Últimamente me siento como poseída por un mal maravilloso. Se trata de una enfermedad que me ha cegado de todo lo feo. Da risa, ya lo sé, y hasta me da vergüenza reconocerlo, pero no lo puedo evitar, sentir la belleza en su plenitud, desbordada como una lava que se abre camino sin anunciarse y ya nada ni nadie logra escaparla.
Salgo a pasear y me encuentro con tanta belleza, pero tanta, que regreso a casa además de depauperada, frustrada, como si en mí se hubiese evaporado la capacidad de encontrar el espanto en nada de lo que veo, y hasta los más ordinario se vuelve en mis ojos extraordinario. Por ejemplo, desde la ventana del baño de la sala de mi casa hay una vista generosa de dos árboles que están sembrados en la casa de en frente. Dos árboles que en efecto, podrían ser muy regulares, pero no lo son. Hace más o menos dos semanas noté que prácticamente en un día se habían despojado de sus hojas y frutos, y en cambio se exponía un gran hueco en el cielo que me apuntaba descaradamente, con aires de dueño y señor, y una luz exagerada y por supuesto bella se apoderaba de mi baño. Ahora me doy cuenta que de golpe los dos árboles se han copado de vida nuevamente, y ese verdor lo encuentro tan hermoso como la luz del vacío que hasta hace unos días representaba el cuerpo frondoso de estos dos troncos.
No se trata de una belleza feliz sino de un hecho, de un sinónimo de la naturaleza. Se podría decir que hasta me siento ultrajada, abrumada por el mundo que veo y pienso que es bello y luminoso y que me incapacita a sentir una pizca de desagrado. Me ha asaltado una sensación inagotable, y es que me parece que todo es perfectamente hermoso, esa forma, esa acción, esa mirada tonta, un color ya olvidado, una carcajada ridícula, absolutamente todo ha sido concebido con tanta precisión que automáticamente se hace bello, bellísimo.
Me dirán que soy una idiota. Bien, me lo merezco. Es una conducta irrazonable, lo tengo claro, clarísimo. No podría hacer otra cosa que sostener mi argumento, que realmente es irrebatible porque todo es bello, como tiene que ser.
Se trata de un mal inevitable, como lo es la muerte y como los es el escepticismo para algunos.
Ya sé que hay desdichados que sufren y mueren diariamente de la forma más injusta, y normalmente esos y otros crueles asuntos me recuerdan la fealdad de los humanos, pero en estos días estoy condenada a mirar a mi alrededor para encontrar la belleza pura, noble y sana. Y no es fácil padecer de este extraño aunque inocuo síntoma, no cuando en mi entorno siento que soy juzgada por mi condición, como se sospecha de la gente buena y de las grandes historias.
Y que no se atreva un cínico a parárseme delante intentando apuntar hacia lo feo de esta vida, que para eso tengo mi conciencia y mis recuerdos. Vengo de un país mutilado, que nos ha separado y nos ha enfrentado. Además, sufro con mis chicas de la casa amarilla cada vez que me entero que una se ha dado por vencida, y lloro con mis hijas cuando se sienten adoloridas a causa de un tropiezo o desilusionadas y asustadas por aquellos monstruos que ya es en vano seguir escondiéndoles, o cuando accidentalmente le paso por encima a un ciempiés culminando en el acto con su destino, como lo haría Dios. Pero la belleza es más grande que todo eso, es la vastedad de un cielo abarcando un pequeño monte, está esparcida en infinitas direcciones, y es misteriosa como el universo que apenas comenzamos a escarbar por arribita. La belleza está en la intención de cada día que aportamos en el mundo, en nuestras vidas y en las vidas de los demás.
Lo he leído y me lo han dicho siempre, la belleza la llevamos por dentro, si es que tenemos ese don. Pero últimamente he descubierto que eso no es del todo cierto. La belleza es mucho más que un don embotellado, es una magnitud expuesta, se manifiesta en el espacio excesivamente sin detenerse un instante, con una certeza magistral, es así de fértil e inextinguible, y de redundantemente bella. La belleza se refleja en los confines del espacio, hasta en lo grotesco y lo irregular, ya que para adquirir una fórmula perfecta que describa lo feo, ésta debe ser armónicamente bella.
Será lamentable y hasta ridículo, no me queda duda, pero es así de sencillo, me he contagiado con el mal de la belleza.