—Tú no me digas que los cubanos son los peores amantes del mundo. Es que no te lo puedo creer.
—Te lo juro por Dios, por mi abuelita –que en paz descanse- y por mis hijos, son pésimos en la cama.
—¿Tú estás segura? Mira que tienen una fama de ser muy dotados, muy talentosos. Oye, esas españolas, esas mexicanas, todas se vuelven loquitas por un macho cubano que las trajine un poco.
—Quimeras y más quimeras. Mírame a los labios, A-R-T-I-F-I-C-I-A-L.
—¿Quiénes, el cubano o su aparato?
—Ambos son pura pantalla, coquito tostadito. Bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, y luego te tiran de un lado para otro con tremenda tosquedad, te dan un halón de pelo y te gritan cuatro vulgaridades que los haga sentir todo lo papalongo que jamás llegarán a ser. Y punto. Punto final.
—No te lo creo, qué va, no te lo creo. Excepto esa parte que dices que nos tiran de un lado a otro y nos dicen una de cosas feas.
—Así es querida, así es. Lo único que les interesa es sentirse bien sin reflexionar por un segundo en cómo nos sentimos nosotras. Tienen un único objetivo en esta vida y es lograr un orgasmos ancho y pleno, ¿y tú crees que les importa encontrarnos allí donde han llegado ellos? Nada de eso, fíjate si están equivocados que los cubanos se piensan que nuestros orgasmos se originan a través de los suyos. ¿Me explico?
—No, de veras que no.
—¿Qué es lo que no entiendes? Los cubanos son además de insípidos, ingenuos y se han creído esa fama de buenos amantes que se le ha dado en Hollywood. La pasión y un bigote lleno de cucarachas no es lo único que conduce a un buen clímax, ¿tú sabías eso?
—No, no, no lo sabía. Bueno, es que yo me acabo de enterar que en realidad nunca he tenido un orgasmo. Mira que llevo años confundida, pero el otro día vi un programa en la televisión donde describían el orgasmo en la mujer y la verdad es que en nada se asemeja a lo que yo imaginaba. La doctora explicó el proceso, y te digo una cosa, entendí bien lo que decía muy al principio de sus explicaciones, pero ya cuando comenzó a hablar de espasmos y convulsiones, de sensaciones afiebradas, me quedé perdida en el llano.
—Ves lo que te digo. Tú te crees que es invento mío, pero no, todo eso lo leí en la revista National Geographic. Ahí salió detalladito, con estadísticas y encuestas. Información prestigiosa e infalible, nacional.
—¿Y esa revista no es de exploraciones y mapas y cosas así?
—¿Es que acaso el hombre no es todo eso y más? ¿Tú sabes por qué no logras espasmos y convulsiones?
—Sí, creo que sí. Según la doctora de la tele tengo un problema de resequedad.
—¡Qué problema de resequedad ni qué ocho cuarto! Eso no existe, lo que te pasa es que tú nada más has estado con cubanos. Salte de ese equipo y ya verás cómo lubricas y requetelubricas.
—¿Tú crees? ¿Y qué hago con mi marido?
—Deja a ese inurbano de una buena vez que ni siquiera te ha gustado nunca. ¿Para qué quieres un marido que no sabe complacerte y además te pega los cuernos? Son muchos años de aguante, demasiados. Tu eras una mujer bastante bonita y te conservas estupendamente, ya verás como aparece alguien mejor.
—¿Te imaginas? A ver, déjame que lo asimile un poco…
—Estoy segura. Atiende a lo que te voy a decir. Un amante cubano es más bulla que otra cosa, y además tienes que tragártelo completico, con sus complejos de Adonis, con ese machismo que no es otra cosa que la falta de una buena cama bien dada. Ahora, una cubana, ya eso es otra cosa, nosotras sí sabemos lo que queremos dar y recibir. ¿A que sí?
Pasaron unos meses hasta que la mujer que nunca había logrado un orgasmo se decidió a abandonar a su marido y se cambió de equipo, y por fin consiguió infinitos espasmos y convulsiones. Y su amiga, bueno su ex amiga, por fin se pudo casar con el hombre con el que había mantenido un concubinato por más de veinte años, un hombre cubano, dotado, excesivamente talentoso y con un bigote lleno de cucarachas.
En realidad en este artículo debería de hacer una reseña acerca del fenómeno del machismo, que es más o menos lo que viene sucediendo en este portal desde hace tiempo con referencia a la increíblemente silenciada voz de la mujer en cuanto a los blogs que aquí se alojan. Pero ya eso es cosa del pasado, y hay algo que recurre en los medios y en todas partes que me llama la atención más aún que la falta de un tono femenino, y es el exceso del feminismo, o como dicen por ahí, el movimiento feminista, que a menudo encuentro hasta en la sopa, y que a través de los años se ha convertido en una doctrina de teorías y prácticas tan confusa como obsoleta.
Alguien me acusó el otro día con cierta arbitrariedad de que mi bitácora era feminista hasta morir, que nada más trataba temas de mujeres y que a los hombres los pisoteaba injustamente. Bueno, lo primero es cierto, sólo trato asuntos de mujeres, pero no únicamente dirigidos a mujeres, de hecho gran parte de mis lectores son hombres. Se me quedó incrustado en la cabeza ese insólito reproche, y ahora me pregunto si alguna gente realmente sabe lo que es el feminismo. Para empezar amo al hombre, no lo desprecio ni intento castigarlo o abochornarlo y menos que menos pisarlo. Por el contrario, para mí el hombre es el complemento perfecto. Me refiero más bien a esa generación de feministas que se han propuesto acabar con el género masculino y por lo cual tantas mujeres de innovadoras ideas tratan de desasociarse con el término, aún cuando los intereses son los mismos. Además, tengo otro tipo de ideas acerca de ese lugar que debe ocupar la mujer en nuestra sociedad, y por seguro es más elevado aún que el llamado de la igualdad que tanto se promueve hoy en día. Porque la mujer siempre ha estado y siempre estará por encima del hombre. Y esto no lo digo con roña ni con autosuficiencia, pero vamos, es así, y quien no lo quiera aceptar es porque se esconde dentro de una bóveda llena de mentiras y miedos, o simplemente se hace el de la vista gorda.
Sin exageraciones, creo que no me equivoco cuando me refiero a la mujer como entidad principal en la existencia humana. Digamos que tenemos ciertas ventajas por encima de los hombre que simplemente nos dan la delantera. En lo personal nunca he deseado estar a la par de un hombre, así como se le dice igualdad entre géneros, no creo en eso. Nunca he sentido que para que me respeten debo dejar de ser femenina y parecerme más a ellos, por el contrario, pienso que nosotras las mujeres podemos usar nuestra gracia y astucia, como también nuestras virtudes junto con nuestros dones para cualquier propósito, sea cual sea. La igualdad está mejor diseñada para las razas, no para los géneros.
Sería inútil negar que a través de la historia la mujer ha dado más que el hombre. La mujer arriesgaba la vida en tiempos que no todas sobrevivían un parto, y todavía hoy por hoy en muchos países siguen arriesgándose por falta de atención y cuidados médicos. Mientras los hombres se iban a la guerra y se mataban como animales, las mujeres se encargaban de levantar la moral de la miseria que restaba diluida en la vida de aquellos que dependían de ellas, y la prioridad que acaecía sobre ellas era mayormente proteger y sustentar a esos pocos que formaban la familia. La mujer además es el símbolo de la belleza, y sin la belleza sería imposible sobrevivir. Las mujeres no tenemos ningún problema con aprender de los hombres, de las labores que ellos desempeñan. Sin embargo, la mayoría de los hombres son incapaces de ponerse en los zapatos de una mujer porque en efecto, no es tan fácil.
En mi desenfadada y tal vez ingenua opinión, la mujer siempre ha estado por encima del hombre, y quien discuta eso, bueno, me parece que se aferra a un punto de vista bastante rígido y de ninguna forma lógico. No intento despertar polémica, ni me refiero a un reto o a una idea desquiciada ni mucho menos se trata de una burla, simplemente es la verdad. La mujer es la madre, es la elegida, es la que nos ha dado vida, la matriz de todos los comienzos. La mujer bajo ningún concepto ha de igualarse a un hombre, por el contrario, ha de elevarse con toda naturalidad, como debe ser. Nuestro deber consiste en luchar por nuestros derechos, claro está, pero no por la igualdad de géneros sino por la igualdad de carreras y ganancias, para estar a la par económicamente con los hombres, pero física y espiritualmente siempre estaremos por encima del género masculino.
Defender, promover y conseguir los derechos de la mujer es fundamental, eso no tiene ciencia. Es imperativo que todas las mujeres tengamos las mismas oportunidades para estudiar y para ejercer carreras tanto en el teatro como en la política como en cualquier campo profesional. Además, debemos luchar por asegurarnos un futuro sin depender de nadie, pero no a costa de abandonar a nuestros recién nacidos para que sean otros los que nos los cuiden y nos los críen ya que de otro modo sería imposible alcanzar las mismas posiciones y oportunidades otorgadas a los hombre. Pero, conjuntamente con la batalla de la igualdad de derechos, debemos luchar por conseguir leyes en ciertas esferas de la sociedad que nos protejan por el simple hecho de ser mujer. ¿Por qué habríamos nosotras de merecernos esas leyes? Pues bien, somos como los hombres en el sentido que desde pequeñas lo hacemos todo por igual. Asistimos a la escuela primaria, luego a la universidad con la libertad de elegir cualquier carrera. Después empezamos a trabajar y somos capaces de desarrollarnos en cualquier campo, igual que ellos, pero cuando comenzamos una familia se nos acaba la gracia, y de repente nos vemos obligadas a elegir, carrera o familia. Sin embargo, los hombres no titubean en este tipo de vicisitudes porque la madre es socialmente la encargada por la crianza de los hijos y el cuidado del hogar, cuando en realidad esas obligaciones deberían repartirse en equipo y con justicia, contando con el apoyo del padre y el social, al cien por ciento; por supuesto, con leyes de por medio.
Pero la mujer es tan ingeniosa que a veces aún con el mundo en los hombros y sin el apoyo necesario, logra tener éxito en su hogar y en su carrera. Claro que no es fácil y no es justo, e imposible para muchas, por eso es fundamental que las leyes cambien a nuestro favor, y que el modo de paternidad se modifique para beneficio de la mujer, siendo la familia el componente principal de los pilares que sostienen nuestra sociedad. Si alguien tiene que igualarse a alguien, ha de ser el hombre, nunca la mujer.
Está en nosotras lograr un cambio. Siempre ha sido así, el grupo en cuestión es el que debe actuar, arriesgarse, dar la piel si es preciso para conseguir lo que se propone, que aunque parezca difícil, es muy pero muy fácil. ¿Cómo? Como único se puede lograr un verdadero cambio, por el principio, de la manera más básica. Mediante nuestros hijos, hermanos, maridos, padres y amigos, que luego ellos se encargarán de promover la justicia de aquellas mujeres que quieren y que consideran importantes. No podemos ser feministas de boca para afuera en el trabajo, en el tren o en una manifestación, y luego llegar a casa tras un largo día laboral para continuar con la faena que según algunos nos merecemos por aspirar a tener una carrera. Los hombres no son tontos, y los que quieren de verdad también pueden aprender, como mismo aprendimos nosotras a trabajar en la calle y a balancear el hogar, a planchar, a cocinar, a dedicarle tiempo a los hijos, etc., etc., etc., ya que nosotras tampoco nacemos sabiendo.
Nota: El hombre podría aprender y actualizarse en cuanto a este asunto que involucra a tantas mujeres que pasan por la vida de cada uno, pero sería una falta no reconocer que ya hay muchos que han comenzado a pensar diferente, y hay otros, de la más infrecuente sutileza, que desde siempre han apoyado y elevado a la mujer, como debe ser.