Wiccadiana

abril 27th, 2009 § 0 comments § permalink

Las Dianas son esenciales. Como las propiedades de la naturaleza, como los árboles del bosque, y más importante aún los arbustos de la gran ciudad, los que le dan ese toque aguantable a tanto bloque de concreto. Todos necesitamos por lo menos una para llevar una vida balanceada. Y si alguien se pregunta qué es exactamente una Diana, bueno, es eso mismo, una mujer que se llama Diana, obviamente.

Las Dianas que he conocido tienen algo similar, así como los sujetos del mismo signo o las tonalidades de un mismo color, ellas son de la misma sangre, de la misma madre, pero con encantos que las distinguen entre ellas mismas. Tienen algo de diosas y de pícaras, de despistadas y de traviesas, de ingenuas sin ser tontas. Lo saben absolutamente todo, aunque no lo quieran reconocer. Son una especie de cajita diminuta que uno abre y lo que se encuentra dentro es un elemento enigmático que no se explica por si mismo y que primordialmente emite frases incongruentes y cortadas que se parecen más a un dialecto desconocido que a la lengua que estamos acostumbrados, y que sin embargo con el tiempo se descubre una profunda relación lógica a todos los sentidos. Conseguir descifrar ese código impostor, raro y silencioso es difícil y requiere constancia, entonces puede que se te permita indagar un poco más allá, y es cuando caes en cuenta que esa cajita no es pequeña sino vasta y desbordada de incontables cualidades que se motivan y se multiplican con tu sola presencia.

Pero antes de que eso suceda, antes de conocer el valor de la Diana, normalmente se presenta la opción de cerrar esa cajita y evitar la tentación de descubrir el objeto misterioso, eso sería una cobardía innecesaria, un error. Lo aconsejable es abrirla y dejarte atrapar.

Las Dianas son acechadoras con la mirada, con el cuerpo, y con el silencio mayormente. Ellas son cazadoras por naturaleza y saben cómo llegar silenciosamente, ocupar la menor cantidad de espacio y encapsularte en su encanto para siempre. Mientras analizan la situación, se recrean sin timidez pero con medida y discreción, lo suficiente como para no hacerse notar. Mientras el ciervito que anda comiendo margaritas cerca de un lago en cualquier campo alegre, desconoce que la cazadora nos está mirando, observando cada movimiento, cada mordisco que damos, y ellas en ese mutismo absoluto que las diferencia y las cataloga como seres prehistóricos, llegan a conocer perfectamente bien a su presa. Prestan atención a los detalles mínimos, al ambiente que nos rodea, a los amigos, a los gustos que tenemos, a los males que sentimos. Por eso es tan fácil pedirle un concejo a una Diana, porque en todo ese tiempo que te ha conocido, te ha prestado una atención que no reconoces hasta que ese momento llega.

Las Dianas pueden llegar a intimidar, como no. Son de las que dejan profunda huellas en aquellos que nos dejamos arrastrar por su misterio. Son amigas, pero también son musas y amuletos mágicos. Son inalcanzable, así lentas como son, cosa que también las diferencia, sus parsimoniosos movimientos. Y sin embargo, no hay quien las atrape porque no se trata de eso, sino de dejarte atrapar. Las Dianas poseen una inteligencia inusual, en las matemáticas y en el arte especialmente. Son medidas en sus palabras y precisas en sus acciones, los bocetos no existen para ellas y todo ha de hacerse sin cometer un error desde la primera vez, como lo han hacho ellas por los años de los años. Poseen un gusto exquisito por los placeres de la vida, por la música y la comida. Comen lentamente y saborean cada etapa y forma que va tomando el alimento dentro de la boca. Para comunicarse es lo mismo, se toman su tiempo, lo hacen bien, aunque enredado, a su forma. En ellas es imposible reconocer la tolerancia por la mediocridad. Y la filosofía y religión que practican es normalmente un invento individual que ha surgido en ellas.

Son coquetas sin serlos. Los adornos con los que se acicalan tienen explicaciones importantes y nunca un detalle está de más.

Cuando se expresan lo hacen con un tono compungido y solemne, como quien está preparado para responder cualquier pregunta. Además, saben terminar oraciones que uno no logra comunicar. Si algo te preocupa, ellas saben cómo hacer limpiezas mentales.

Son salvajes y a la vez elocuentes. Por eso la asociación con los animales y el bosque. Poseen una fuerza física insospechada, son atletas por naturaleza, son hermosas y se llenan de un brillo inusual cuando son necesitadas y amadas.

Diana es un símbolo de la imaginación, la sensibilidad, la creatividad de todo artista. Son musas rodantes, mujeres que inspiran, que hablan de forma desorganizada y sin molestarse en terminar un párrafo comienzan tres y cuatro a la vez, y luego aquel caos va tomando forma y uno aprende a descifrarlas y a conectar las palabras y los conceptos. Cuando te dan un consejo, éste es sistemáticamente agudo y meticuloso, además productivo, sin caer en redundancias ni críticas innecesarias. Iluminan el sendero de la frustración y el aburrimiento mediante un aletargado silencio de vitales conocimientos. Son simpáticas y sus ingenios no dejan de sorprenderme. Tienen un sentido del orden absoluto. Todo tiene un lugar, y ellas saben dónde se encuentra. En medio de ideas confusas, con un simple gesto señalan la frase correcta, la que determina el por qué de las cosas y las situaciones.

¿Y yo me pregunto cuántas Dianas no existirán desperdigadas por el mundo? Pero ésta, de la que hablo hoy es «mi Diana» y lo escribo entre comillas porque esa y todas las Dianas que he conocido realmente no nos pertenecen sino que nos acompañan. Entonces, quien no tenga una Diana en su vida, que se ponga para eso.

Susan Boyle: un ángel encandilado

abril 16th, 2009 § 0 comments § permalink

Britain’s Got Talent, un concurso más de talento que yo ni siquiera sabía que existía, pero que he descubierto a raíz de un correo electrónico adjuntando un video que mi amigo Eric, mi boletín informativo privado, me envió hace unos días y que ahora me doy cuenta es la cotilla de oriente a occidente.

Por lo general todos buscamos pasar a mejor vida en vida propia, realizar los sueños que nos quitan el sueño, y aunque nos duelan los huesos, habita permanentemente en nuestro sistema la esperanza de lograr lo inalcanzable, que irremediablemente es parte de nuestras miserias, porque quien pueda declarar honestamente sin titubeo que ya no le interesa nada en este mundo, no está vivo.

Entonces llega Susan Boyle, una mujer con cara de luna, pelo enjambrado, cejas pobladas hasta un punto que habíamos olvidado era posible, aspecto provinciano, mirada tierna e inocente, físico robusto, espalda encorvada, piernas sólidas e incomodas por culpa de esa maldita aunque necesaria elevación que producen los tacones y que en un escenario ayudan a sentirse grande. Su apariencia descuidada llega a causar la burla de la audiencia e incluso de los jueces. Risotadas y abucheos componen un estruendo vergonzoso que no logra empañar el candor de esta dama obrera que copiosamente angustiada se dirige a hacer lo único que pude hacer en ese bochornoso instante, cantar y tratar de deslumbrar sin encanto alguno a esos que ya la están rechazando y juzgando de antemano. Ahí va, serena y desafiante, causando una modesta primera impresión. Lo que no era previsto es que Susan Boyle está a punto de rectificar cualquier noción descabellada que se haya comprendido acerca de su talento, por más imponente que pueda haber sido.

Tienen en frente al esperpento humano, cuarenta y siete u ocho años (la prensa no se decide), consumidos por el deseo de brillar. Sin embargo, se lanza con total desenvoltura, demasiado osada para los que consideran que su presunción es vana y ridícula, como ha sucedió en más de una ocasión cuando concursantes carecen de talento y debutan a payasear y robar un poco de cámara para sentirse en una gloria falsa y premeditada, que en realidad es un exhibicionismo desmotivado. Susan Boyle no se deja intimidar fácilmente, y con su imagen que no encaja en este mundo obsesionado con pelos lisos, maquillajes exóticos y cuerpos sospechosos, se decide a dejar magulladuras emocionales en este público impaciente. Ahí viene Susan Boyle, sin maldad alguna, como un extraterrestre recién llegado que se encuentra cara a cara con una manada de ruines infelices que no conocen otra cosa que su mundillo de humanos.

Susan Boyle vive con su gato Pebbles, y nunca ha tenido un novio, y lo que es peor, nunca ha sido besada. ¿Cómo? Entonces, sus labios vírgenes se destierran de aquella incómoda situación, porque ese es el momento que han esperado para cumplir con su destino, como todo lo que aquí vive y se deja manipular por la labor que se le ha asignado cumplir antes de que llegue el gran día que nos aguarda perdido en el tiempo y sin ningún tipo de duda nos arrastrará en su debido momento.

Esos temblorosos labios se entreabren nerviosamente, permitiendo dar luz a esa fuerza melódica que por fin, como genio liberado, se esparce y se va incorporando en un nubarrón acaparador que va aflojando hasta los pilares de hierro que sostienen aquel salón que ha sido testigo de tanto fracaso. Todos los presentes se mantienen boquiabiertos, atónitos e idiotizados, mientras ella súbitamente venerada canta como quien ha nacido para una sola cosa, el canto.

¡Bravo Susan Boyle!, celebro tu valentía y tu perseverancia, eso te hace la mujer hermosa que pocos conocían. Tu sueño ha sido sencillo, cantar en musicales. Tu fracaso hasta el momento, también ha sido sencillo, no habías tenido la oportunidad. Ahora, el mundo te escuchará atentamente auque seas la estrella menos deseada de todos los tiempos.

Una orgía de besos

abril 13th, 2009 § 0 comments § permalink

Cuando yo tenía 16 años vivía en un mundo mucho más pequeño que el mundo de los adolescentes de hoy en día. Es cierto que cuando me interesaba por el más insignificante misterio del universo, las historias de nuestros antepasados o la dirección de los museos en Paris, la gestión no era realizable al toque de una teclita diminuta; y aunque toda información de una forma u otra se manifestaba disponible, carecía de las diversas posibilidades de esa maravillosa conexión global con la que en su ausencia el mundo actual sin duda sería obsoleto e inoperante.

Me deslumbra ver la tecnología apoderarse con el totalitarismo de un ingenioso dictador. Ya conversar en realidad es chatear, los correos electrónicos, que era la forma más informal de comunicarse hasta hace un tiempo, es ahora una formalidad utilizada en casos específicos con datos importantes o enlaces a gigantescos documentos, y en cambio nos enviamos mensajes de texto hasta para terminar con una relación amorosa. Si no tienes un perfil en Facebook o en Twitter, comienzas a perder oportunidades de trabajo, el contacto con las amistades, porque obvio, es mucho más conveniente mantener un diario de tu existencia y asumir que todo el que te conoce lo está leyendo. Así es el mundo virtual, si no tienes una identidad la gente que te rodea te va arrojando al abandono, te dejan de enviar fotos de sus bebés, de sus viajes, ya no te enteras de las fiestas sorpresas entre tus amigos, ni lo que sucede alrededor de la ciudad los viernes en la noche. Es agotante seguirle los pasos a la tecnología, y por su culpa dependo tanto de ella como de las personas que me facilitan desenvolverme en tanto adelanto, porque por desgracia pertenezco al grupo de ineptos que sin la tecnología se desploma, y sin embargo no tengo la más mínima capacidad de resolver los problemas básicos que surgen en mi computadora, en la pantalla de mi carro, en mi ipod, en mi celular, y la lista continúa…

Para los adolescentes este es el mundo real, y no conocen ni conciben otra forma de llevar a cabo un día de principio a fin sin ayuda robótica, y de sólo imaginarlo consiguen asociarse con la prehistoria. En cierta medida me considero afortunada de haber vivo antes y después de la explosión tecnológica, y aunque ya soy parte de este nuevo mundo, recuerdo con nostalgia aquella sencillez en la que se desenvolvían los sucesos de mi vida. Era una joven sobreprotegida por mis padres, encarcelada en una burbuja llena del inevitable pánico que produce el exilio. Mis aburridas rutinas consistían en ir a la escuela y después al trabajo, pues había que ayudar a la familia a salir adelante. Luego regresaba a casa de noche y me ponía a estudiar o acabar mis tareas o proyectos escolares o caseros. De vez en cuando llamaba a una amiga o zigzagueaba por los canales del televisor para distraerme. Fuera de eso, mi vida era simple y predecible e increíblemente manual. Me perdía en libros y cintas de casetes o inventando con hilos y estambres por las horas de las horas. Los fines de semana también trabajaba, mayormente los sábados, y mejor ni menciono lo que hacía para ganarme la vida, ahora que por fin lo he suprimido de mis memorias. A veces, luego de mucho rogar, mi padre me dejaba en el cine y a las tres horas, como un agente policial, me recogía en la entrada. Mis padres me concedían permiso para ir a muy pocas fiestas, y normalmente consistían en tomar el té de cuatro a ocho de la noche en casa de una amiga. A los conciertos sólo podía asistir en compañía de mi hermano, quien odiaba chaperonearme y me resentía cantidad cada vez que llegaba Bon Jovi o Mötley Crüe en concierto.

Seguramente los tiempos siguen siendo iguales y las modas recurrentes, pero para mí han cambiado con soberbio rigor. La juventud de hoy en día tiene una acceso desmedido y exagerado a la información que me desconcierta por completo, y me asusta también.

Se me va acumulando la lectura, y a veces leo cualquier tarde el periódico de hace ya un tiempo considerable. Eso fue lo que me ocurrió la semana pasada con un artículo que encontré en el New York Times de hace unos meses que me llamó mucho la atención. Y es que la juventud de este milenio se expresa sentimental y sexualmente mucho más desinhibida que en mi época. No quiero decir que los jóvenes de antes fueran más inocentes o menos promiscuos, pero al menos con los que yo me crié no se veía lo que se ve ahora. Precisamente en ese artículo se hablaba de la sexualidad entre los adolescentes, y pone por ejemplo a Chile, país que a mi parecer era del más elevado recato sexual. Resulta que se ha puesto de moda un club para adolescentes de 14 a 18 años, exclusivamente para besarse. En la barra piden refrescos y chicharritas porque no es legal consumir alcohol a esa edad, pero en público es pasable que se aprieten y se besen hasta la sien. Ya no es suficiente con esos métodos de internet que se marketean mediante formulas diseñadas de modo irresistible y alcanzable para atrapar a los más inocentes, sino que existe además el lugar donde físicamente se pueden entregar a las exigencias del cuerpo adolescente. Esta desmesurada explosión de contenido explícito en portales y networks sociales que abundan en la internet, están modificando la forma en cómo vivimos y cómo nos comunicamos, e inevitablemente cómo nos enamoramos.

En estos clubs también organizan unos juegos, por lo que el informe dio a entender, macabros, donde los muchacho se dejan cubrir los ojos por un pañuelo y se paran uno por uno en el centro del escenario a esperar a que todo el que quiera lo abofetee, hasta el mismo dj, quien da por terminada la prueba del beso. A continuación ese muchacho podrá elegir para besar a la muchacha que le guste, y ésta no se puede negar, sea quien sea, es el pacto que se hace al cruzar por el umbral del antro. Estos locales se han diseñado para conocer gente mediante besos. En la pista, mientras brincan al ritmo de esos ruidos musicales, se echan un sofocante vistazo y si surge un mínimo chispazo ahí mismo se entrelazan en un extraño beso, luego se determinan las próximas bases y la posibilidad de una relación. Como todo lo moderno, gratificación instantánea, y si ese beso no es de un agrado mortal, no pretendan una segunda oportunidad.

Los chicos entrevistados consideran que este proceso innovador ha de convertirse en un modelo para otras sociedades, pues facilita el contacto con la gente de su edad sin tener que rendir cortejos a nadie. Me imagino a estos chicos viendo los vídeos de Sandro, Nino Bravo, Dúo Dinámico, se morirían por lo menos de la risa con tanta cursilería romántica. En mi opinión, no es que no comprenda que los tiempos cambian y la forma en que la gente se conecta también, pero ese primer beso para mí es un instante memorable que resume el misterio que hasta ese momento sentía por esa persona. Habría que probar, meterse en una orgía de besos y ver el efecto, tal vez hay algo ahí que me estoy perdiendo.

De la cintura para arriba

abril 12th, 2009 § 0 comments § permalink

Los adolescentes hoy en día hablan con absoluto desenfado acerca del tema homosexual. En las escuelas hasta se ha puesto de moda estar en pareja con alguien del mismo sexo. Hace unos meses estuve trabajando en un pre-universitario diseñando los trajes para una obra de teatro, y los actores se la pasaban en un toqueteo tremendo, entre todos y sin diferenciar. Primero pensé que los actores de teatro siempre han sido así, pero luego confirmé que en su mayoría el resto de los estudiantes padecía del mismo síndrome. Algunas muchachas para llamar la atención de los muchachos se besaban en el comedor, se daban caricias esmeradas, mientras que unos cuantos muchachos se daban la mano sin el menor titubeo, aunque estos no me parecía que lo hacían para llamar la atención de las mujeres.

Cuando yo iba a la escuela, a finales de los 80s y principio de los 90s, si alguien descubría que tenías intereses íntimos por otra chica, te ponían la cruz. Aunque fueran niñas lindas, populares, con un récord heterosexual limpio, te ponían la cruz. Y si no eras muy guapa, doble cruz. Ahora resulta en uno de los más importantes atractivos y, en especial las chicas, lo utilizan como carnada para clavar el anzuelo a la manada de adolescentes calenturientos que les parece que la bisexualidad es la moda a seguir. Todo ha cambiado, menos mal! Pero curiosamente las chicas de mi edad aún tienen sus reservas, y esas fantasías que han sentido o ese gusto que nunca se han dado sigue martillándoles el subconsciente. Muchas aún sienten miedo de ser juzgadas, temor al que dirán de decidirse a dar ese paso que sin duda hay que tomar. No nos podemos ir al hoyo sin probar esos placeres (bueno, por lo menos las que en algún momento lo hemos deseado), y no nos engañemos, los hombres no tienen idea de ciertos puntos cardinales.

Ya estoy cansada de escuchar lo mismo, me gustan las mujeres de la cintura para arriba. ¿Qué es eso por favor? O te gustan o no te gustan. Esa justificación de que de las cintura para abajo es lesbianismo y de la cintura para arriba es paja, qué clase de cuento. Además, el que una mujer se sienta atraída por otra no quiere decir que se tiene que casar con ella. Seamos más como las adolescentes de hoy en día, que prueban y luego determinan. Abajo con los títulos y arriba la libre voluntad que cada cual decida imponerse.

The Very Thought Of You: Billie Holiday

abril 6th, 2009 § 0 comments § permalink

Billie Holiday ha sido uno de mis grandes amores. Como se puede amar a alguien que jamás se ha conocido, pero que aún así te marca de por vida, y no podría encontrar una mejor definición para expresar lo que siento por ella que un noble y ciego amor. Ya hace más de veinte años que la descubrí. Algunos dirán que veinte años no es nada, pero para mí es más de la mitad de mi vida, y sí, su música ha hecho la travesía conmigo durante un largo camino de buenas y malas épocas, pero de dichosa compañía musical.

Hace ya casi diez años, durante la semana de mi cumpleaños, recibí un regalo anónimo por correo. Sabía por la envoltura que se trataba de una pieza de arte o fotográfica. Cuando abrí la caja encontré una litografía de serie de un retrato de mujer, una mujer que enseguida la identifiqué como a mí misma. Siempre he sido así de tonta, sin motivo ni justificación más que un mínimo detalle o un impulso emocional, me creo algo que de pronto se fija en mi mente y a mover todas las vacas en esa dirección. Me pasé el día atareada, tratando de desenmascarar el misterio del cuadro. No comprendía la broma de mal gusto, no recordaba haber posado para esa pintura, pero cada vez me parecía más a la mujer del retrato. El misterio continuó hasta que mi esposo llegó a casa, ansioso por ver el cuadro para apreciar el increíble parecido. Sin embargo en cuanto le echó un vistazo inmediatamente sentenció que en nada nos parecíamos esa mujer y yo. Para empezar la del cuadro casi me doblaba en edad, además era negra, y fíjate en los labios, me dijo, “son mucho más carnosos que los tuyos”. Era cierto todo lo que me decía, pero yo aún le encontraba el parecido conmigo misma, aunque su hallazgo hizo inevitable que tomara en cuenta lo torpe que estaba actuando, y claro de que esa mujer no era yo sino Billie Holiday. Después me enteré que había sido mi suegro el que me lo enviara, un hombre reservado que normalmente no creía en los regalos, a no ser cuando era el regalo quien escogía al regalador. Un misterio indefinido nos unía a esta mujer, a la pasión que sentimos por su música. Además, él consideraba que sí nos parecíamos, por eso cuando vio el cuadro no dudó en enviármelo por mi cumpleaños. Presente que por el resto de mi vida guardaré en mi memoria y en alguna pared de mi casa con vasto y entrañable cariño.

¿Cómo podría explicar la música de Billie? Es una experiencia, un extracto de vida, un indestructible pilar de la más exigente sonoridad y armonía. Se destacó como una de las jazzistas de más influencia con un estilo vocal realmente único y definido con el cual tantos hemos caído en profundos embelesos. Su voz es, cómo decirlo, la voz más conmovedora de todos los tiempos, la más hermosa que he escuchado en mi vida, simplemente inconfundible, refrescante, intoxicante, melancólica, expresiva, profunda, bondadosa, de una rara y exquisita belleza. Escucharla es caer en un estado glorioso y delirante a la vez, es saltar de nube en nube, y también arrojarse al precipicio.

Su dificultosa vida había comenzado desde pequeña. Hija de madre soltera, a los nueve años había ido a parar a un orfanato de afroamericanas, donde había sido sexualmente abusada en más de una ocasión. A los quince se mudó a Harlem, Nueva York, en búsqueda de su madre a quien encontró trabajando en un prostíbulo. Su vida cambió en pocos años, y esa hada musical por fin fue descubierta en un club de jazz a los dieciocho años para deleitar al mundo, para dosificar un poco el trabajo arduo que puede resultar la cotidianidad de toda existencia humana.

Sus relaciones amorosas fueron mayormente destructivas y abusivas, y la transparencia con la que cantaba sus canciones lo reflejaban. Sus casamientos terminaban en divorcios. Billie Holiday además de abusar del alcohol, comenzó a fumar opio, y luego a darle diversos usos desmedidos a la heroína. Cuando su madre falleció, Billie apenas tenía treinta años, pero fue entonces cuando escaló en el abuso de drogas y alcohol para adormecer el dolor y la congoja que le había dejado la muerte de su madre.

Más adelante Billie fue detenida y encarcelada un año por posesión de narcóticos. Su abuso con las drogas y el alcohol no tuvo límite hasta que desgraciadamente en 1959, cuando aún yo no nacía, perdimos a una de las voces más magistrales, adorable, conmovedora y capaz de trasportar a una intensidad emocional de la más elevada, mediante la más sublime entonación.

Nada podía detenerla, sin embargo nadie dejaba de adorarla aún cuando su imagen se volvía tan turbia y su voz se perjudicaba, o a mi entender se transformaba, porque continúo apreciando todas sus facetas vocales. Pero ella no estaba bien, no encontraba la paz para sobrevivir decentemente en este desafío que es la vida.

Sería imposible recomendar algún disco en particular, pues toda su obra musical, todas sus grabaciones, todo lo que su distinguida voz tocó se convirtió en magia y dulce armonía, especialmente durante los primeros años de su carrera. Con el pasar del tiempo, sus cuerdas se fueron añejando, como un gran brandy, con las desdichas, las tristezas y las miserias de la vida, pero manteniendo siempre un espíritu desenfadado, un carácter alado, tierno, reconfortante. Su atolondrado existir se reflejaba en esa voz sagrada, dispuesta a siempre traducir el sentimiento con exactitud, con la calidad más nítida que una voz pueda expresarse. Desde la inocencia de sus comienzos hasta su agonizante final, su voz era la voz de todos los tiempos.

Cada vez que dejo de creer en la pureza, en la inocencia, nada más regreso a sus primeras grabaciones e inmediatamente me dejo abrazar por la colcha tibia que se vuelve mi entorno, y soy sólo oídos para el hechizo enigmático que me agasaja íntima y sutilmente.

Esta semana es el cumpleaños de Billie Holiday. Quisiera que el mundo entero la recordara como la diosa que era. Aquí dejo dos minutos y cuarenta y tres segundos de la más grata y pura expresión musical. La canción que me atrapó para siempre. «The Very Thought Of You».

Penemorfosis

abril 2nd, 2009 § 2 comments § permalink

Venía caminando por la calle principal en Coral Gables, se detuvo a comprar un café y luego se sentó a beberlo en un banco mientras telefoneaba a su hermana. Él se sentó a su lado sin que ella se diera cuenta, la escuchó hablar unos cinco minutos. La detalló minuciosamente, se le acercó al cuello para aspirarla e inmediatamente reconoció ese olor dulzón que en algún momento en el trayecto de su vida lo había vuelto loco, y que ahora, años más tarde, aún continuaba torturándolo. Tocó su delicado cuerpo en el aire, para que ella no lo notara, y de golpe se sintió brevemente feliz. Había perdido la cuenta de los tantos años que no veía a esta mujer, había tratado de olvidarla, claro, pero verla nuevamente era reconfirmar que el olvido a veces es imposible. Ella le había colgado a su hermana hacía ya unos minutos. Permaneció distraída, contemplando la turbación y el movimiento al parecer confuso de aquellas aves que se conglomeraban a esa hora de la tarde. Cuando se giró inmediatamente se encontró con su mirada herida, y sin sorprenderse, como quien había esperado ese momento por los años de los años, se sonrió y lo abrazó. Él la tomó en sus brazos y se afincó a su cuerpo como si se tratase del último árbol con vida en todo el planeta, y así permanecieron un tiempo indeterminado. Ella tampoco lo había dejado de querer. Pero quererlo no era tan fácil, no era vida, en cambio esquivarlo era una mejor forma de realizarse, de deslizarse por su emancipado y ligero existir. Sin embargo había contraído matrimonio, claro que con alguien que la dejaba volar libremente, no como éste que tenía delante que la adoraba tanto que deseaba enfrascarla en un pomito con tapa y sólo sacarla a escondidas, lejos del mundo y sus tentaciones. Ella no había soportado esa forma de subsistir, y una mañana recogió sus cosas y se marchó sin dejar ni una nota de despedida. A él le había costado mucho superar su partida, mas no dedicó ni un instante a buscarla pues sabía que no la merecía, que sólo era capaz de quererla obsesivamente. Ahora que la tenía frente a él se sentía nuevamente ofuscado, impotente, deseando que ella no regresara a casa junto a su marido perfecto. Comenzaron una relación de amigos. Se hablaban diariamente, se encontraban a la hora del té, se enviaban textos, emails, canciones. Y en menos de dos semanas habían vuelto a caer en la trampa. El esposo estaba de viaje por una temporada dedicado a su oficio, la arqueología. Entonces los amigos hablaban hasta hartas horas de noche por teléfono, se deseaban de manera concreta y absoluta, con esa determinación que imponen ciertas áreas del cuerpo, imposible de ignorar. Cuando despertaban aún se encontraban en línea, semidesnudos, empapados en sudor o líquidos corporales. Él por fin le propuso que se amaran una vez más y luego se volverían a distanciar como lo habían hecho en aquellos años que habían transcurrido. Primero ella se negó, realmente no concebía las infidelidades, pero luego recapacitó y decidió que sería mejor concretar ese acto carnal antes de que se volviera una obsesión como en tiempos lejanos. Le propuso ir a verlo al día siguiente, un sábado. Él le pidió que se pusiera un vestido vaporoso de esos que él recordaba en ella y lograban hacerlo babear. Ella obedeció. Cuando llegó y él abrió la puerta pensó ver un hada encandecida. Sin embargo, ella entró fría, estoica, e inmediatamente le advirtió las condiciones del juego. Él podría escoger entre dos opciones, tenerla en su cama las próximas cuatro horas o permanecer amigos. Si elegía la primera, podrían revolcarse el tiempo acordado y luego se iría para siempre. Si elegía la segunda, se quedaría en su vida para siempre, pero sólo como amigos. O sea, pasión o amistad. Como él vivía en un estudio pequeño y la cama era también el sofá, se tumbaron los dos bocabajo. Mientras él se decidía la miraba, le acariciaba el pelo, se complacía de sólo tenerla tan cerca. Pasó una hora más o menos. Entonces él anunció su decisión. Amigos para siempre. Pero en el acto, sin hablar más del asunto, le arrancó violentamente el blúmer. Ella no impidió lo que vino después, ni siquiera se dio la vuelta. Comenzaron a amarse, a temblar, a titiritar. Él la miraba con esos ojos tristes que ella nunca había podido olvidar. El mismo magnetismo de mil años atrás se efectuaba entre los dos. Él la penetró tan pero tan fuerte, como si nada en esas cuatro paredes fuera suficiente para saciarse. Finalmente él le suspiró algo al oído, ella lo miró a los ojos nuevamente y le dijo que ella también lo odiaba. Cuando se cumplió el tiempo pactado, ella se vistió, le dio un beso y se fue con su olor haciéndole sombra, aunque conciente de que en cualquier momento hasta eso tendría que ocultar. Pasaron los días, cuando de repente, estupefacta, se sorprende al caer en cuenta que ni siquiera lo ha extrañado. Se siente deshonesta por la traición, por momentos arrepentida, aunque sabe perfectamente bien que no había otra salida. Sin embargo, se queda confundida, cavilando en una idea fija e inverosímil. Y es que tenía otro recuerdo de aquel miembro viril que tanto placer le había proporcionado. Lo recordaba diferente, mucho más delgado y muchísimo más largo, pero durante esas horas de infinito placer había confirmado lo opuesto, era no sólo pequeño, sino que desmedidamente ancho y de un color diferente a aquella tonalidad entre café y canela que ella estaba acostumbrada. ¿Cómo era posible semejante trasfiguración? Nunca se enteraría.