Dos chicas

octubre 26th, 2009 § 0 comments § permalink

No quería casarme.

Entre varios motivos, dos eran los más importantes. En principio porque las bodas me aburren tremendamente y no deseaba pagarle con esa moneda a la gente que quiero. Además, no concibo ese despilfarro de dinero en vestidos que no se volverán a usar, zapatos incómodos y hectáreas de flores desperdiciadas. El otro motivo, más importante aún, es que mi boda se llenaría de amigos y familiares que no disfrutaban de los mismos derechos que mi pareja y yo. Eso no me cuadraba en lo absoluto. Y ahora, diez años más tarde todavía siento un gran sentimiento de culpabilidad cuando veo las dificultades que han pasado y siguen pasando las parejas gays que estaban ya unidas en aquel momento y que pacientemente contemplaron a la “gente normal” unirse legalmente.

Discutir estos temas con las personas que se oponen a los derechos nupciales de los gays es una completa inutilidad. De hecho, lo acabo de comprobar nuevamente no hace mucho. Bebiendo el té con un amigo y hablando sobre la belleza y otros temas más o menos superfluos, surgió aquello de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Él me aseguró que todos los activistas eran unos sinvergüenzas y que los sucesos posteriores a esa legalización serían devastadores: el matrimonio entre hombres y caballos, y más adelante entre hombres y ballenas también. No puede menos que reírme, pero en realidad detrás de esa burla había escondido un rencor y un desprecio digno de lástima. Claro que con la lástima la gente siempre termina pasándose de rosca, así que terminamos como perro y gato.

Semanas después en la playa, mientras intentaba solearme pero en realidad construía castillos de arena con mis hijas, observaba a dos chicas muy cerca de donde estábamos. Eran hermosísimas y de verdad que daba gusto verlas en pleno romance. Me gusta ver lo que hace y poner atención a lo que dice la gente cuando no se percata de que está siendo espiada. La playa es un excelente lugar para hacer vida de escritora, se ven tantas cosas que luego terminan en el ordenador. Es inevitable, nos comportamos diferente cuando estamos bajo los hechizos del sol y rodeado de mar y arena. Todo el mundo prácticamente se desnuda y hasta los más conservadores enseñan yardas y más yardas de piel, y ésta no tiene ni que estar en buen estado. Los hilos dentales se cuelan en cualquier nalga así sea la cosa más desagradable al ojo humano. Nada que no me voy a poner a criticar pero en la playa la gente hace lo que le viene en gana porque es así, el mar es peligroso y descaradamente liberador. Las parejas se aprietan más, se aplican y se frotan las pomadas bloqueadoras y se rozan los filitos de las zonas eróticas, se tumban unos sobre los otros como si se encontraran en una cama gigante, y cuando dos chicas se besan entonces se arma un escándalo en nada más y nada menos que Miami Beach. ¡Por favor!

Yo llevaba rato contemplándolas, poniendo atención al cuchicheo tierno entre dos personas abandonadas al misterio de ese magnetismo irremediable que embobece cuando nos enamoramos. Eran guapas y jóvenes, de cuerpos firmes y tal vez demasiado deseables. Estaban enajenadas y hablaban de cosas lindas, hacían planes para el futuro inmediato, como donde iban a cenar esa noche y a cual tienda irían de compras al día siguiente y cuantas calorías era posible perder montando bicicleta desde South Beach a Biscayne Boulevard. Cosa que quise responderles inmediatamente porque tengo un amigo que hace ese trayecto en su bici a diario y me ha dado la cifra una y mil veces. Entonces me puse a conversar con ellas un rato y terminaron contándome una historia horrible de lo que habían pasado ambas para estar juntas. Y ahora que por fin habían logrado rebasar los obstáculos era imposible casarse o legalizar su relación.

Me quedé triste con esa historia de amor imposible y me lancé al mar con mis niñas. Desde el agua las observaba con pena, pues debe ser horroroso tener tantas ilusiones y que sean otros los que decidan. Fue en ese momento cuando las chicas lindas se dieron un beso. Nada obsceno ni mucho menos, tan sólo un besito de piquito. De pronto una pareja de americanos de algún estado muy lejano se levantaron incómodos y se fueron a quejar con el salvavidas. Éste por supuesto les explicó que ese no era un asunto de vida o muerte y ni siquiera relacionado con el mar y por lo tanto poco o nada podía hacer por ellos. Desde el celular marcaron a la policía. Eso tampoco funcionó. Es que por suerte en Miami vivimos en una burbuja, especialmente en la zona playera, y el policía también siendo gay casi se los lleva presos por levantar calumnias y arrojar cabos se cigarro en la arena.

Nada que ya se va haciendo urgente un cambio de algo. Hace falta que se apliquen leyes de igualdad y de que los homofóbicos que creen que el amor entre dos personas del mismo sexo es una unión relacionada a la zoofilia o algún otro concepto de igual improbabilidad, que descarten esa bobería insólita de una vez por todas que es muy injusto y riesgoso que personas tan retrógradas sean las que tengan el mando con este asunto. Pero principalmente ya es el momento, desde hace tiempo, de legalizar el matrimonio gay en los Estados Unidos que en esas cosas de papeleo nupcial es tan igual como cualquier otro derecho entre parejas, y que además nos las damos de avanzados pero qué va nos han tomado la delantera desde hace rato.

De la cintura para arriba

abril 12th, 2009 § 0 comments § permalink

Los adolescentes hoy en día hablan con absoluto desenfado acerca del tema homosexual. En las escuelas hasta se ha puesto de moda estar en pareja con alguien del mismo sexo. Hace unos meses estuve trabajando en un pre-universitario diseñando los trajes para una obra de teatro, y los actores se la pasaban en un toqueteo tremendo, entre todos y sin diferenciar. Primero pensé que los actores de teatro siempre han sido así, pero luego confirmé que en su mayoría el resto de los estudiantes padecía del mismo síndrome. Algunas muchachas para llamar la atención de los muchachos se besaban en el comedor, se daban caricias esmeradas, mientras que unos cuantos muchachos se daban la mano sin el menor titubeo, aunque estos no me parecía que lo hacían para llamar la atención de las mujeres.

Cuando yo iba a la escuela, a finales de los 80s y principio de los 90s, si alguien descubría que tenías intereses íntimos por otra chica, te ponían la cruz. Aunque fueran niñas lindas, populares, con un récord heterosexual limpio, te ponían la cruz. Y si no eras muy guapa, doble cruz. Ahora resulta en uno de los más importantes atractivos y, en especial las chicas, lo utilizan como carnada para clavar el anzuelo a la manada de adolescentes calenturientos que les parece que la bisexualidad es la moda a seguir. Todo ha cambiado, menos mal! Pero curiosamente las chicas de mi edad aún tienen sus reservas, y esas fantasías que han sentido o ese gusto que nunca se han dado sigue martillándoles el subconsciente. Muchas aún sienten miedo de ser juzgadas, temor al que dirán de decidirse a dar ese paso que sin duda hay que tomar. No nos podemos ir al hoyo sin probar esos placeres (bueno, por lo menos las que en algún momento lo hemos deseado), y no nos engañemos, los hombres no tienen idea de ciertos puntos cardinales.

Ya estoy cansada de escuchar lo mismo, me gustan las mujeres de la cintura para arriba. ¿Qué es eso por favor? O te gustan o no te gustan. Esa justificación de que de las cintura para abajo es lesbianismo y de la cintura para arriba es paja, qué clase de cuento. Además, el que una mujer se sienta atraída por otra no quiere decir que se tiene que casar con ella. Seamos más como las adolescentes de hoy en día, que prueban y luego determinan. Abajo con los títulos y arriba la libre voluntad que cada cual decida imponerse.

Violaciones: Si es que no te matan, te curan… ¡ja!

marzo 29th, 2009 § 0 comments § permalink

Hace un par de semanas leí un espeluznante artículo y vi su respectivo vídeo, el cual me aterrorizó por completo. El artículo del diario The Guardian, del Reino Unido, contaba la historia de Eudy Simelane, la famosa futbolista sudafricana que fue raptada y brutalmente asesinada el año pasado, y como resultado, el aumento de estos crímenes con el mismo propósito. Su perturbadora muerte hasta el momento no ha modificado absolutamente nada en las leyes que podrían, o más bien deberían, proteger a las lesbianas, y las autoridades continúan haciéndose los de la vista gorda cada vez que aparece una nueva víctima muerta o violada, aún cuando la evidencia más clara, imposible.

Simelane era una joven valiente, la primera mujer lesbiana que había decidido vivir abiertamente en Kwa Thema. Además se había convertido en una activista voraz, abogando por la justicia e igualdad para las mujeres homosexuales de su país, que hasta el momento no cuentan con la protección necesaria, al parecer ni para ir tranquilamente al mercado de compras.

La madre de Simelane no comprende cómo es que alguien ha podido matar a su hija de ese modo, con 25 puñaladas por la cara, el pecho, incluso debajo de los pies. Una deportista con la vida por delante, sin vicios, generosa, entregada a la mejoría de su comunidad, que simplemente decidió tomar el único camino que para ella era posible, el de la verdad. Las lesbianas viven intimidades con sus parejas, se quieren como se quieren todas las parejas del mundo, sin involucrar a nadie en sus asuntos, y eso en Sudáfrica es considerado para cierta parte de la sociedad un crimen que ha de ser castigado cruelmente para eliminarlo, o como bien lo justifican ellos mismos, crímenes que reforman. Sin embargo estos virulentos asesinos siguen sueltos violando y matando a mujeres inocentes que ellos consideren se desvían de la orientación sexual que toda mujer debe seguir. ¿Cuál es el resultado de tanta desfachatez? Que a estos grupos de hombres se les consideren como doctores que curan a pacientes enfermas, mientras la legislatura judicial se cruza de brazos.

Se sabe que el mundo no se puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, y menos en zonas de tanta pobreza y poca educación e información. Tal vez la muerte de Simelane era el punto de foco que el mundo necesitaba, eso es lo que uno pensaría, pero su muerte hasta la fecha es injustificada, tanto en las calles como en las cortes de Sudáfrica, como lo son todas las que le han seguido. Es incomprensible apoyar un crimen de esta magnitud, pero aparentemente allí nadie está pagando por las barbaries que han cometido y se siguen cometiendo al menos diez veces por semana, ni por las tragedias que continúan causándole a tantas familias. ¿A dónde vamos a parar entonces si cada cual decide el bien y el mal?

Es inútil tratar de explicar por qué hay lesbianas en este mundo, tan inútil como explicar las razones por la cual existimos todos. Pero de algo podemos estar seguros, y es que estos crímenes jamás conseguirán convertir a una lesbiana en heterosexual. Es decir, que ni siquiera dan el resultado que tantos buscan. Estas mujeres continúan viviendo con su verdad, aún cuando las amenazan y las martirizan, porque el lesbianismo, muy a pesar de lo que ciertos grupos garantizan, no es una enfermedad, por el contrario, para estas mujeres es un hecho incambiable, un tema de vida o muerte, un destino del cual no están dispuestas a darle la espalda, así les cueste el último buche de aire.

Mientras que esos grupos de hombres bestializados, obviamente frustrados, acobardados por la vida, se toman la libertad de desquitarse, de sacarse toda la roña que llevan por dentro por razones muy otras a las que dan a conocer, convirtiendo sus motivaciones en supuestos crímenes de corrección, mujer tras mujer se ve fatalmente atrapada una vez más por la injusticia y la inclemencia, en las malvadas garras de fieras enloquecidas. Pues bien, si cada cual va a tomar represalias contra quien le parezca que no hace su voluntad, entonces arrojemos por los balcones a los bebés llorones para que se callen de una vez por todas, peguémosle a los perros cuando nos desobedecen para corregirlos, droguemos a las abuelas que ya no pueden caminar deprisa para que se apuren, castiguemos a los jóvenes con acné para no ver tanta asquerosidad, matemos a los ejecutivos que hacen promesas que no cumplirán, encarcelemos a quien se atreva a poner un cuerno para que no lo vuelvan a hacer. Violemos a esos hombres que han de violar para corregir, así también ellos corrigen su incontrolable malicia. ¡Libre albedrío para todos!

Lo más triste, indígnate y escalofriante en cuanto a este tema es que no hay que ir a Sudáfrica para encontrar tanta gente necia; que los racistas, los predadores sexuales, los ignorantes que prejuzgan y diabólicamente matan a homosexuales y a lesbianas por su simple orientación sexual, están regados por todos lados, aquí mismo bajo mis narices. Cómo alguien puede dedicar todo su esfuerzo y su atención a un tema que no le afecta en lo absoluto, jamás lo entenderé. Pero lo que sí sé es que no está bien, no, no y no. NOT OK. La ley, si va a tener el mando sobre la justicia y la injusticia, ha de tomar las medidas necesarias para acabar con el libre albedrío con el que ciertos grupos mangonean como más les conviene, aquí, en África y en la conchinchina.

Dejo el enlace de artículo y el vídeo de las entrevistas a algunas de las mujeres víctimas de estos asesinos, locos de atar que siguen sueltos, lucubrando otros ataques a mujeres inocentes.

http://www.guardian.co.uk/world/video/2009/mar/12/south-africa-corrective-rape