Visita de afuera

octubre 25th, 2017 § 0 comments § permalink

Mi novio llega en dos días. Los preparativos son desgastantes, como si viniera un rey. Él es mi rey. Así es aquí: cuando uno se prepara para recibir a un visitante debe anticipar una serie de detalles que de lo contrario carecen de urgencia ante la gran envergadura que consume la realidad cotidiana. Pero que no haya papel higiénico en ningún lugar de La Habana es incompresible. Algunos dicen que es por falta de abastecimiento y otros culpan al huracán Irma, y lo que es peor, hasta noviembre no se resolverá ese tema. En efecto, son explicaciones inconclusas y sospechosas.

Entre risas y calenturas telefónicas AIR me pregunta si bromeaba con lo del papel higiénico unos días antes cuando le pedía que trajera unos rollos. Entre risas y ya nada de calentura le reafirmo que sí, que traiga. Cuelgo apenada y luego pienso que total, si vamos a sostener esta relación a larga distancia mejor se acostumbre a las sorpresitas que en cantidades diabólicas reúne este país.

Me meto al baño por enésima vez. De otra forma imposible con estos calores. SURPRISE!!! Se acabó el agua y la cabeza la tengo enjabonada. Llamo a la señora que vive en el piso de abajo, que es la que maneja el motor, y no entiende cómo me he quedado sin agua. Tal vez mi llave no tiene suficiente presión, agrega. Yo que no tengo la más mínima idea de lo que me está hablando, le ruego que prenda el motor un rato pero se niega pues dice que la cisterna está a nivel y que aunque el agua debe entrar al día siguiente, no es seguro porque ya anunciaron en la tele que van a hacer algún tipo de obra en nuestra zona por la cual es posible que haya que cerrar la entrada de agua. Eso quiere decir que el agua no entraría hasta el viernes. Reviso los dos tanques y en efecto, están vacíos. ¡Maldición! Tal vez por causa de las pruebas que hizo el técnico de la lavadora o alguien que no descargó bien el inodoro, nadie sabe con certeza. Como no estaba preparada para este tipo de imprevisto, no tengo reserva alguna, ni siquiera para beber excepto la olla que habitualmente hiervo en las mañanas.

Intento mantener la calma. Vivir sin electricidad es duro pero sin agua es imposible. Acepto la oferta de mi vecina de al lado y la de la señora del primer piso y subo agua a casa en un cubo de limpiar y varias palanganas. Quién se iba a imaginar que la falta de papel higiénico fuese un reto intrascendente en comparación.

Recojo a las niñas de la escuela y vamos directo a casa de mi tía a lavar y a que se bañen porque todavía estamos sin lavadora. Todo esto a pie y bajo un sol rajante y sonante.

Esa noche me acuesto depauperada. No hice nada en todo el día que no fuese buscar papel de baño en mil sitios y alterarme por la falta de agua. Medito y logro dormirme con la esperanza de que las obras pendientes no afecten la entrada del agua. Lo más tétrico del asunto es que ya no estoy pensando en mí, ni siquiera en mis hijas, sólo pienso en la expresión en la cara de mi rey cuando le cuente los nuevos sucesos.

En vano abro el grifo apenas despierto. No cae una gota de agua. Llamo mil veces a la vecina del primer piso a ver si por fin entró pero nada. Sobre las 8 de la noche prende el motor para que entre lo poco que queda en la cisterna porque el agua no vuelve a entrar hasta el viernes y es apenas miércoles y ahora el edifico entero está en crisis. Desgraciadamente esto ocurre en el momento que estoy con las niñas en casa de unos amigos cenando y aprovechando para ducharnos. Una vez en casa me doy cuenta que en esa media hora que se puso el motor no me entró agua. Llamo a la señora de abajo desquiciada y le imploro que por favor lo ponga una vez más a ver por qué a mi tanque no le entró nada de agua. Tampoco ella entiende y me reitera lo de la poca presión de mi llave. Acepta a regañadientes ya que casi no queda agua en la cisterna en caso de emergencia. Subo a la azotea a ver qué pasa y me doy cuenta que en mi tanque el agua cae con muy poca presión. Pero el de al lado que es el tanque madre del edificio no tiene tapa y noto que el agua corre con mucho más fuerza.

Sé que de un momento a otro van a apagar el motor y con el chorrito que cae en mi tanque no alcanzará ni para fregar los platos. Bajo corriendo a la cocina y subo con una olla para coger un poco de agua del tanque madre. Empiezo a verter olla tras olla en mi tanque. Pierdo la cuenta, pero habrán sido lo suficiente como para un par de duchas y una o dos o tres descargadas de inodoro. Respiro aliviada porque tengo agua para recibir a mi rey al día siguiente y con suerte ya para el viernes al medio día todo esto habrá sido un mínimo percance más. Pero claro, esto es sólo una solución provisional.

En medio de este momento crítico me tocan a la puerta y es la vecina. Me pide que le guarde el traje de novia hasta por la mañana para que el novio no lo vea. Además me pide que le guarde dos bolsas de hielo en el congelador. No tenía idea que se casaba pero le acepto el traje aunque no las bolsas de hielo porque mi congelador es diminuto. Me ofrece un par de cubos de agua que acepto con gratitud y con los cuales limpio el piso y el baño.

Esa noche me acuesto casi feliz. La casa está limpia y tengo una reservita de agua. Con eso me basta. Unas horas más tarde despierto con el corazón a mil. Por fin voy a ver a mi vida linda que llega al medio día. La vecina recoge su vestido y me hace sacarle fotos mientras la peinan y la maquillan. En una esquina de la sala de su apartamento está su padre nervioso, mientras el peluquero y el repostero arman el cake que por obra del más allá no se ha caído cuando la mesa coja perdió el balance al correrla hacia la pared. Ya una vez salvado el pastel, los ayudo a colocar la champaña y las copas vestidas de flores mientras el repostero nos cuenta la odisea para conseguir los huevos. Es verdad, hace días que no he visto huevos en ningún lugar a no ser por la libreta que supe que dieron cinco por persona.

Un Chevy descapotable rojo y blanco se lleva a la novia al Bufete internacional. Desde mi ventana filmo cada detalle. En el aeropuerto no tengo que esperar mucho tiempo y apenas veo a AIR toda preocupación desvanece. Besos y más besos en todo el trayecto.

Al llegar a la casa notamos que la fiesta de la boda está en su apogeo. Nos recibe el gran pastel de merengue y una histriónica música de reggeton. AIR no se puede quejar, la experiencia folclórica cubana en todo su esplendor.

Pasamos un fin de semana romántico. Azotea, ron y puestas de sol. Cogemos la lanchita de Regla para cruzar la bahía y visitar el estudio de un amigo artista, y esa noche optamos por ir al teatro a ver una danza inspirada en Afrodita y Yemayá tan desastrosa que nos escapamos apenas finaliza el segundo número. Terminamos en el Sia Kara donde un chico onda el piano bar del West Village, improvisa New York, New York con desmedida gracia e ingenio sobre la realidad cubana. El domingo pasamos por donde mi tía a tomar café y a poner ropa a lavar. Mi tío le enseña fotos a AIR de sus andanzas por el mundo, certificados y premios científicos que nos son pocos. Además la foto con Fidel cuando visitó el acuario y él todavía era el director. Ya en el aeropuerto nos despedimos algo triste. AIR promete volver pronto, llamarme a diario, traerme la próxima vez todo lo que conforma la infinita wish list de aquello que no se encuentra aquí.

 

 

 

Cuarta semana

octubre 24th, 2017 § 0 comments § permalink

Los días en La Habana carecen de sentido si no transcurren bajo el encanto del realismo mágico. Cuelo el café mientras cavilo qué preparar para el desayuno de a las niñas. Un colibrí negro azabache y verde entra por la ventana de la cocina y sale por la puerta que da al balcón. Pasa tan rápido que primero no me percato y sólo percibo una sombra veloz. Vuelve a entrar y se detiene frente al fregadero aleteando con furia. Quiero llamar a gritos a las niñas para que lo puedan ver pero sé que eso lo ahuyentará. Me quedo quieta, observando la hermosura y agilidad de este pequeñín que parece susurrar algo a mis oídos que no alcanzo a escuchar. ¡Zaz! Desaparece.

Dejo a las niñas en la escuela y me encamino al parque Coyula para conectarme a Internet porque tengo correos pendientes. Frente está una sucursal de Sylvain: Dulces, Panes y Harinas. Me doy un brinco para comprar harina con la idea de hacerles crepes a las niñas en cuanto “aparezcan” los huevos. Sin embargo, cuando le pregunto a la dependiente por el preciado polvo, me mira confundida como si pidiese cola de zapato. Insisto y por fin me responde que no con cierta suspicacia aunque mi intención no ha sido tomarle el pelo. De ahí voy al agromercado y me entero que los lunes no abre pero como soy nueva aprendo a golpes. Sigo a casa por la calle 42 hacia abajo camino a casa en busca de papel higiénico, a ver qué encuentro pese a los rumores. Entro a una tienda a ver qué hay pues si algo he aprendido en estas semanas es que nunca se sabe con lo que te vas a topar ni dónde. No hay papel higiénico pero hay platos de cartón. Llamo a una de mis tías porque mi primo se casa en unas semanas y ella lleva rato detrás de unos platos de cartón para la fiesta. En medio de la llamada me quedo sin saldo en el celular y todavía no me ha entrado la recarga que puse desde el parque. Mi tía tampoco ha de tener saldo porque no me llama de vuelta. Los compro por si acaso porque lo que encuentras hoy mañana desaparece.

Suelto los bultos en casa y vuelvo a salir. La falta de papel higiénico ha creado un estado de desatino visceral en casa y es en vano sentarme a escribir consiente de que debería estar en la calle “resolviendo”. Llego al mercado de 42 y 20. Of course, no hay papel higiénico pero encuentro otras cositas como salsa brava para las patatas y leche condensada. Aunque no la necesito pero lleva perdida tanto tiempo, compro seis latas por si acaso. Hago una cola infinita para ello y además compro chocolate en polvo y dos Sneakers para darle la sorpresa a mis niñas cuando lleguen del cole. Noto que están sacando yogur y unas cajitas de Klenex. Pido el último en la fila y me llevo ocho cajitas a 2.15 CUCs por unidad para resolver lo del papel higiénico y el de las servilletas. Pero en la cola me dice una señora que en 42 y 39 hay otras más baratas. Dejo la mitad y pago el resto excepto el yogur que no se puede pagar en esa caja. Regreso a la caja anterior y pido el último otra vez. Diez minutos más tarde llego a la cajera y me informan que el yogur tampoco se puede pagar ahí. La señora que está detrás de mí me explica dónde es que debo pagar: en una registradora que está entre las carnes y los jabones de lavar pero está vacía. Pregunto y finalmente otra señora que me trata de “mimi” me dice que ella me lo cobra. En lo que pago por el yogur me entra ansiedad sobre el papel higiénico y decido comprar más cajitas de Kleenex porque quién tiene fuerzas para ir hasta 42 y 39 para ahorrarse unos quilos. Otra vez hago cola para pagar por otras cuatro cajitas de Kleenex. En la puerta del mercado enseño los cuatro recibos para que me revisen la mercancía.

 

Me llama mi hija menor. Suelto las bolsas y respondo asustada anticipando lo peor porque esa es la naturaleza que producen esas llamadas en horarios escolares. Está en receso y quiere infórmame algo agitada que la maestra de biología ha pedido a la clase que mañana deben traer un girasol, semillas de girasol y papel de cocina. Desconcertada le digo que no se preocupe que intentaré encontrarlo todo. Camino y entro a cuanto sitio se cruza en mi camino sin lograr mi objetivo. Me llego a otros dos sitios donde venden flores pero nadie tiene girasoles. Allí me explican las dependientes que el huracán Irma se los llevó todos. Tiene sentido pues es cierto que desde el día de la Caridad del Cobre que fue un día antes del ciclón, no he vuelto a ver girasoles. Aliviada —no por la desforestación sino porque sé que nadie va a llegar a la escuela al día siguiente con girasoles— regreso a casa con las manos vacías. Sin embargo sigo crispada con la osadía de la maestra que asume que de lunes para martes puede exigir hasta papel de cocina cuando ni siquiera tenemos papel higiénico.

 

 

 

La lavadora

octubre 17th, 2017 § 0 comments § permalink

¡Yupiiii, conseguí lavadora!

La casa que alquilamos venía con lavadora excepto que cuando nos instalamos ya no estaba. En vano explico a la dueña mis razones de por qué no se debe promocionar algo que no existe y mucho menos alquilar una casa sin lavadora.

Ya estamos aquí y hay que resolver. Voy a varias tiendas pero nadie tiene lavadoras. Me dicen que por el Cira en 42 hay electrodomésticos y en efecto encuentro una lavadora. Es la propia dependiente quien me desanima en un momento de impulso y felicidad cuando anuncio que me la llevo. A según ella las Midea están saliendo malas y no sé si agradecerle la honestidad o llorar.

Esa noche le comento a un amigo mi situación y compadecido me ofrece una lavadora que era suya y ahora está en casa de un amigo que ya no la quiere porque tiene una nueva. Me la hace llegar y le pago 20 Cucs al chofer y acompañante. Me la suben dos pisos a duras penas. La entran al comedor pero ya no pasa de la puerta hacia la cocina. Además falta la otra puerta de la cocina que da para un balcón con lavadero y llave de agua donde la pienso colocar. Llamo a un señor que me recomiendan que antes era mecánico de carros y ahora hace de todo un poco. Llega a casa al día siguiente con su asistente, una señora de 85 años, y él ha de tener la misma edad. Cuando llegan a mi piso ambos deben sentarse un rato en la sala para recuperar las energías perdidas del viaje en guaguas y las escaleras que no son pocas. Les ofrezco agua, jugo, café. Todo lo aceptan en ese orden. El señor es un dulce, de esas personas que han vivido muchas vidas y ya nada ha de sorprenderlo. Se mueve con asombrosa lentitud. Sentado en una silla, deshace las puertas y muchas horas más tarde ya está instalada la lavadora. La señora es más seria pero también encantadora. Usa medias largas con alpargatas a pesar de que las gotas de sudor me corren por el canalillo en caudales. El pelo lo lleva en cebolla, tiene la cara pequeña y se ha tatuado o delineado fuertemente las cejas en marrón. Le va alcanzando las herramientas según él le indica y se vuelve a parar a su lado. Les pregunto si son pareja y ella responde que sí, que llevan juntos 8 años. ¿Alguna vez discuten? Sólo cuando se mete en la cocina a husmear mientras preparo de comer, dice ella. Siempre que podemos yo la llevo al cine, a tomar helado, a bailar, y a dónde ella quiera, agrega él. Me pide 4 Cucs por el día de trabajo. Le doy 5 y le digo que saque a la novia de paseo.

Llevo días caminando a la casa de mi tía o a la de algún amigo a lavar. Así pues, el momento de usar mi propia lavadora es de una emoción desenfrenada. Meto sábanas y toallas y la prendo. El agua, aunque entra en la máquina se escapa por la manguera. Saco todo y llamo a un técnico. Pero con tantas inundaciones en el malecón y máquinas rotas me dice que no puede venir hasta el martes, es decir en cuatro días. Luego de varios intentos, el técnico confirma que la lavadora no tiene arreglo. De pensar en hacerlo todo a la inversa se me aflojan hasta las piernas.

Pasan las semanas y aún sigo sin lavadora, mas un pajarito me ha dicho que están a punto de entrar.

Segunda semana

octubre 17th, 2017 § 0 comments § permalink

 

Primer día de escuela. Esperamos en el patio a que llamen a los diferentes grupos. Las niñas están nerviosas. K, la pequeña se agarra de mi brazo con fuerza y con discreción se enjuga las lágrimas de nervios escondiendo su carita en mi pecho para que no la vean sus futuros compañeros de clase. T, la mayor, me sorprende y, luego de haber expresado un alto grado de ansiedad durante las semanas próximas a nuestra mudanza, se comporta con soberano sosiego.

Saludo a sus maestras, las dejo en sus respectivas aulas y me voy con el corazón apretado. Llego a casa. Es el primer día que tengo para organizarme, para trabajar, pero cuando me siento frente al ordenador me es imposible concentrarme. Tanto ha ocurrido en tan pocos días que no sé ni por dónde comenzar. Me tumbo en la butaca y abro Esperando a los bárbaros de Coetzee, novela que no había leído a pesar de que lleva tiempo en mi lista y de que conozco gran parte de su obra. Me engancha enseguida. Han detenido a un viejo y a un niño y los guardias los acusan de haber estado involucrados en un robo de ganado. El viejo le explica al magistrado que ellos no han tenido nada que ver con el robo y que estaban de camino a verse con un doctor porque el niño tiene una úlcera en el brazo que no se le cura. Sigo leyendo y todo lo que viene es horripilante muy a pesar de que el magistral se apiada de la situación y de los llamados bárbaros. El pensamiento más espantoso es aquel donde un niño sufre y es física y emocionalmente maltratado, que es precisamente lo que le sucede al niño.

Cierro el libro y hago una lista priorizando proyectos pendientes, llamadas que debo hacer a mis editores, objetos que debo comprar para la casa, abastecer el refrigerador de nuevo, mandar a hacer una cama porque en el cuarto de las niñas sólo hay una, revisar un manuscrito. En fin, lo cotidiano y lo intelectual a partes iguales.

Pasan los días y se termina la semana. Las niñas están rebasadas con tantos deberes escolares y en una lengua académica que no es a la que están acostumbradas. Pero han hecho amigos y adoran a sus profesores. Diseño un plan para el fin de semana que incluya mar y diversión porque han trabajado demasiado tarde y noche cada día después de la escuela. También yo estoy exhausta y resentida porque sin mi ayuda constante no podrían con tanta tarea y no me resta tiempo para otra cosa que nos sea ellas.

El sábado vamos a la piscina natural del Copacabana. Es uno de nuestros sitios favoritos. Lleno de italianos y cubanos nos damos un chapuzón y con las máscaras vemos peses, erizos, cangrejos. En la noche vamos al Gran Teatro a ver a la compañía de danza de Carlos Acosa. Un espectáculo estupendo, fresco, cautivador. La cultura aquí es accesible y le sacamos provecho. A las semana siguiente volvemos al mismo teatro a ver a Rufus Wainwright con Carlos Varela de telonero. Es un momento mágico ver a Rufus en vivo. ¿Quién se iba a imaginar que fuera aquí en La Habana y tan cerca del escenario? Canta casi todas mis favoritas además una versión un tanto forzada pero igual emocionante de Drume Negrita. Le pudo haber quedado mejor y habría sido algo maravilloso porque lo menos que uno se imaginaría es su voz de lares tan lejanos profiriendo amenazas sobre un babalao que da paupau.

En su discurso, Rufus habla sobre el payaso naranja y su ilusión de que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos sigan estrechándose. Aunque todo parece indicar lo contrario. Ahora para colmo el incidente en la embajada americana. Rufus además hace hincapié sobre la falta de derechos para los homosexuales en Cuba y en varias ocasiones trae a colación a su marido que está sentado en el público. Mi hija mayor T queda hechizada.

Salimos del teatro y tomamos un taxi. Nos metemos por Neptuno y allí llegando a Galiano vemos a unas muchachas conversando que arrastran un cargamento de papel higiénico. Frenamos en seco y mi amigo les grita desde la ventana cuestionando dónde lo habían conseguido. Nos dicen que en La época, que está ahí mismo en la esquina. Cuando nos acercamos a la tienda ya ha cerrado.

Llegamos a casa cautivadas aún con Rufus pero sin papel higiénico.

 

 

 

La Habana: Semana 1

octubre 17th, 2017 § 0 comments § permalink

Aterrizamos en el aeropuerto José Martí un martes al mediodía. Corremos con suerte porque no hay colas para atravesar seguridad y las maletas salen rápido. No siempre es así y a veces hemos tardado hasta dos y tres horas.

El apartamento que sólo hemos visto en fotos y no estábamos seguras de qué esperar, nos agrada. Los muebles son anticuados y los aparatos eléctricos están viejos y poco a poco habrá que cambiarlos, pero el espacio es amplio, luminoso, con un balcón en la cocina y una azotea cuyas vistas son inmejorables.

Soltamos los bultos, almorzamos algo que mi tía nos ha cocinado y en silencio pasamos la tarde y la noche acomodando las pocas pertenencias que hemos traído. Las sensaciones son intermitentes. Risas, lágrimas, preocupaciones, dudas, inquietud, excitación.

De vez en cuando nos timbran las abuelas para darnos el parte sobre Irma que ya parece que su pasada por Cuba será inevitable. Al día siguiente nos vamos de compras pues no tenemos ni azúcar en casa. Los mercados son bastante distinto a lo que estamos acostumbradas, además ya la gente, alertada sobre la entrada del ciclón por oriente, forman colas de terror. No me sorprende pues he vivido otros sustos de huracanes en Miami y en Nueva York y sobre todo en Miami la gente entra en una especie de estado de pánico visceral como si fuese a acabarse el mundo. A mí me han tocado varios comenzando por Andrew cuando era una adolescente y que dejó mi casa sin corriente un mes y medio.

Mi suerte adversa con los huracanes es cabal y no me queda duda de que Irma aunque no pasase por La Habana actuará como tal. Viviendo en Miami varias veces una tormenta tropical me tumbó la corriente y el teléfono varios días. Con Vilma fueron dos semanas. Salí huyendo de Xcaret por gusto porque Katrina me siguió los pasos hasta Coconut Grove y con una niña de un año y medio y otra de cuatro meses estuve en la oscuridad un mes y medio. Por no hablar de la avalancha de mosquitos que se desató por esas fechas en los Everglades que para ir de la puerta de la casa al carro teníamos que cubrirnos con mantas y correr. En el otoño del 2012 Sandy peinó a la ciudad de Nueva York y el agua que inundó al túnel de Brooklyn se filtró en el edificio donde vivíamos destruyendo por completo el sistema eléctrico. Tomó dos meses reemplazarlo y ya cuando por fin recuperamos el apartamento había llegado el invierno.

Así pues, le damos frente a Irma sin dejar que el temor nos domine. Hiervo toda el agua que puedo y lleno cubos, pomos plásticos y calderos. Compro huevos, papas, leche en polvo, media docena de paquetes de pasta e igual cantidad de cajitas de salsa de tomate, pan, una barra de guayaba, Nutella, ajo y cebolla. Con eso y gas sé que puedo surtir un menú variado por un par de días. En víspera de Irma preparo una cena como si fuese la última y nos vamos a dormir con la barriga a punto de explotar y el aire a condicionado a todo dar especulando lo peor.

Al día siguiente ya han cortado la corriente. Por suerte el gas no lo han quitado y los tanques de agua están llenos hasta el tope. Las abuelas se han trasladado a la casa de mi tía la que vive cerca de mí. Mi otra tía vive en Santa Fe y ha decidido pasar el ciclón allí. La inundación ha sido de casi dos metros de altura y a causa de la platea en los siguientes días de luna llena se le vuelve a inundar la casa dos veces más esa misma semana. Todos ayudamos a sacar el agua con el haragán o la escoba y luego a limpiar y desinfectar los pisos, paredes y muebles pues el mar que ha entrado venía arrastrando además con todo lo que ha encontrado en su camino.

Las niñas, con una resiliencia y disposición admirables, no se quejan y asumen con naturalidad este nuevo capítulo. Pero hay cosas que comienzan a perturbarme. El papel higiénico es una de ellas. Se ha perdido, dicen en la calle y no lo abastecerán nuevamente hasta noviembre clarifican por la tele.

El calor es memorable. Las sábanas amanecen empapadas en sudor. El tanque de agua baja a pasos agigantados y eso que hemos conservado a conciencia pero ya lo que queda es un filito.

Ya vamos por cuatro días. Sentada en la sala miro fijo hacia el techo e intento valorar mis opciones en los próximos días sin agua y corriente. Todo en el refrigerador que tanto trabajo me costó conseguir se ha arruinado y el agua potable comienza a escasear. El tanque en casa de mi tía está vacío y ya varias veces les he subido cubos de agua desde la cisterna.

Dormito ya que con este calor no puedo ni leer. Las niñas juegan yaquis a mi lado y esas voces alegres en medio de tanta adversidad me mantienen fuerte. De golpe me fijo que la luz fría está encendida y al instante escucho una ola de gritos por todos lados celebrando que ha entrado la corriente. Dos horas más tarde la quitan pero luego regresa a la media noche y por fin restablecen la electricidad.

En apenas unas horas se cumplirá una semana de estar aquí en La Habana y ya parece una eternidad.