entre la tabla de cortar y la hornilla, sabemos que hemos sido premiada y que tenemos una cierta ventaja a la hora de repartir placer. Con los años he descubierto que cocinar es un don, una gracia que compensa la falta de todos los otros dones que carezco. Después de miles de platillos, algunos suculentos y otros no tanto, elaborados desde el principio y sin la ayuda de falsos y procesados ingredientes, he asumido mi papel de cocinera sin complejo alguno. Secretamente tengo mis reglas claro, para no sentirme abusada. Por ejemplo, normalmente cocino menos en vez de más. Esto parecerá injusto y malintencionado, pero no es lo mismo picar un sofrito para cuatro que para diez, y para mí es importante que ellos a quienes alimento con tanta dedicación lo tengan claro. Estoy convencida que esa mezquindad contribuye a que mi comida sea más apreciada por la falta que por el exceso y aunque parezca extraño mi familia depende menos de la cocinera, creo. Aunque alguna vez escuché a un familiar decir detrás de mis espaldas que en mi casa se comía bien pero siempre se quedaba con hambre. Por otro lado, siempre dejo que sean otros los que frieguen y bajo ningún concepto participo en las funciones de la cocina luego de servir, aunque a la mañana o a la semana siguiente se derrumbe una pirámide de platos sucios, ya que para mí cocinar es dar placer, pero ocuparse de todos los quehaceres de la cocina es como ser el único jugador en un partido de pelota.

Comer en soledad es perfectamente aguantable y a veces apetecible si la compañía nos es insoportable, pero rodeados de esa camaradería que se produce en una mesa llena de olores de uno de los más grandes placeres es el deleite en su máximo exponente. Las semanas que permanecí aquí en el lago nos reuníamos con los vecinos para comer y beber a menudo. Algunas de las casas habían ya perdido el contacto en los últimos años y apenas se saludaban si se encontraban durante algún paseo por el bosque, mientras pescaban o cuando se soleaban en el muelle, pero con las tandas de comelatas las familias se unieron y se conocieron un poco más. Y siempre llego a la misma conclusión, que los seres humanos somos de cierta forma iguales en todos lados del mundo, y que para pasar unos momentos amenos basta con un buen plato de comida.

La mujer justa

julio 20th, 2009 § 0 comments § permalink

Se acaban de marchar unos amigos que vinieron a pasar unos días aquí en el lago. Ella está a punto de cumplir los cuarenta en unas semanas y él, amigo de juventud de mi esposo, tiene cincuenta y algo y hacen una lindísima pareja. Se conocieron el año pasado en un grupo de corredores y desde entonces no se han separado, y ambos aseguran que son dos mitades que por fin se han unido.

Me parece curioso que dos personas adultas, perseguidas por pasados intensos y atosigados -y me consta que ambos están desbordados de derrotas y desilusiones- se sientan así de felices y que además se hayan enamorado desde el primer encuentro, como dos adolescentes. ¡Qué torpeza la mía!, asumir que el amor no es para todos. Entre copas y más copas escuchaba atentamente la historia que ambos contaban de cómo se flecharon. Los dos mostraban al hablar un desaforo infantil, con la inocencia del inexperto y un optimismo difícil de contrariar. Perfectos uno para el otro, sentenció la pareja, e inmediatamente me transporté a esa novela del escritor húngaro Sándor Márai, La Mujer Justa. Cuando la leí quedé muy impresionada tanto por la prosa como por la narrativa impecable de principio a fin. Una lectura de esas que uno agradece por las frases geniales, los personajes construidos de una forma inmejorable y el gran enfoque social y emocional que propone la obra con un lenguaje elaborado e impetuoso y a su vez simple y reflexivo. Recuerdo haber especulado acerca del sentido de aquello que nos define emocionalmente, cuestionándome brevemente si de verdad existe esa persona diseñada a nuestra medida o simplemente uno toma una decisión racional a la hora de involucrarse con alguien. O lo que podría ser peor aún, cuando son los padres los que toman esa decisión tan fríamente calculada, hasta que la muerte los separe.

La novela está compuesta por tres monólogos que cuentan un triangulo enmarañado que marca la vida de sus protagonistas y en el que a partir de su ruptura los destruye a los tres por completo. Cada monólogo es la historia de quien ha sido la persona justa en la vida de cada personaje que cuenta su historia desde el punto de vista del rango social al cual pertenece.

¿Reconocemos los grandes encuentros? ¿Podemos ser realmente conscientes de estar viviendo momentos decisivos aunque den una apariencia insignificante? ¿Es posible que cuando entra ese alguien a un lugar que uno piense al instante: esa la persona justa, la verdadera, la que se diseñó para mí? Esa es la gran pregunta que plantea la novela, y supongo que algunos, como nuestros amigos, dirían que sí, claro. ¿Y quién so y yo para dudar? A fin de cuentas poco o nada sé con certeza en esta vida.

El primer monólogo comienza con Maritka, mujer de sociedad que se ve amenazada por la presencia invisible de un obstáculo misterioso entre ella y su esposo Péter, hombre a quien ama exageradamente y continúa amando a pesar de que más adelante llega a descubrir que éste ha vivido obsesionado de manera platónica con la criada de la casa de su madre, con quien apenas ha cruzado un par de vocablos en las últimas dos décadas. Después entramos en el monólogo del Péter, burgués que considera que la mujer justa es Judit la criada, sin embargo, reconoce lo contrario cuando pierde definitivamente a su esposa Maritka, la mujer que lo amó profundamente. Pero Péter no puede menos que fracasar porque todas sus decisiones emocionales se determinan a partir del miedo, la cobardía y primordialmente el orgullo distorsionado causado por su posición social.

Finalmente entra en escena el monologo de Judit, un personaje que sale de la nada y se convierte en la centrífuga del mundo de los dos personajes restantes. Judit demuestra un sentido profundo en la manera en que cuenta su pasado marcado por el amor y tronchado por la ambición. Esta mujer -observadora incansable- entra a la casa de la madre del burgués desde que era una adolescente y a través de los años, al sentirse atraída por el joven rico, se motiva con el objetivo descalabrado de igualarlo y obviamente fracasa al tratar de superarlo en su clase social. Cada personaje espera cosas diferentes de la relación, de la vida en sí, y la gente que los rodea, pero todos buscan lo mismo, la persona justa, o por lo menos identificar que en algún momento del transcurso se cruzaron con esa persona, como si por esa causa la vida tomara un valor sagrado y el mero hecho de haber existido fuera superior al del resto de los mortales.

Pues así mismo son nuestros amigos -la pareja sumamente enamorada- que han anunciado haber encontrado a ese ser justo, ni más ni menos, sino justo. Digo, después de diez años felizmente casada me inclino más a pensar que no existen seres justos sino bien justificados.

De lo rápido que nos pudrimos y otras incertidumbres efímeras

julio 13th, 2009 § 0 comments § permalink

Mi madre es una mujer preciosa. Hay algo especial y sumamente fino en su mirada ligeramente extraviada y tremendamente dulce. Tiene un rostro exótico y tierno a la misma vez. Es pura finura y delicadeza, y en todas las etapas de su vida ha sido desmedidamente bella. Posee además un aspecto delicado, frágil y sin embargo, a través de los años me ha demostrado que la fuerza, la verdadera fuerza, no se puede adquirir sino en nosotras mismas.

Ahora que ya hemos crecido nos llevamos de maravilla. Hemos aprendido a respetarnos a pesar de nuestras diferencias y preferencias. Hablamos de los hombres con complicidad, compartimos anécdotas, consejos para combatir las arrugas y los pellejos que cada vez más nos imponen ese cambio de dirección que tanto nos disgusta a nosotras las mujeres. Pero no siempre fue así, y a veces su sola presencia me sacaba de quicio. Recuerdo que una vez en camino a casa, después de que yo la fuera a recoger a la oficina para evitarle el interminable viaje en el transporte público, ella venía repitiéndome la misma cantaleta acerca de mi futuro, como si de esa forma sus consejos llegaran a perforarme el cerebro para instalarse en mi manera de pensar y ella poder obrar a sus anchas. Entonces, harta de aquella persecución vi una señal en el camino. Un sistema de irrigación roto, una manguera que echaba agua con más presión que un sifón reventado, a doscientos metros del semáforo en el que me encontraba asintiendo con la cabeza a la típica descarga del pomeriggio, cuando macabramente abrí su ventana y no le avisé de lo que venía y ella por supuesto atrapada en otros asuntos ni se lo imaginó. Cuando le pasamos por al lado al chorro de agua, toda empapadadita y malhumorada, mi madre se me quedó mirando con las cejas tiesas y sumamente contraídas, y al ver que no me podía controlar de la risa, se dejó llevar por el momento, aunque luego en casa me echó tremenda reprimenda y hasta trató de castigarme, pero ya yo estaba muy vieja para esas salidas fáciles, entonces dejó de hablarme unos días hasta que se le pasó. Porque es muy cierto eso que dicen, todo pasa.

Mi madre siempre fue joven, en parte debido a la corta edad con la que comenzó a dar a luz. Aunque los buenos genes tampoco se pueden pasar por alto. Ha gozado de todas las bendiciones que una mujer puede desear: buena piel, envidiable tez, cuerpo y cara de diosa, además es inteligente, encantadora, ágil para desempeñar cualquier empresa por más descabellada que sea, con un espíritu virtuoso y principalmente armónico. Es una incansable trabajadora de la vida, y a veces despliega una sonrisa capaz de conquistar lo inconquistable. Es una mujer deseable, aún en estos días en los cuales su salud ha desmejorado notoriamente.

Fue entonces cuando detecté en ella por primera vez una especie de transfiguración, el cambio de una etapa a la otra. No me había dado cuenta, pero de repente me fijé en sus brazos sutilmente arrugados, la piel de sus pómulos, el cuello y el busto ahora se ajan al toque, su pelo levemente estropeado auque mantiene mayormente ese negro azabache que la distingue. Su cuerpo, aunque se mantiene firme y delicioso, se está convirtiendo en su nuevo cuerpo, el de una persona que comienza a envejecer. Cuando mi madre llegue a la tercera edad será una vieja preciosa, elegante, sabrosa, pero será una vieja, y en eso no había pensado nunca.

Desde ese día he comenzado a sentir el peso de los años como síntoma de una epidemia que deambula en todos los círculos. La veo escabullirse de los rincones, para reaparecer por agujeros secretos, lenta y despiadada, en busca de un ser más, de un objeto más, de un cualquier cosa más, y por lo visto no se conmueve con nadie, y sólo una fatalidad es capaz de tomarle la delantera.

Cuando era más joven y pensaba en el futuro veía la ancianidad como un estado optimo, el gran pago de la vida, el éxito y la suerte de llegar a la edad provecta, pero ahora que la juventud se escapa con insospechada rapidez, he comenzado a temerle al proceso, que para colmo es injustamente el más largo de las diferentes etapas de la vida. Porque con esta especie de pudrición se va todo río abajo con una corriente infatigable e incierta, y la belleza y sus derivados se transforman en conceptos quiméricos, en memorias y en la intención que seamos capaces de poner en este complejo sumario. Pero luego veo a las viejitas adorables, llenas de historias, de partos y de grandes amores, con sus baticas holgadas, dormilonas en las orejas y un suéter de algodón así se les derrita la nuca apenas salen al jardín, y me sorprende un ligero bienestar, esperanzado y complaciente, y aunque en su mayoría tengo esa sensación de transición en todo momento, un estado de aceptación se deja olfatear brevemente.

Horrorizada, le cuento a mi madre sobre mis descubrimientos, sobre lo triste que es dejar de ser joven y hermosa -porque cuando una comienza a madurar cae en cuenta que la gente joven es bella en intocable- y ella preciosísima, con sus ojos grandes e inquisitivos me mira y me pellizca los cachetes como cuando yo era niña, y tan optimista, con un tono muy elegante y refinado, y hasta un poco burlón, me dice que no me preocupe, que las mujeres son bellas en todas las edades, que lo que yo tengo es un estado tóxico que se alivia con una crema hidratante de esas tan buenas que existen hoy en día. Es la ley de la vida y nadie puede cambiarla, dice mi madre, y nosotras las mujeres no debemos perder la gracia ni la tolerancia, eso va muy bien con las canas y las arrugas.

Los peores amantes del mundo

junio 19th, 2009 § 0 comments § permalink

—Tú no me digas que los cubanos son los peores amantes del mundo. Es que no te lo puedo creer.
—Te lo juro por Dios, por mi abuelita –que en paz descanse- y por mis hijos, son pésimos en la cama.

—¿Tú estás segura? Mira que tienen una fama de ser muy dotados, muy talentosos. Oye, esas españolas, esas mexicanas, todas se vuelven loquitas por un macho cubano que las trajine un poco.

—Quimeras y más quimeras. Mírame a los labios, A-R-T-I-F-I-C-I-A-L.

—¿Quiénes, el cubano o su aparato?

—Ambos son pura pantalla, coquito tostadito. Bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, y luego te tiran de un lado para otro con tremenda tosquedad, te dan un halón de pelo y te gritan cuatro vulgaridades que los haga sentir todo lo papalongo que jamás llegarán a ser. Y punto. Punto final.

—No te lo creo, qué va, no te lo creo. Excepto esa parte que dices que nos tiran de un lado a otro y nos dicen una de cosas feas.

—Así es querida, así es. Lo único que les interesa es sentirse bien sin reflexionar por un segundo en cómo nos sentimos nosotras. Tienen un único objetivo en esta vida y es lograr un orgasmos ancho y pleno, ¿y tú crees que les importa encontrarnos allí donde han llegado ellos? Nada de eso, fíjate si están equivocados que los cubanos se piensan que nuestros orgasmos se originan a través de los suyos. ¿Me explico?

—No, de veras que no.

—¿Qué es lo que no entiendes? Los cubanos son además de insípidos, ingenuos y se han creído esa fama de buenos amantes que se le ha dado en Hollywood. La pasión y un bigote lleno de cucarachas no es lo único que conduce a un buen clímax, ¿tú sabías eso?

—No, no, no lo sabía. Bueno, es que yo me acabo de enterar que en realidad nunca he tenido un orgasmo. Mira que llevo años confundida, pero el otro día vi un programa en la televisión donde describían el orgasmo en la mujer y la verdad es que en nada se asemeja a lo que yo imaginaba. La doctora explicó el proceso, y te digo una cosa, entendí bien lo que decía muy al principio de sus explicaciones, pero ya cuando comenzó a hablar de espasmos y convulsiones, de sensaciones afiebradas, me quedé perdida en el llano.

—Ves lo que te digo. Tú te crees que es invento mío, pero no, todo eso lo leí en la revista National Geographic. Ahí salió detalladito, con estadísticas y encuestas. Información prestigiosa e infalible, nacional.

—¿Y esa revista no es de exploraciones y mapas y cosas así?

—¿Es que acaso el hombre no es todo eso y más? ¿Tú sabes por qué no logras espasmos y convulsiones?

—Sí, creo que sí. Según la doctora de la tele tengo un problema de resequedad.

—¡Qué problema de resequedad ni qué ocho cuarto! Eso no existe, lo que te pasa es que tú nada más has estado con cubanos. Salte de ese equipo y ya verás cómo lubricas y requetelubricas.

—¿Tú crees? ¿Y qué hago con mi marido?

—Deja a ese inurbano de una buena vez que ni siquiera te ha gustado nunca. ¿Para qué quieres un marido que no sabe complacerte y además te pega los cuernos? Son muchos años de aguante, demasiados. Tu eras una mujer bastante bonita y te conservas estupendamente, ya verás como aparece alguien mejor.

—¿Te imaginas? A ver, déjame que lo asimile un poco…

—Estoy segura. Atiende a lo que te voy a decir. Un amante cubano es más bulla que otra cosa, y además tienes que tragártelo completico, con sus complejos de Adonis, con ese machismo que no es otra cosa que la falta de una buena cama bien dada. Ahora, una cubana, ya eso es otra cosa, nosotras sí sabemos lo que queremos dar y recibir. ¿A que sí?

Pasaron unos meses hasta que la mujer que nunca había logrado un orgasmo se decidió a abandonar a su marido y se cambió de equipo, y por fin consiguió infinitos espasmos y convulsiones. Y su amiga, bueno su ex amiga, por fin se pudo casar con el hombre con el que había mantenido un concubinato por más de veinte años, un hombre cubano, dotado, excesivamente talentoso y con un bigote lleno de cucarachas.

El fenómeno del feminismo

junio 8th, 2009 § 0 comments § permalink

En realidad en este artículo debería de hacer una reseña acerca del fenómeno del machismo, que es más o menos lo que viene sucediendo en este portal desde hace tiempo con referencia a la increíblemente silenciada voz de la mujer en cuanto a los blogs que aquí se alojan. Pero ya eso es cosa del pasado, y hay algo que recurre en los medios y en todas partes que me llama la atención más aún que la falta de un tono femenino, y es el exceso del feminismo, o como dicen por ahí, el movimiento feminista, que a menudo encuentro hasta en la sopa, y que a través de los años se ha convertido en una doctrina de teorías y prácticas tan confusa como obsoleta.

Alguien me acusó el otro día con cierta arbitrariedad de que mi bitácora era feminista hasta morir, que nada más trataba temas de mujeres y que a los hombres los pisoteaba injustamente. Bueno, lo primero es cierto, sólo trato asuntos de mujeres, pero no únicamente dirigidos a mujeres, de hecho gran parte de mis lectores son hombres. Se me quedó incrustado en la cabeza ese insólito reproche, y ahora me pregunto si alguna gente realmente sabe lo que es el feminismo. Para empezar amo al hombre, no lo desprecio ni intento castigarlo o abochornarlo y menos que menos pisarlo. Por el contrario, para mí el hombre es el complemento perfecto. Me refiero más bien a esa generación de feministas que se han propuesto acabar con el género masculino y por lo cual tantas mujeres de innovadoras ideas tratan de desasociarse con el término, aún cuando los intereses son los mismos. Además, tengo otro tipo de ideas acerca de ese lugar que debe ocupar la mujer en nuestra sociedad, y por seguro es más elevado aún que el llamado de la igualdad que tanto se promueve hoy en día. Porque la mujer siempre ha estado y siempre estará por encima del hombre. Y esto no lo digo con roña ni con autosuficiencia, pero vamos, es así, y quien no lo quiera aceptar es porque se esconde dentro de una bóveda llena de mentiras y miedos, o simplemente se hace el de la vista gorda.

Sin exageraciones, creo que no me equivoco cuando me refiero a la mujer como entidad principal en la existencia humana. Digamos que tenemos ciertas ventajas por encima de los hombre que simplemente nos dan la delantera. En lo personal nunca he deseado estar a la par de un hombre, así como se le dice igualdad entre géneros, no creo en eso. Nunca he sentido que para que me respeten debo dejar de ser femenina y parecerme más a ellos, por el contrario, pienso que nosotras las mujeres podemos usar nuestra gracia y astucia, como también nuestras virtudes junto con nuestros dones para cualquier propósito, sea cual sea. La igualdad está mejor diseñada para las razas, no para los géneros.

Sería inútil negar que a través de la historia la mujer ha dado más que el hombre. La mujer arriesgaba la vida en tiempos que no todas sobrevivían un parto, y todavía hoy por hoy en muchos países siguen arriesgándose por falta de atención y cuidados médicos. Mientras los hombres se iban a la guerra y se mataban como animales, las mujeres se encargaban de levantar la moral de la miseria que restaba diluida en la vida de aquellos que dependían de ellas, y la prioridad que acaecía sobre ellas era mayormente proteger y sustentar a esos pocos que formaban la familia. La mujer además es el símbolo de la belleza, y sin la belleza sería imposible sobrevivir. Las mujeres no tenemos ningún problema con aprender de los hombres, de las labores que ellos desempeñan. Sin embargo, la mayoría de los hombres son incapaces de ponerse en los zapatos de una mujer porque en efecto, no es tan fácil.

En mi desenfadada y tal vez ingenua opinión, la mujer siempre ha estado por encima del hombre, y quien discuta eso, bueno, me parece que se aferra a un punto de vista bastante rígido y de ninguna forma lógico. No intento despertar polémica, ni me refiero a un reto o a una idea desquiciada ni mucho menos se trata de una burla, simplemente es la verdad. La mujer es la madre, es la elegida, es la que nos ha dado vida, la matriz de todos los comienzos. La mujer bajo ningún concepto ha de igualarse a un hombre, por el contrario, ha de elevarse con toda naturalidad, como debe ser. Nuestro deber consiste en luchar por nuestros derechos, claro está, pero no por la igualdad de géneros sino por la igualdad de carreras y ganancias, para estar a la par económicamente con los hombres, pero física y espiritualmente siempre estaremos por encima del género masculino.

Defender, promover y conseguir los derechos de la mujer es fundamental, eso no tiene ciencia. Es imperativo que todas las mujeres tengamos las mismas oportunidades para estudiar y para ejercer carreras tanto en el teatro como en la política como en cualquier campo profesional. Además, debemos luchar por asegurarnos un futuro sin depender de nadie, pero no a costa de abandonar a nuestros recién nacidos para que sean otros los que nos los cuiden y nos los críen ya que de otro modo sería imposible alcanzar las mismas posiciones y oportunidades otorgadas a los hombre. Pero, conjuntamente con la batalla de la igualdad de derechos, debemos luchar por conseguir leyes en ciertas esferas de la sociedad que nos protejan por el simple hecho de ser mujer. ¿Por qué habríamos nosotras de merecernos esas leyes? Pues bien, somos como los hombres en el sentido que desde pequeñas lo hacemos todo por igual. Asistimos a la escuela primaria, luego a la universidad con la libertad de elegir cualquier carrera. Después empezamos a trabajar y somos capaces de desarrollarnos en cualquier campo, igual que ellos, pero cuando comenzamos una familia se nos acaba la gracia, y de repente nos vemos obligadas a elegir, carrera o familia. Sin embargo, los hombres no titubean en este tipo de vicisitudes porque la madre es socialmente la encargada por la crianza de los hijos y el cuidado del hogar, cuando en realidad esas obligaciones deberían repartirse en equipo y con justicia, contando con el apoyo del padre y el social, al cien por ciento; por supuesto, con leyes de por medio.

Pero la mujer es tan ingeniosa que a veces aún con el mundo en los hombros y sin el apoyo necesario, logra tener éxito en su hogar y en su carrera. Claro que no es fácil y no es justo, e imposible para muchas, por eso es fundamental que las leyes cambien a nuestro favor, y que el modo de paternidad se modifique para beneficio de la mujer, siendo la familia el componente principal de los pilares que sostienen nuestra sociedad. Si alguien tiene que igualarse a alguien, ha de ser el hombre, nunca la mujer.

Está en nosotras lograr un cambio. Siempre ha sido así, el grupo en cuestión es el que debe actuar, arriesgarse, dar la piel si es preciso para conseguir lo que se propone, que aunque parezca difícil, es muy pero muy fácil. ¿Cómo? Como único se puede lograr un verdadero cambio, por el principio, de la manera más básica. Mediante nuestros hijos, hermanos, maridos, padres y amigos, que luego ellos se encargarán de promover la justicia de aquellas mujeres que quieren y que consideran importantes. No podemos ser feministas de boca para afuera en el trabajo, en el tren o en una manifestación, y luego llegar a casa tras un largo día laboral para continuar con la faena que según algunos nos merecemos por aspirar a tener una carrera. Los hombres no son tontos, y los que quieren de verdad también pueden aprender, como mismo aprendimos nosotras a trabajar en la calle y a balancear el hogar, a planchar, a cocinar, a dedicarle tiempo a los hijos, etc., etc., etc., ya que nosotras tampoco nacemos sabiendo.

Nota: El hombre podría aprender y actualizarse en cuanto a este asunto que involucra a tantas mujeres que pasan por la vida de cada uno, pero sería una falta no reconocer que ya hay muchos que han comenzado a pensar diferente, y hay otros, de la más infrecuente sutileza, que desde siempre han apoyado y elevado a la mujer, como debe ser.

La Belleza

mayo 17th, 2009 § 0 comments § permalink

Últimamente me siento como poseída por un mal maravilloso. Se trata de una enfermedad que me ha cegado de todo lo feo. Da risa, ya lo sé, y hasta me da vergüenza reconocerlo, pero no lo puedo evitar, sentir la belleza en su plenitud, desbordada como una lava que se abre camino sin anunciarse y ya nada ni nadie logra escaparla.

Salgo a pasear y me encuentro con tanta belleza, pero tanta, que regreso a casa además de depauperada, frustrada, como si en mí se hubiese evaporado la capacidad de encontrar el espanto en nada de lo que veo, y hasta los más ordinario se vuelve en mis ojos extraordinario. Por ejemplo, desde la ventana del baño de la sala de mi casa hay una vista generosa de dos árboles que están sembrados en la casa de en frente. Dos árboles que en efecto, podrían ser muy regulares, pero no lo son. Hace más o menos dos semanas noté que prácticamente en un día se habían despojado de sus hojas y frutos, y en cambio se exponía un gran hueco en el cielo que me apuntaba descaradamente, con aires de dueño y señor, y una luz exagerada y por supuesto bella se apoderaba de mi baño. Ahora me doy cuenta que de golpe los dos árboles se han copado de vida nuevamente, y ese verdor lo encuentro tan hermoso como la luz del vacío que hasta hace unos días representaba el cuerpo frondoso de estos dos troncos.

No se trata de una belleza feliz sino de un hecho, de un sinónimo de la naturaleza. Se podría decir que hasta me siento ultrajada, abrumada por el mundo que veo y pienso que es bello y luminoso y que me incapacita a sentir una pizca de desagrado. Me ha asaltado una sensación inagotable, y es que me parece que todo es perfectamente hermoso, esa forma, esa acción, esa mirada tonta, un color ya olvidado, una carcajada ridícula, absolutamente todo ha sido concebido con tanta precisión que automáticamente se hace bello, bellísimo.

Me dirán que soy una idiota. Bien, me lo merezco. Es una conducta irrazonable, lo tengo claro, clarísimo. No podría hacer otra cosa que sostener mi argumento, que realmente es irrebatible porque todo es bello, como tiene que ser.

Se trata de un mal inevitable, como lo es la muerte y como los es el escepticismo para algunos.

Ya sé que hay desdichados que sufren y mueren diariamente de la forma más injusta, y normalmente esos y otros crueles asuntos me recuerdan la fealdad de los humanos, pero en estos días estoy condenada a mirar a mi alrededor para encontrar la belleza pura, noble y sana. Y no es fácil padecer de este extraño aunque inocuo síntoma, no cuando en mi entorno siento que soy juzgada por mi condición, como se sospecha de la gente buena y de las grandes historias.

Y que no se atreva un cínico a parárseme delante intentando apuntar hacia lo feo de esta vida, que para eso tengo mi conciencia y mis recuerdos. Vengo de un país mutilado, que nos ha separado y nos ha enfrentado. Además, sufro con mis chicas de la casa amarilla cada vez que me entero que una se ha dado por vencida, y lloro con mis hijas cuando se sienten adoloridas a causa de un tropiezo o desilusionadas y asustadas por aquellos monstruos que ya es en vano seguir escondiéndoles, o cuando accidentalmente le paso por encima a un ciempiés culminando en el acto con su destino, como lo haría Dios. Pero la belleza es más grande que todo eso, es la vastedad de un cielo abarcando un pequeño monte, está esparcida en infinitas direcciones, y es misteriosa como el universo que apenas comenzamos a escarbar por arribita. La belleza está en la intención de cada día que aportamos en el mundo, en nuestras vidas y en las vidas de los demás.

Lo he leído y me lo han dicho siempre, la belleza la llevamos por dentro, si es que tenemos ese don. Pero últimamente he descubierto que eso no es del todo cierto. La belleza es mucho más que un don embotellado, es una magnitud expuesta, se manifiesta en el espacio excesivamente sin detenerse un instante, con una certeza magistral, es así de fértil e inextinguible, y de redundantemente bella. La belleza se refleja en los confines del espacio, hasta en lo grotesco y lo irregular, ya que para adquirir una fórmula perfecta que describa lo feo, ésta debe ser armónicamente bella.

Será lamentable y hasta ridículo, no me queda duda, pero es así de sencillo, me he contagiado con el mal de la belleza.

Wiccadiana

abril 27th, 2009 § 0 comments § permalink

Las Dianas son esenciales. Como las propiedades de la naturaleza, como los árboles del bosque, y más importante aún los arbustos de la gran ciudad, los que le dan ese toque aguantable a tanto bloque de concreto. Todos necesitamos por lo menos una para llevar una vida balanceada. Y si alguien se pregunta qué es exactamente una Diana, bueno, es eso mismo, una mujer que se llama Diana, obviamente.

Las Dianas que he conocido tienen algo similar, así como los sujetos del mismo signo o las tonalidades de un mismo color, ellas son de la misma sangre, de la misma madre, pero con encantos que las distinguen entre ellas mismas. Tienen algo de diosas y de pícaras, de despistadas y de traviesas, de ingenuas sin ser tontas. Lo saben absolutamente todo, aunque no lo quieran reconocer. Son una especie de cajita diminuta que uno abre y lo que se encuentra dentro es un elemento enigmático que no se explica por si mismo y que primordialmente emite frases incongruentes y cortadas que se parecen más a un dialecto desconocido que a la lengua que estamos acostumbrados, y que sin embargo con el tiempo se descubre una profunda relación lógica a todos los sentidos. Conseguir descifrar ese código impostor, raro y silencioso es difícil y requiere constancia, entonces puede que se te permita indagar un poco más allá, y es cuando caes en cuenta que esa cajita no es pequeña sino vasta y desbordada de incontables cualidades que se motivan y se multiplican con tu sola presencia.

Pero antes de que eso suceda, antes de conocer el valor de la Diana, normalmente se presenta la opción de cerrar esa cajita y evitar la tentación de descubrir el objeto misterioso, eso sería una cobardía innecesaria, un error. Lo aconsejable es abrirla y dejarte atrapar.

Las Dianas son acechadoras con la mirada, con el cuerpo, y con el silencio mayormente. Ellas son cazadoras por naturaleza y saben cómo llegar silenciosamente, ocupar la menor cantidad de espacio y encapsularte en su encanto para siempre. Mientras analizan la situación, se recrean sin timidez pero con medida y discreción, lo suficiente como para no hacerse notar. Mientras el ciervito que anda comiendo margaritas cerca de un lago en cualquier campo alegre, desconoce que la cazadora nos está mirando, observando cada movimiento, cada mordisco que damos, y ellas en ese mutismo absoluto que las diferencia y las cataloga como seres prehistóricos, llegan a conocer perfectamente bien a su presa. Prestan atención a los detalles mínimos, al ambiente que nos rodea, a los amigos, a los gustos que tenemos, a los males que sentimos. Por eso es tan fácil pedirle un concejo a una Diana, porque en todo ese tiempo que te ha conocido, te ha prestado una atención que no reconoces hasta que ese momento llega.

Las Dianas pueden llegar a intimidar, como no. Son de las que dejan profunda huellas en aquellos que nos dejamos arrastrar por su misterio. Son amigas, pero también son musas y amuletos mágicos. Son inalcanzable, así lentas como son, cosa que también las diferencia, sus parsimoniosos movimientos. Y sin embargo, no hay quien las atrape porque no se trata de eso, sino de dejarte atrapar. Las Dianas poseen una inteligencia inusual, en las matemáticas y en el arte especialmente. Son medidas en sus palabras y precisas en sus acciones, los bocetos no existen para ellas y todo ha de hacerse sin cometer un error desde la primera vez, como lo han hacho ellas por los años de los años. Poseen un gusto exquisito por los placeres de la vida, por la música y la comida. Comen lentamente y saborean cada etapa y forma que va tomando el alimento dentro de la boca. Para comunicarse es lo mismo, se toman su tiempo, lo hacen bien, aunque enredado, a su forma. En ellas es imposible reconocer la tolerancia por la mediocridad. Y la filosofía y religión que practican es normalmente un invento individual que ha surgido en ellas.

Son coquetas sin serlos. Los adornos con los que se acicalan tienen explicaciones importantes y nunca un detalle está de más.

Cuando se expresan lo hacen con un tono compungido y solemne, como quien está preparado para responder cualquier pregunta. Además, saben terminar oraciones que uno no logra comunicar. Si algo te preocupa, ellas saben cómo hacer limpiezas mentales.

Son salvajes y a la vez elocuentes. Por eso la asociación con los animales y el bosque. Poseen una fuerza física insospechada, son atletas por naturaleza, son hermosas y se llenan de un brillo inusual cuando son necesitadas y amadas.

Diana es un símbolo de la imaginación, la sensibilidad, la creatividad de todo artista. Son musas rodantes, mujeres que inspiran, que hablan de forma desorganizada y sin molestarse en terminar un párrafo comienzan tres y cuatro a la vez, y luego aquel caos va tomando forma y uno aprende a descifrarlas y a conectar las palabras y los conceptos. Cuando te dan un consejo, éste es sistemáticamente agudo y meticuloso, además productivo, sin caer en redundancias ni críticas innecesarias. Iluminan el sendero de la frustración y el aburrimiento mediante un aletargado silencio de vitales conocimientos. Son simpáticas y sus ingenios no dejan de sorprenderme. Tienen un sentido del orden absoluto. Todo tiene un lugar, y ellas saben dónde se encuentra. En medio de ideas confusas, con un simple gesto señalan la frase correcta, la que determina el por qué de las cosas y las situaciones.

¿Y yo me pregunto cuántas Dianas no existirán desperdigadas por el mundo? Pero ésta, de la que hablo hoy es «mi Diana» y lo escribo entre comillas porque esa y todas las Dianas que he conocido realmente no nos pertenecen sino que nos acompañan. Entonces, quien no tenga una Diana en su vida, que se ponga para eso.

Susan Boyle: un ángel encandilado

abril 16th, 2009 § 0 comments § permalink

Britain’s Got Talent, un concurso más de talento que yo ni siquiera sabía que existía, pero que he descubierto a raíz de un correo electrónico adjuntando un video que mi amigo Eric, mi boletín informativo privado, me envió hace unos días y que ahora me doy cuenta es la cotilla de oriente a occidente.

Por lo general todos buscamos pasar a mejor vida en vida propia, realizar los sueños que nos quitan el sueño, y aunque nos duelan los huesos, habita permanentemente en nuestro sistema la esperanza de lograr lo inalcanzable, que irremediablemente es parte de nuestras miserias, porque quien pueda declarar honestamente sin titubeo que ya no le interesa nada en este mundo, no está vivo.

Entonces llega Susan Boyle, una mujer con cara de luna, pelo enjambrado, cejas pobladas hasta un punto que habíamos olvidado era posible, aspecto provinciano, mirada tierna e inocente, físico robusto, espalda encorvada, piernas sólidas e incomodas por culpa de esa maldita aunque necesaria elevación que producen los tacones y que en un escenario ayudan a sentirse grande. Su apariencia descuidada llega a causar la burla de la audiencia e incluso de los jueces. Risotadas y abucheos componen un estruendo vergonzoso que no logra empañar el candor de esta dama obrera que copiosamente angustiada se dirige a hacer lo único que pude hacer en ese bochornoso instante, cantar y tratar de deslumbrar sin encanto alguno a esos que ya la están rechazando y juzgando de antemano. Ahí va, serena y desafiante, causando una modesta primera impresión. Lo que no era previsto es que Susan Boyle está a punto de rectificar cualquier noción descabellada que se haya comprendido acerca de su talento, por más imponente que pueda haber sido.

Tienen en frente al esperpento humano, cuarenta y siete u ocho años (la prensa no se decide), consumidos por el deseo de brillar. Sin embargo, se lanza con total desenvoltura, demasiado osada para los que consideran que su presunción es vana y ridícula, como ha sucedió en más de una ocasión cuando concursantes carecen de talento y debutan a payasear y robar un poco de cámara para sentirse en una gloria falsa y premeditada, que en realidad es un exhibicionismo desmotivado. Susan Boyle no se deja intimidar fácilmente, y con su imagen que no encaja en este mundo obsesionado con pelos lisos, maquillajes exóticos y cuerpos sospechosos, se decide a dejar magulladuras emocionales en este público impaciente. Ahí viene Susan Boyle, sin maldad alguna, como un extraterrestre recién llegado que se encuentra cara a cara con una manada de ruines infelices que no conocen otra cosa que su mundillo de humanos.

Susan Boyle vive con su gato Pebbles, y nunca ha tenido un novio, y lo que es peor, nunca ha sido besada. ¿Cómo? Entonces, sus labios vírgenes se destierran de aquella incómoda situación, porque ese es el momento que han esperado para cumplir con su destino, como todo lo que aquí vive y se deja manipular por la labor que se le ha asignado cumplir antes de que llegue el gran día que nos aguarda perdido en el tiempo y sin ningún tipo de duda nos arrastrará en su debido momento.

Esos temblorosos labios se entreabren nerviosamente, permitiendo dar luz a esa fuerza melódica que por fin, como genio liberado, se esparce y se va incorporando en un nubarrón acaparador que va aflojando hasta los pilares de hierro que sostienen aquel salón que ha sido testigo de tanto fracaso. Todos los presentes se mantienen boquiabiertos, atónitos e idiotizados, mientras ella súbitamente venerada canta como quien ha nacido para una sola cosa, el canto.

¡Bravo Susan Boyle!, celebro tu valentía y tu perseverancia, eso te hace la mujer hermosa que pocos conocían. Tu sueño ha sido sencillo, cantar en musicales. Tu fracaso hasta el momento, también ha sido sencillo, no habías tenido la oportunidad. Ahora, el mundo te escuchará atentamente auque seas la estrella menos deseada de todos los tiempos.

Una orgía de besos

abril 13th, 2009 § 0 comments § permalink

Cuando yo tenía 16 años vivía en un mundo mucho más pequeño que el mundo de los adolescentes de hoy en día. Es cierto que cuando me interesaba por el más insignificante misterio del universo, las historias de nuestros antepasados o la dirección de los museos en Paris, la gestión no era realizable al toque de una teclita diminuta; y aunque toda información de una forma u otra se manifestaba disponible, carecía de las diversas posibilidades de esa maravillosa conexión global con la que en su ausencia el mundo actual sin duda sería obsoleto e inoperante.

Me deslumbra ver la tecnología apoderarse con el totalitarismo de un ingenioso dictador. Ya conversar en realidad es chatear, los correos electrónicos, que era la forma más informal de comunicarse hasta hace un tiempo, es ahora una formalidad utilizada en casos específicos con datos importantes o enlaces a gigantescos documentos, y en cambio nos enviamos mensajes de texto hasta para terminar con una relación amorosa. Si no tienes un perfil en Facebook o en Twitter, comienzas a perder oportunidades de trabajo, el contacto con las amistades, porque obvio, es mucho más conveniente mantener un diario de tu existencia y asumir que todo el que te conoce lo está leyendo. Así es el mundo virtual, si no tienes una identidad la gente que te rodea te va arrojando al abandono, te dejan de enviar fotos de sus bebés, de sus viajes, ya no te enteras de las fiestas sorpresas entre tus amigos, ni lo que sucede alrededor de la ciudad los viernes en la noche. Es agotante seguirle los pasos a la tecnología, y por su culpa dependo tanto de ella como de las personas que me facilitan desenvolverme en tanto adelanto, porque por desgracia pertenezco al grupo de ineptos que sin la tecnología se desploma, y sin embargo no tengo la más mínima capacidad de resolver los problemas básicos que surgen en mi computadora, en la pantalla de mi carro, en mi ipod, en mi celular, y la lista continúa…

Para los adolescentes este es el mundo real, y no conocen ni conciben otra forma de llevar a cabo un día de principio a fin sin ayuda robótica, y de sólo imaginarlo consiguen asociarse con la prehistoria. En cierta medida me considero afortunada de haber vivo antes y después de la explosión tecnológica, y aunque ya soy parte de este nuevo mundo, recuerdo con nostalgia aquella sencillez en la que se desenvolvían los sucesos de mi vida. Era una joven sobreprotegida por mis padres, encarcelada en una burbuja llena del inevitable pánico que produce el exilio. Mis aburridas rutinas consistían en ir a la escuela y después al trabajo, pues había que ayudar a la familia a salir adelante. Luego regresaba a casa de noche y me ponía a estudiar o acabar mis tareas o proyectos escolares o caseros. De vez en cuando llamaba a una amiga o zigzagueaba por los canales del televisor para distraerme. Fuera de eso, mi vida era simple y predecible e increíblemente manual. Me perdía en libros y cintas de casetes o inventando con hilos y estambres por las horas de las horas. Los fines de semana también trabajaba, mayormente los sábados, y mejor ni menciono lo que hacía para ganarme la vida, ahora que por fin lo he suprimido de mis memorias. A veces, luego de mucho rogar, mi padre me dejaba en el cine y a las tres horas, como un agente policial, me recogía en la entrada. Mis padres me concedían permiso para ir a muy pocas fiestas, y normalmente consistían en tomar el té de cuatro a ocho de la noche en casa de una amiga. A los conciertos sólo podía asistir en compañía de mi hermano, quien odiaba chaperonearme y me resentía cantidad cada vez que llegaba Bon Jovi o Mötley Crüe en concierto.

Seguramente los tiempos siguen siendo iguales y las modas recurrentes, pero para mí han cambiado con soberbio rigor. La juventud de hoy en día tiene una acceso desmedido y exagerado a la información que me desconcierta por completo, y me asusta también.

Se me va acumulando la lectura, y a veces leo cualquier tarde el periódico de hace ya un tiempo considerable. Eso fue lo que me ocurrió la semana pasada con un artículo que encontré en el New York Times de hace unos meses que me llamó mucho la atención. Y es que la juventud de este milenio se expresa sentimental y sexualmente mucho más desinhibida que en mi época. No quiero decir que los jóvenes de antes fueran más inocentes o menos promiscuos, pero al menos con los que yo me crié no se veía lo que se ve ahora. Precisamente en ese artículo se hablaba de la sexualidad entre los adolescentes, y pone por ejemplo a Chile, país que a mi parecer era del más elevado recato sexual. Resulta que se ha puesto de moda un club para adolescentes de 14 a 18 años, exclusivamente para besarse. En la barra piden refrescos y chicharritas porque no es legal consumir alcohol a esa edad, pero en público es pasable que se aprieten y se besen hasta la sien. Ya no es suficiente con esos métodos de internet que se marketean mediante formulas diseñadas de modo irresistible y alcanzable para atrapar a los más inocentes, sino que existe además el lugar donde físicamente se pueden entregar a las exigencias del cuerpo adolescente. Esta desmesurada explosión de contenido explícito en portales y networks sociales que abundan en la internet, están modificando la forma en cómo vivimos y cómo nos comunicamos, e inevitablemente cómo nos enamoramos.

En estos clubs también organizan unos juegos, por lo que el informe dio a entender, macabros, donde los muchacho se dejan cubrir los ojos por un pañuelo y se paran uno por uno en el centro del escenario a esperar a que todo el que quiera lo abofetee, hasta el mismo dj, quien da por terminada la prueba del beso. A continuación ese muchacho podrá elegir para besar a la muchacha que le guste, y ésta no se puede negar, sea quien sea, es el pacto que se hace al cruzar por el umbral del antro. Estos locales se han diseñado para conocer gente mediante besos. En la pista, mientras brincan al ritmo de esos ruidos musicales, se echan un sofocante vistazo y si surge un mínimo chispazo ahí mismo se entrelazan en un extraño beso, luego se determinan las próximas bases y la posibilidad de una relación. Como todo lo moderno, gratificación instantánea, y si ese beso no es de un agrado mortal, no pretendan una segunda oportunidad.

Los chicos entrevistados consideran que este proceso innovador ha de convertirse en un modelo para otras sociedades, pues facilita el contacto con la gente de su edad sin tener que rendir cortejos a nadie. Me imagino a estos chicos viendo los vídeos de Sandro, Nino Bravo, Dúo Dinámico, se morirían por lo menos de la risa con tanta cursilería romántica. En mi opinión, no es que no comprenda que los tiempos cambian y la forma en que la gente se conecta también, pero ese primer beso para mí es un instante memorable que resume el misterio que hasta ese momento sentía por esa persona. Habría que probar, meterse en una orgía de besos y ver el efecto, tal vez hay algo ahí que me estoy perdiendo.

De la cintura para arriba

abril 12th, 2009 § 0 comments § permalink

Los adolescentes hoy en día hablan con absoluto desenfado acerca del tema homosexual. En las escuelas hasta se ha puesto de moda estar en pareja con alguien del mismo sexo. Hace unos meses estuve trabajando en un pre-universitario diseñando los trajes para una obra de teatro, y los actores se la pasaban en un toqueteo tremendo, entre todos y sin diferenciar. Primero pensé que los actores de teatro siempre han sido así, pero luego confirmé que en su mayoría el resto de los estudiantes padecía del mismo síndrome. Algunas muchachas para llamar la atención de los muchachos se besaban en el comedor, se daban caricias esmeradas, mientras que unos cuantos muchachos se daban la mano sin el menor titubeo, aunque estos no me parecía que lo hacían para llamar la atención de las mujeres.

Cuando yo iba a la escuela, a finales de los 80s y principio de los 90s, si alguien descubría que tenías intereses íntimos por otra chica, te ponían la cruz. Aunque fueran niñas lindas, populares, con un récord heterosexual limpio, te ponían la cruz. Y si no eras muy guapa, doble cruz. Ahora resulta en uno de los más importantes atractivos y, en especial las chicas, lo utilizan como carnada para clavar el anzuelo a la manada de adolescentes calenturientos que les parece que la bisexualidad es la moda a seguir. Todo ha cambiado, menos mal! Pero curiosamente las chicas de mi edad aún tienen sus reservas, y esas fantasías que han sentido o ese gusto que nunca se han dado sigue martillándoles el subconsciente. Muchas aún sienten miedo de ser juzgadas, temor al que dirán de decidirse a dar ese paso que sin duda hay que tomar. No nos podemos ir al hoyo sin probar esos placeres (bueno, por lo menos las que en algún momento lo hemos deseado), y no nos engañemos, los hombres no tienen idea de ciertos puntos cardinales.

Ya estoy cansada de escuchar lo mismo, me gustan las mujeres de la cintura para arriba. ¿Qué es eso por favor? O te gustan o no te gustan. Esa justificación de que de las cintura para abajo es lesbianismo y de la cintura para arriba es paja, qué clase de cuento. Además, el que una mujer se sienta atraída por otra no quiere decir que se tiene que casar con ella. Seamos más como las adolescentes de hoy en día, que prueban y luego determinan. Abajo con los títulos y arriba la libre voluntad que cada cual decida imponerse.