Cosas que suceden dentro de una cueva

marzo 5th, 2013 § 0 comments § permalink


—No era la que buscabas, pero ya estás atrapado.

—Era la que buscaba, pero no has impresionado a nadie.

—Sientes una repentina claustrofobia causada por aquellos apagones de otros tiempos e inmediatamente buscas luz.

—La humedad te empapa de la forma más cruel, tiemblas de tal modo que consigues que te expulsen. Una vez fuera ya no podrás regresar. ¡Qué dilema!

—Estilo hotel California, una vez dentro ya jamás podrás salir (entrada sin salida: no seas miedoso, tú puedes).

—Entras, te sientes a gusto, hasta podrías decir que feliz, cuando de golpe algo insospechado ocurre, algo que te va a costar caro.

—Pensabas que sólo ibas de pasada, pero no, la invitación se extiende.

—Te pierdes ahí dentro como un ratoncito a media noche.

—Te resbalas y no consigues volverte a colar. Sigue esforzándote porque afuera la cosa está que arde.

—Te dan ganas de explorar otras cuevas unos minutos, o unos segundos, sólo para investigar, por pura curiosidad. Que no se te ocurra porque no podrás regresar a la de antes nunca más.

—Anhelas ser el único, pero sabes que otros también buscan guarida en ese mismo lugar.

—Una vez dentro te encaras con otros amigos y enemigos; alguien tiene que salir.

—Tienes grandes planes, ingresas con ilusión, pero ahí ya nadie te espera.

—Lo habitual, entras, te despojas de todo lo que llevabas y aún así no es suficiente… ¡hay cuevas exigentes!

—La apertura es pequeña y descubres que como único lograrás tu objetivo es forzando una entrada. El riesgo es tuyo, atente a las consecuencias.

—La apertura es normal, aunque la sequía es tremenda. Lo mejor será que traigas tu propia cantimplora.

—Cada vez que entras aseguras que vas a regresar más a menudo, y luego resulta que nunca cumples tu promesa.

—Te cuelas asustado porque sabes que últimamente has visitado otras cuevas anónimas y podrían descubrirte si te descuidas.

—El horno no está para galleticas, así que métete ya de una buena vez por todas y lleva a cabo la transacción antes de que se arrepienta la cueva. No olvides que cueva rabiosa es cueva peligrosa.

—Introduces a alguien más (tal vez hombre, tal vez mujer), bien sabes que eso no va a resultar y tal vez termines perdiendo tu cueva.

—No te agrada su aspecto enajenado ni su tacto áspero; quisieras, si pudieras, hacerle unos retoques… Pero cuando inspeccionas su interior descubres que has llegado a un sitio tibio, placentero, cómodo como la casa de la abuelita, claro que sin la abuelita.

—Tenía buen presencia por fuera, sin embargo, una vez dentro la acogida ha sido poco hospitalaria. Te sientes maltratado, humillado, abandonado, solo solito.

—Persiste un olorcito que no te convence, pero la naturaleza no se pueden cambiar… ¡tápate la nariz!

—Descubres la cueva de tu vida por pura casualidad, hecha a tu medida, con buen clima, mala iluminación (como siempre la soñaste), para ti solito, para siempre. Te enamoras a primera vista, por fin te decides, la visitas y te sorprende cuando te das cuenta de que todo allí es perfecto y que esa es la mejor cueva de la historia de las cuevas. Te instalas de manera permanente y vives tu gran final feliz.

Por Grettel J. Singer
Texto previamente publicado en Tumiamiblog, extraído del libro Mujerongas.

Magia potente

enero 23rd, 2013 § 3 comments § permalink

La otra noche V. se animó a ir a ver una demostración de la danza, sus técnicas y en especial las coreografías atemporales de la escuela del gran José Limón que ofrecían en el Americas Society. Fuera de su trabajo y la visita mensual que le hace a su madre, V. rara vez sale de casa. Desde pequeña quiso ser bailarina, dejar que su cuerpo cediera a las señales de los movimientos que enviaba su cerebro de manera intuitiva, y que aún hoy, ya toda una mujer, sigue considerando fundamentales para su bienestar. Su padre no permitió que asistiera a la escuela de ballet. A pesar de que poseía aptitudes sobresalientes para el baile y la habían aceptado, consideraba que era una carrera o más bien una forma de vida inadecuada; el toqueteo constante por parte de los hombres era su argumento principal.

Al cumplir los 30 años se decidió a tomar clases en un estudio de ballet clásico, aunque sin ninguna intención de saldar cuentas con aquella inquietud de antaño, tan solo se dejó llevar por un intento fallido que aludía a aquello del dicho: nunca es tarde. Se compró las zapatillas indicadas, la talla más estrecha de la tabla, para ser exacta. La dependiente, maravillada, le aseguró que nunca en sus años de vendedora de accesorios de danza había conocido a alguien con pies tan delgados, y mira que había vendido zapatillas de ballet, agregó. En efecto, sus pies son menudos y por lo general los zapatos le bailan. Además, son planos y con el empeine alto en desproporción. Por consiguiente, le molesta casi cualquier tipo de calzado y suele padecer de dolores si ha tenido un día ajetreado. Curiosamente, algo similar le comentó una empleada de Victoria’s Secret hace algún tiempo cuando le tomó las medidas del busto explicándole lo improbable de la dimensión (en dado caso) exuberante según su peso y altura, aunque las fotos lo desmientan. Era una buena noticia, naturalmente, casi ninguna mujer que no se ha aumentado los senos tiene la suerte de utilizar un sostén que mida 32C, aunque sean tetas que han amamantado a varios niños y a un puñado de hombres.

Volviendo al tema de los pies, V. comenzó a tomar clases de ballet en aquel momento, aunque obstáculos fue con lo que se tropezó, y un alto nivel de frustración tanto en lo personal como aquel manifestado por la instructora. Demasiadas normas y restricciones, por no hablar de la disciplina que se exigía aún cuando la clase era para principiantes y que ella fracasaba sin un mínimo de moderación. Demasiado francés, demasiado tarde, supuso entonces. Para V. el baile era algo que le venía natural cuando se encontraba a solas, pero frente a un público su talento se desvanecía por completo.

La danza, de cualquier estilo, clásica, moderna, contemporánea, había sido y seguía siendo para ella el puente que unía las matemáticas y las emociones. De hecho, consideraba desde niña que la danza era la matemática  de las artes. Es increíble lo que le sucede al cuerpo de una bailarina, uno los reconoce de inmediato, se decía mientras se cepillaba los dientes y luego se pasaba el hilo dental intentando no fijar la vista en un nuevo grano que se le estaba formando en la misma punta de la nariz. La elegancia, la delicadeza, la postura, la seguridad de poder transmitir las alegrías, las penas, los temores, el desasosiego, la desavenencia, los conflictos humanos más profundos, es el secreto más guardado que V. atesora y su arma invencible para combatir con lo predecible que suelen ser sus días. Su cuerpo desarrollando un argumento o a veces sencillamente llevando a cabo demostraciones impresionistas mediante gestos es y había sido para V. de una pureza incomparable que le proporcionaba una suerte de escape, una manera de ser libre, absolutamente libre. Un lenguaje que habría de ser el más antiguo y legítimo del resto, la magia desplazada a través de un organismo en función de un sentimiento tan abstracto que de otra forma sería imposible exteriorizar.

Esa noche V. había llegado a casa inspirada, con ganas de crear alguna coreografía. Luego de las muestras que vio en la presentación, deseó fundirse en el baile, tallar o más bien esculpir el espacio diminuto que es ahora su casa. Como la masa que es y el grueso que lo compone, fue sacando y moldeando, puliendo con gestos y movimientos, fue obrando sobre el material invisible y formando una escultura, una pieza movible que trasportaba de un lugar a otro los estados de ánimos más intensos y extraordinarios al cual su cuerpo podía someterse de la manera más natural y sutil. La tristeza suele provocar ese comportamiento en V., el malhumor también, y el vino, ni hablar. Necesita, en principio, padecer de algún estado tóxico o melancólico, que al exorcizarlo se convierte en una especie de felicidad impetuosa y rara para quien no conoce esa faceta suya que hasta a ella misma le asombra cada vez que la usurpa.

Es lo suficiente talentosa. Es decir, posee facultades inexplicables para el baile, aunque nadie lo sabe, porque en efecto, nadie la ha visto bailar de ese modo y con semejante capacidad. Pero sí que puede, y ella lo sabe, le consta que hace de su danza una exposición noble de ritmos equilibrados cuyo resultado es un testimonio inmaculado, como una instalación en constate movimiento que va relatando un suceso imprescindible cada vez que gira. Cuando V. baila, se suspende en el aire; sus intrincados pasos y majestuosos saltos son de gran fuerza y resistencia. El cabriole, el échappé sauté, el entrechat son altos y lentos, es decir, mágicos. ¡Ay, verla bailar es un regalo de los dioses! Como toda bailarina, cuando ejerce está en busca de algo, esa constante exploración que va formando al compás de un ritmo se vuelven anécdotas, países, continentes, mientras sus brazos delgados y piernas fibrosas se extienden, se aflojan y se contraen en el espacio marcado.

V. respira profundo y deja que sus músculos se relajen en lo que espera a que el mundo se desprenda de ella. Hace sonar las mazurcas de Chopin y cae en un trance hasta la madrugada. La energía, la euforia que se impone es tal que le parece estar en un escenario frente a un público inmenso. Incorpora en su danza una rumbita y hasta unos pasos de chachachá, imaginando seguir las técnicas innovadoras de José Limón. Le habría encantado ser una de sus estudiantes. Isadora Duncan, por ejemplo, sin la afinidad por el comunismo, las tragedias personales o su horrible muerte, naturalmente, aunque elegante, sin duda. Esa sí que era una bailarina de primera, con un final de primera también.

En la danza V. encuentra una definición del silencio como en ningún otro ejercicio. Lo que sucede a su alrededor cuando es poseída es algo maravilloso. Cada gesto que va componiendo una coreografía es como el texto de una página que le va dando estructura, forma y volumen a un libro, a veces predecible y a veces experimental, pero siempre con una narración detrás que es tan real como imposible. V. esconde esa pasión y sólo la comparte con sí misma. Pero sí, en efecto, V., la simple contadora de una pequeña firma, que pocas veces se le ha escuchado hablar es además una bailarina aficionada, aunque bien podría ser una profesional de alguna compañía de baile importante.

V. se mira al espejo para estudiar ese cuerpo que va dejando el legado de su propia vida en escena sin saber cómo o por qué, guiada por el deseo habitual y sin ninguna esperanza de reconocimiento más que su propia necesidad de corresponderse y de entregarse a una misión que es vital únicamente en su mundo. Y claro, termina por reventar con sus delicadas yemitas ese grano impostor.

Por Grettel J. Singer

A propósito de Sandy

diciembre 9th, 2012 § 8 comments § permalink

Te trasladas a Nueva York a principios del verano. De este horrible y desafiante verano del 2012, rectificas. Un nuevo comienzo, un makeover, por decirlo así, o un reencuentro con el destino, ¿por qué no? Apenas llegas a Manhattan debes regresar a Miami de repente para ver a tu padre, que ha estado muy mal y empeora cada vez más. El cáncer es así, la única enfermedad superior a los celos. Vas a verlo varias veces, le aguantas la mano, sus dedos se entrelazan, se agarran a los tuyos cada vez que procuras alejarte de la cama. Te despides —lentamente— del hombre convaleciente y ni siquiera lo sabes. Las despedidas nunca son lo que serán luego.

De vuelta a esta ciudad, en la cual aún tienes maletas y cajas a medio abrir, regadas, imponiendo el desorden y el caos de quien no está ni aquí ni allá, tal y como te sientes por dentro, desubicada. También lentamente, en interminables episodios propios de culebrón mexicano, pierdes a un amigo, que pensabas era, además,  “ese” gran amor, tal vez ahora el peor de los amores, a decir verdad, a la altura del cáncer y de los celos, de las mentiras excepcionales e innecesarias. Como todas las mentiras, supones. Mujeres lindas y no tan lindas, o más bien las que te producen celos y envidia y desconsuelo, que son más o menos todas. Te desarma que alguien ocupe tu lugar, aunque sepas que no tiene que ver con ellas sino contigo, con la pérdida de lo que ingenuamente imaginabas que era esencial y por tanto único. Lo que creías el valor supremo de una conexión real, intensa, auténtica entre dos personas opuestas amarradas de golpe por un giro del destino. Y ahora sólo te queda contemplar ese concepto reducido a una falsedad absoluta e irremediable. Y si fuera sólo eso. Es también aquello que configura todo lo demás: la premeditación de otros es una fatalidad que contradice la constante espontaneidad en la que vives. Te enfadas. Ya a estas alturas el amor no debería ser un padecimiento sino un complemento. Oh, well!

Fallece tu padre de pronto, aunque del modo más predecible. Acompañado por el dolor, escoltado, además, por el mal de los males que es la certeza de una muerte segura. La noche firme se asentaba y tú asistías a un concierto de Beethoven en el Youth Center del bajo Manhattan, el que queda frente al Whole Foods de la calle Chambers que luego se ha inundado —a propósito de Sandy— y ha quedado destruido, como todo lo que está a punto de ocurrir en esta historia. Apenas la mañana anterior habías visto a tu padre antes de irte al aeropuerto, y aunque se había levantado distinto, pensaste, jamás se te ocurrió que sería la última vez.

A tu lado, tus hijas escuchan la música con atención y disfrutan los instrumentos. Dos violines, una viola y un violonchelo, especifica la mayor. Entre un movimiento y el otro, uno de los músicos relata anécdotas de la infancia de Beethoven, la lucha y las calamidades que le tocó afrontar, y sobre su talento, persistente y singular, que tú amas y amaste esa noche atosigada por la nostalgia y la confusión. Tus hijas te cuestionan, extrañadas por esas brutalidades de las que se ha hablado durante el concierto en su presencia y que tú esclareces en un breve susurro repitiendo lo que ha dicho el músico: que en efecto, el origen de la sordera del niño tuvo lugar a partir de una paliza que le dio su padre, aunque a ti te parecía que se debía a una otosclerosis. Haces una nota mental para investigarlo más tarde. Entretanto, lees los textos que está enviando tu madre en ese momento, en los que dice que tu padre no pasará de esa semana, cuando en realidad no pasará de ese lunes. Observas a las personas a tu alrededor, en su mayoría familias con niños pequeños y sí, algo malcriados, al estilo neoyorquino, en el que un niño jamás se puede estar quieto bajo ninguna circunstancia por más de cinco minutos. Pero eso no lo piensas en ese momento, al contrario, te quedas estupefacta y reflexionas sobre lo perfecto que es el ambiente justo entonces, mientras recibes la información acerca del grave estado de tu padre, y nada a tu alrededor parece tan grave como lo que te sucede en ese instante, aunque sabes que la muerte está presente ahora y siempre, en cualquier rincón. El mundo exterior es en ese sentido engañoso: ves a las personas, sus rostros anunciando algo que no tiene nada que ver con el contenido real y lo que se anticipa a tu vista o a tus sentidos es un mero reflejo de algo muy distante de la realidad. Hablando de conflictos…

Marcas el número del padre de tus hijas, que también se ha mudado a la Gran Manzana y lleva varias semanas en tu departamento hasta que resuelva el suyo, y con quien por fortuna mantienes una relación extraordinaria. Necesitas del apoyo de alguien que no haga tantas preguntas y que sepa cómo ayudar mediante códigos previamente establecidos, alentar con audacia sin ser desmedido, que se ocupe de las niñas para que puedas hacer llamadas a tu madre, a la aerolínea. Debes pensar con claridad lo que vas a hacer en las próximas 24 horas mientras caminas de vuelta a casa. Los dejas cenando y corres inapetente: a hacer tus maletas, a comprar un pasaje. La enfermera te ha asegurado por teléfono que tu padre durará de tres días a una semana, pero tú insistes en estar ahí lo antes posible, lo presientes. El último vuelo de la noche ya ha despegado, y más o menos a esa misma hora él también levanta vuelo tras vomitar un líquido oscuro.

Sangras un poco, de amor, de rabia, de alguna enfermedad que está a punto de manifestarse. Pasas días en Miami, días largos que no parecen concluir ni abarcar nada en particular. En casa de tu madre las atrapa una “leve” tempestad que las deja sin luz el día entero. Las cenizas que pesan tanto o más que un recién nacido te recuerdan lo insólito que ha sido ese día y los anteriores. La caja que las contiene es negra, rectangular y sencilla. Es la mejor caja en muchos sentidos, la adecuada para viajar, les asegura el encargado de la oficina de los servicios de cremación de Cremations of America; vaya nombre que sugiere una fiesta más que otra cosa. En caso de que ella se decida a llevarlas a Cuba, que es donde estima que tu padre debe descansar en paz, esa es la caja ideal según la reglamentación de los aeropuertos; sin embargo se siente mezquina por no haber elegido una más elegante y costosa. Ella, tu madre, habla de lo que hará con las pertenencias del difunto; huele su ropa, toca sus zapatos, llora en silencio y luego solloza y te hace llorar a ti también. Miras la caja e intentas imaginar un cuerpo allí dentro y ni en el envase más fino logras insertarlo. Buscan un sitio adecuado para colocar las cenizas: en el mueble del televisor, en el closet, en la ventana, en la sala…, concluyendo que no hay un lugar lo suficiente especial para él, ni es adorno para exhibir ni trasto que hay que esconder, y cada circunstancia resulta nueva para ustedes.

*

Viajas en la cabina de primera clase y bebes una amplia variedad de cócteles con tu compañero de asiento, un desconocido que atraviesa pérdidas similares y como tú se abandona al alivio del alcohol y la charla irrelevante sobre el caos de la aerolínea en el aeropuerto de Miami, que les ha gestionado la suerte de estar allí en primera clase y sobre todo, estar allí, a pesar de que Sandy comienza a acercarse. Necesitas ver a tus hijas lo antes posible; por ese motivo adelantaste tu vuelo la mañana anterior y has tenido suerte porque ese de las 4PM ha sido el último, los demás se cancelaron. De vuelta en Nueva York, con tremendo “Cuban State of Mind”, por la falta de electricidad, te encoges de hombros. Apenas aterrizas en La Guardia te enteras de que no puedes volver a tu edificio por causa de la evacuación obligatoria de la zona. Te reúnes con las niñas y se dirigen a casa de una amiga, un lugar pequeño, diseñado para una sola persona, cuando mucho. Ahí comienza una especie de peregrinaje urbano ya que en tu edificio se ha estropeado el sistema eléctrico y no tienen idea de cuándo los inquilinos podrán retornar a sus hogares; además la gasolina del garaje del edificio vecino se ha infiltrado en el sótano haciendo de tu hogar un lugar “inhabitable”. Los rumores te asustan, podrían ser tres o cuatro meses… es decir, el próximo año.

Deseas llevar luto. Analizas lo que es un luto tradicional, el color y el estado de ánimo, e incluso eso parece un lujo. A pesar de lo que dicen de ti, realmente no eres una gitana. Nada más reconfortante que la cotidianidad serena que organiza tus días y que durante este desastre se ha disuelto por completo. Empacas y se mudan de nuevo a casa de otra amiga unos días y más adelante a la de un amigo. Lloras por algún motivo, o todos. Tus hijas se comportan lo mejor posible, también están rebasadas.

Son las 11:11 de la mañana. Últimamente has descubierto que ese número es persistente y que a menudo cuando miras el reloj es lo que apuntan las manecillas sea AM o PM. En la nueva casa de tu ex, tu más reciente traslado temporal, desde la que fue tu cama matrimonial, miras exasperada tu edifico oscuro y abandonado al otro lado de la calle West. Piensas lo raro que todavía se siente que él sea tu ex después de llevar separados casi tres años y medio, por no hablar del otro ex, el más reciente. Es inevitable llegar a esa ridícula conclusión que adoptas cuando no encuentras la lógica: ¿cuál es el propósito de las uniones si van a terminar en separaciones? Hoy has recibido un correo electrónico en el que prometen que la electricidad está a punto de volver al edificio. Ya ha pasado más de un mes y sin embargo la noticia te produce un estado de pánico. Mientras todo estaba mal era más fácil. Oír a la gente quejarse de situaciones menos complicadas que las tuyas te confortaba, te daba una medida de lo básico y elemental de tus propias necesidades. Y ahí sigue tu edificio, la ventana de tu casa, la única ventana en todo ese espacio, frente al edificio del padre de tus hijas. Detrás de ella hay algo de lo que es tuyo, o por lo menos lo que te gusta, y se despierta el miedo otra vez, debatiéndose entre la suerte y la duda.

Admites las ventajas que has descubierto al verte perdida, husmeando en lo que es fundamental, en la carencia absoluta de aquello que llamabas hogar. Cobras la ligereza de los verdaderos propósitos, más allá de la comodidad y la seguridad ideológica o emocional que te sostiene desde hace algún tiempo. Vuelves a valerte por ti misma y la suerte no es más que un atributo inoportuno e inclemente que se aprovecha de ciertas debilidades que de otra forma permanecerían ocultas. Acechas la ciudad y su ritmo, tu edificio —que sigue pareciendo un fantasma—, y te empeñas en recordar el paseo por la rampa helicoidal del Guggenheim, y su presencia que ya no era la misma, apenas el halo de un ser extraño, muerto para ti, aunque no del todo, como tu padre. Tiene que existir alguna analogía entre esas dos pérdidas, entre todas las pérdidas, de hecho. Él entonces se zafó de tu brazo y se fue a curiosear a una de las galerías que se desvían de un pasillo del museo. Se alejó, como es habitual, y eran las 11:11, como es habitual también. Te recostaste sobre el muro cilíndrico de uno de los niveles, el más alto, crees recordar ahora. Precisabas detallar lo que te sucedía por dentro, que tenía mucho que ver con lo que sucedía por fuera. La gente era como un relleno. Es lo malo de ver el panorama desde arriba, una especie de maqueta en la que se repite una y otra persona, acción y emoción, y recuerdas por la enésima vez que lo más importante, lo indispensable podría acabarse allí mismo en ese instante, sobre esa maqueta que representa la espiral en la que estás metida, aunque más perfecta imposible, al menos desde el punto de vista visual y arquitectónico.

La cola para comprar las entradas se consume y se vuelve a formar. Las mujeres entran y salen del baño, los hombres acuden con menos frecuencia. Un niño corre hacia su madre y otro se aleja con picardía. Una pareja se besa y otra discute; también aparece en escena la pareja que ha dejado de ser pareja hace ya varios años. Las viejitas se sostienen de sus bastones y los jóvenes hablan demasiado alto, el típico artista frustrado comenta su punto de vista entre un cuadro y el otro, los asiáticos toman fotos con enormes lentes, y muchas otras personas lo hacen con sus teléfonos, para colgarlas en Facebook, Twitter, Pinterest, Instagram y cualquier otro medio posible, indagando en la prioridad del día cuando hay tanta gente en la ciudad que aún está viviendo en refugios. En cierta medida, es la única manera de seguir, junto a las condiciones precarias ha de coexistir ese otro universo paralelo que no se detiene ante la desgracia o en este caso, esa magnífica exposición de Picasso que tanto te ha hecho pensar en lo egoísta que es el hombre, en especial él, y el propio Picasso, a pesar de su impresionante obra y de lo poco que sabes de su vida. Prosigues con tu Armagedón interno, mientras él mantiene la farsa y permanece metido en un cuarto, con la cabeza en otro lugar y cuando regresa, con sus típicos planes turbios y dañinos, sabes que es hora de renunciar de una buena vez.

*

Has comenzado a nadar 5 y hasta 6 veces por semana, 850 yardas por día. Has encontrado que nadar es una manera de olvidar, de arrastrar el agua hasta un punto infinito, mental. Piensas en las yardas que se acumulan cada día, no son tantas, pero al menos estás siendo consistente. Las imaginas como un material más tangible que el agua, como una especie de tela, que es exactamente la referencia que te da la palabra “yarda”. Esta tela es una exquisitez, no existe en ningún otro lugar y aunque existiese, nadie sabría manejarla excepto tú. Se extiende con increíble flexibilidad y en apenas dos semanas de nado acumularías suficiente para cubrir el camino desde esa piscina hasta la puerta del Guggenheim. De hecho, con el agua de esas yardas podrías cubrir la ciudad entera en menos de un mes si continúas siendo disciplinada con la natación. La imagen que se te presenta es hermosa y sofisticada, el propio Christo sucumbiría a los ingenios de esa instalación espectacular, si fuera factible. Te empeñas en crear un mundo que no está al alcance de tus dominios, y eso está bien, mientras haya belleza hay esperanza; uf, detestas esa última palabra, te recuerda a algún líder indecoroso. Pero esperanza es lo que necesitas ahora mismo, y es incierta, ya se sabía, pero también lo ha sido el mundo desde el comienzo y nada lo ha detenido. Entonces regresas a tu casa, a tu hogar y le das una limpieza profunda con bastante cascarilla, alistas a tus hijas y las dejas en el colegio, cocinas, bailas, te mimas, te hablas y te recomiendas a ti misma tenerte paciencia, te tumbas en la cama y haces un buen ejercicio de llanto, sin rabieta ni ira, un ejercicio simple en el que te desprendes del malestar acumulado de los últimos meses, y todo vuelve a caer en su lugar: lo bueno con lo malo, lo lindo con lo feo, y encuentras de nuevo un equilibrio estimulante que te llena de fuerza e ilusión.

Por Grettel J. Singer

MUJERONGAS el libro a la venta ya

octubre 31st, 2012 § 0 comments § permalink

Trailer dirigido por Ketty Mora

Disponible en:

En paperback (Amazon)

Como Ebook (iBooks)

El diablo en el cuerpo

agosto 2nd, 2012 § 1 comment § permalink

Un desconocido es por lo general quien te salva la vida, teniendo en cuenta la naturaleza imprevisible de los accidentes en sí. Llevaba el diablo en el cuerpo hacía meses, años, creo entender ahora, de locura física y desequilibrio químico. La rabia del desamor, de un despecho crónico, de una enfermedad sin igual y desproporcionada por completo me atormentaba día y noche. La lógica, implacable siempre y con su estado de cuentas al día, no mentía. Un orden impecable enumeraba los motivos que legitimaban una ruptura sentimental sin posibilidad alguna de retroceder a aquél tiempo idílico. Pero Otis Redding combatía asuntos similares con uno de sus temas que era también mi tema y resumía en varias estrofas mi padecer a partir de un reclamo improvisado aunque no menos intenso, compuesto en su mayoría por una vil desesperación idéntica a la que me atormentaba a mí.

El clavo parecía no llegar nunca. Ese clavo que todos mis amigos coincidían en que podría ser el salvador y justiciero, el remedio santo, según las estadísticas. Se podría decir que los sueños son capítulos misteriosos de un universo que no pertenece a la vida real, y sin embargo constituyen a una parte de la memoria tan fácil de sincronizar con la realidad como cualquier fragmento extraído del pasado al que aludimos una y otra vez a nuestro antojo. En otras palabras, un sueño tiene también el potencial de ser un agente del pasado y por tanto un conjunto de imágenes recicladas que conforman hechos reales, o así es como había determinado manifestar algunos de los sueños más memorables a través de mis noches más solitarias: vívidos recuerdos.

Esa noche en particular me tumbé en la cama convencida de que sin su amor me marchitaría irremediablemente. Como las solteronas de los siglos previos o como la fruta verde que de golpe se infesta de moho, o lo que es peor aun, la carne fresca que se pudre y sólo atrae bichos con su tufo rancio. ¡Oh, Dios, por ese mismo camino de descomposición iban mis carnes y mi tufo! La fortuna que regentaba mi vida familiar y profesional parecía desteñirse apenas estimulaba un concepto relacionado a la separación en cuestión o a ese impulso irrefrenable de llegar a sus brazos, de recibir un abrazo de sus brazos. Tomé algunos medicamentos con tal de conciliar el sueño y obré en función de los típicos rituales fantásticos a los que nos sometemos las personas que como yo han pactado con la bestia del amor, lanzándome a las profundidades de una pasión que no se expande en ninguna dirección excepto hacia el fondo de un vacío oscuro y sin otro propósito que desentenderse de la realidad.

En virtud del insomnio habitual que me visitaba noche tras noche y muy a pesar del cóctel de píldoras que entonaba mi negrura, me dispuse a contar ovejas; no fueron pocas. Pronto alcancé a tener varios rebaños y diferentes razas de ovinos que saltaban con los nervios a flor de piel por encima de cercas doradas guiñándome un ojo antes de descender hacia el otro lado donde se amontonaban dejando la desagradable impresión de los corrales superpoblados o algo por el estilo. Por esa razón suponía que iba a tener pesadillas y no un sueño con el dichoso clavo. Al abrirse la pantalla me encontraba en la fila de un comedor de colegio. Marcada, creí entonces, por los traumas y el hambre vividos en el tercer mundo, llené mi bandeja con más comida de la que podía ingerir en una semana. El menú del comedor se veía apetitoso y la abundancia en mi plato, decidí luego de analizarlo con más calma, simbolizaba el copioso estado doliente que contenía por dentro. Cuánto me urgía desembucharlo y transformarlo en otro tipo de afición más noble y menos exasperante.

Enseñé mi carné a la dependiente de la caja y tras un ademán de reprobación en su rostro salí a buscar un lugar para tomar asiento en el patio bajo la sombra. Sorprendida al encontrar a mi amiga Loren en la esquina de una mesa de picnic llena de celebridades junto a otra amiga en común con su marido que suele codearse con los famosos de Hollywood, proseguí hacia ellos deslumbrada por la grata sorpresa. Frente a Loren había un asiento vacío y me acomodé; al lado estaba George Clooney dándome la espalda. Me fijé en la ensalada que picoteaba, aburrida y desabrida, como su camisa beige de lunares blancos y su actuación en The American. Apenas notó cuán próximos se encontraban nuestros cuerpos se dio la vuelta y detuvo la vista en mi bandeja, en el exceso de carnes, quesos, frutas y varios postres de chocolate, crema y coco. Vaciló mi delgadez y sonriente buscó mi mirada también alegre. Luego comenté mis sospechas sobre su ensalada y la variedad de lechuga tan insípida y lamentable que había elegido; ni siquiera era de las oscuras mucho más rica en vitaminas y minerales como el berro o las espinacas, y esa en particular carecía de buen aspecto. George levantó su tenedor entusiasmado y comenzó a robarme comida y a beber de la cerveza que de manera inverosímil aunque natural retiré del comedor del colegio. Enseguida me percaté de que se sentía en casa conmigo. Siempre he sabido cuando alguien halla un lugar tibio y seguro en mi compañía, y George no pretendía esconder el súbito sosiego que le provocaba mi presencia.

Si no se hubiese tratado de George Clooney habría sido una historia de amor a primera vista como cualquier otra. Pero en efecto, era George Clooney, que a fin de cuentas seguro se ha enamorado alguna vez de la misma manera que lo hacemos los demás. George me detallaba con su cara risueña y mirada obcecada e insondable, con la misma de los días de ER con la que había conquistado a Carol Hathaway, excepto que la enfermera era un personaje ficticio y yo no, ya que en mi sueño me representaba a mí misma y George Clooney no era otro personaje que George Clooney.

¿Cómo explicarlo? Tuve la sensación de que George estaba rebasado con el suceso, que nunca antes había conectado con alguien como conmigo esa tarde, dispuesto a conocer hasta el cimiento a esa extraña que le despertaba curiosidad y deseo. Me dio a entender con gestos y miradas previamente ensayadas que después de todo por fin me merecía y que ya nunca más nos separaríamos. Esa cualidad de incondicional que exijo en una relación, él me la ofrecía con firmeza y sin el menor esfuerzo o fantasma dudoso. Ese pase lo que pase, como los pilares de acero que no se derrumban auque se expongan al peor desastre natural y que para mí es esencial cuando dos personas se aman, él me lo obsequiaba con absoluta certeza.

Después del almuerzo continuamos con el juego de las miradas y roces leves, aspirando los olores que fluían entre charlas, pensamientos y reflexiones. Ya los amigos habían desaparecido sin despedirse y de golpe advertí que el sueño llegaba a su fin. Anuncié algo tristona que debía marcharme y me sujeté del banco para levantarme. Apenas alejé la mano izquierda, George la tomó aferrado y decidido. Me preguntó si era posible acompañarme un rato más y le expliqué que era preciso que me fuera en ese instante a recoger a mi hijo a la escuela de lo contrario me retrasaría. Entonces se me ocurrió proponerle que viniera conmigo. La idea pareció agradarle y de inmediato me preguntó si tenía algún aparato en casa en el que pudiera ver un documental ya que necesitaba tomar notas y enviar esos apuntes a alguien antes de la medianoche a través del correo electrónico. Respondí que sí, que podía usar mi DVD player o en cualquier caso mi ordenador (aunque este último detesto compartirlo y me parece que George lo percibió al toque porque esbozó fugazmente esa risita macabra de quien intenta expresar lo opuesto a lo que está sintiendo). Le avisé que en cuanto llegara a casa me ocuparía de mi hijo, los deberes escolares, baño, juego, cena. A partir de las ocho de la noche dormiría como un ángel o más bien como una piedra pero le dije ángel para no confundirlo porque en el sueño pensaba en español aunque me comunicaba con George en inglés, y la traducción literaria de alguna metáfora no venía al caso. Le aseguré que una vez el niño durmiera me dedicaría a sus cuidados, ver el documental juntos, tomar unas copas. Aceptó y me acompañó a la escuela.

La gente en la calle no nos quitaba los ojos de encima y yo por momentos olvidaba que se trataba de Geroge Clooney y cuestionaba extrañada las miradas sorprendidas y el cuchicheo de los espectadores. Al rato caía otra vez en la cuenta y se lo comentaba incrédula. —¡Claro, es que eres George Clooney, por eso nos miran boquiabiertos! —Él, sin inmutarse en lo más mínimo continuaba absorto mientras marcaba pasos firmes y casi sonoros. Supuse que estaba acostumbrado a la atención de los desconocidos y algunos conocidos míos que aparecían al azar. Su interés lo dirigía hacia mí en su totalidad y no me quedaba claro cómo garantizarle que haberlo conocido esa tarde me había conmovido de igual modo. ¿Cómo dejar de aparentar que aún me recuperaba de un mal amor cuando de repente parecía sanarme en menos de un día sin ningún tipo de venganza? Justo en ese momento lo vi en la distancia, parado en una esquina como esperándome. George me tenía agarrada de la mano todavía y fijó la vista en el sujeto pero enseguida la desvió descartando la amenaza. Era el momento que tanto había esperado, en el que emergía de mi propio sueño sostenida por el brazo de otro hombre, de George Clooney nada más y nada menos. Eat your heart out!, vaya, es lo que habría pensado si el gesto en su cara no habría sido tan entrañable y la familiaridad del encuentro tan grata a pesar de la circunstancia.

A la mañana siguiente mientras preparaba el desayuno y colaba el café pude atribuirle significados más apropiados a ese encuentro. El odio almacenado se había evaporado. Dejé de desear que se accidentara el avión que una y otra vez lo había apartado de mí. De vuelta en el sueño continué caminando al lado de George. Reparé en cómo la piedra que llevaba en el estómago hacía algún tiempo perdía peso a medida que nos alejábamos y a cambio se filtraban mariposas. Cruzamos la esquina hasta llegar a la escuela de mi pequeño. Le presenté a George y a pesar de lo tímido que suele ser se mostró contento y hasta le enseñó el hueco en la encía del diente que había perdido la noche anterior. Dejó que George lo levantara en peso y recostó su cabecita el resto del recorrido sobre el hombro de mi nuevo amigo. Tuve la impresión de que me rescataban y me llevaban de la mano por un camino iluminado. Un nuevo comienzo se avecinaba con George Clooney.

El niño ya dormía y me acosté al lado de George a conversar. En esas horas en las que nos habíamos separado se habían acumulado varios temas que precisaba compartir con él. Me invadió un terrible deseo de ir al baño y aguanté todo lo que puede porque sé lo improbable que suele ser conectar con el mismo sueño… no lo voy a saber yo. Desde que di a luz lo único que se me ha encogido es la vejiga y el capricho no pudo ser más inoportuno y habría sido el final de cualquier sueño tan fantástico como ese del cual era parte. Así que me despedí de Geroge agradecida por se gentileza, por inculcar la ilusión de un futuro más allá de la desesperanza. Él me miró sobrecogido por una ternura inexplicable desestimando que en los sueños ir al baño representa el final de una historia. Convencida de que ya no volvería a verlo lo abracé y le susurré que ojalá regresara pronto. Él me miró embobado y soltó una pequeña carcajada  que inundó la habitación. Me fui con los ojos cerrados hasta la taza reviviendo las escenas del sueño con la idea de reconectarme de nuevo en cuanto regresara a la cama. En efecto, tan pronto entré en escena ya era la mañana siguiente y George y yo estábamos desnudos en mi cama. Abrí los ojos y encontré su espalda, que en realidad era la espalda del otro, ancha y delgada, y el olor, sí también el olor del otro, a fabrica de cartón combinado con alguna esencia de los bosques de Nueva Inglaterra, pero qué importa, eso no lo supe en ese momento sino cuando me desperté, por lo tanto el recuerdo continuaba siendo auténtico aunque también lo fuera la referencia, por desgracia. Si habíamos hecho el amor no lo recordaba, pero me sentía satisfecha, en un estado de absoluta plenitud. A partir de esa noche surgió un encuentro con George casi a diario y poco a poco ese clavo fue sacando el otro clavo. Poco a poco.

Por Grettel J. Singer

Semen en mi plato

julio 4th, 2012 § 0 comments § permalink

En el video blog de Mujerongas, Ketty y yo nos lanzamos a preparar unas recetas cuyo ingrediente principal fue el semen. Como bien se sabe, el semen es bastante nutritivo y además de la textura tan apetecible, contiene propiedades maravillosas. Es un ingrediente económico y fácil de producir y nos atraía la idea de darle un giro inesperado a la mala fama que siempre ha tenido a la hora de ingerirlo. Tal vez cuando prueben algunos de los platillos que preparamos se animen y comiencen a aceptarlo como un ingrediente más en la cocina.

Si no lo sabían, este potente brebaje posee además otras funciones también provechosas para la respiración sanguínea actuando como una especie de suero tónico para el organismo. Tragar semen tiene efectos muy saludables, sin duda, y a partir de los informes que he leído en un diario español sobre un estudio que se hizo en la Universidad de Carolina del Norte (USA), tragar el semen de sus parejas aleja la posibilidad de cáncer en las mujeres. Científicos han desarrollado esta extraña, pero al parecer muy contrastada teoría. Según estas investigaciones, ha sido probado que las mujeres que se tragan el semen eyaculado por sus parejas tienen un 40% menos de posibilidades de desarrollar tumores.

El semen fresco debe ser consumido o cocinado en horas próximas a la eyaculación. De lo contrario es preciso refrigerarlo y dura hasta tres días. Lo más conveniente es congelarlo para minimizar su deterioro. Para descongelarlo no conviene meterlo en el microondas sino dejarlo en el refrigerador unas horas para que se descongele lentamente. Además de las propiedades y características que ya conocíamos, como proteína, aminoácido, fósforo, sodio, zinc, potasio, enzimas (no recuerdo cuáles), ácido cítrico, vitamina C, glucosas, fructuosas y otros azúcares (de los recomendables no los inventados por el hombre), etc., etc., se ha comprobado que ese juguito condensado podría ser uno de los mejores antidepresivos así como lo es el chocolate o el Xanax, pero sin las libras de más que aporta el chocolate o los efectos químico y adictivo del Xanax . La piel, en especial el cutis, agradecerá la mascarilla hidratante que ayuda a reducir líneas indeseadas.

Así que a practicar la felación y a tragar dos o tres veces por semana… por lo menos hasta que se convierta en un tratamiento tradicional y lo fabriquen en píldoras y cremas o a alguien se le ocurra abrir un café de semen para que todas las mujeres (no sólo las que tiene acceso directo) puedan beneficiarse de las propiedades de este producto natural que tanto se desperdicia a diario.

Las recetas han sido extraídas y en algunos casos modificadas del libro “Natural Harvest: A collection of semen-based recipes”

Trago: Un ruso casi blanco
-2oz vodka
-1oz licor de café o chocolate
-1/2oz de semen
-leche o crema
-hielo

Echar el vodka, semen y licor sobre el hielo. Revolver y agregar un chorrito de leche o crema.

Aperitivo: Almejas aderezadas por él
-algunas almejas
-bastante semen
-hielo
-limón y pimienta para adornar

Aderezar las almejas al gusto. Las almejas se pueden sustituir por ostras.

Plato principal: Sashimi de atún con salsa cruda
-1/4 salsa de soya
-1/2 aceite de maní
-2 cucharadas de aceite de sésamo
-1 cucharada de jengibre de rayado (OJO: el jengibre acentúa el sabor del semen)
-1 cucharada de semen
-ensalada

Cortar en tajadas finas el atún y dejarlo a un lado. Batir el resto de los ingredientes. Servir el atún con la salsa. Adornar con ensalada.

Postre: Eclair personalizado y Flan bien cremoso

Ambos postres los compramos ya hechos, pero seguir receta típica y echar semen al gusto para adornar. El flan queda bien cremoso.

Grettel J. Singer

Reflexiones cotidianas II (La oreja)

mayo 6th, 2012 § 6 comments § permalink

Como cuando uno comienza a enamorarse y lo que nos mueve por dentro va más aprisa que lo que sucede por fuera. Una impresión, opuesta a cualquier razón o inteligencia, avanza al descaro como un capricho infantil guiado por una intuición que nace –o resucita- de la nada. Devoción, sería la palabra exacta.

Esa tarde cuando se subió a mi coche sonaba un bolero que cantaban Gema y Pavel. Llevábamos queriéndonos poco, menos de veinticuatro horas, y si dejábamos de vernos unos minutos enseguida patinaba sobre lagunas en cuanto a ciertos rasgos físicos y gestos, aunque recuerdo haber mirado, cautivada, su oreja izquierda. En ese orden comencé a memorizar su cuerpo. Era la primera vez que había puesto mis ojos sobre ella y recuerdo haber pensado eso mismo, que nunca antes había visto esa oreja, ni una parecida. Estaba reconociéndolo, igual que en una cita médica. El tamaño, la forma indiscutiblemente rara y sin duda peculiar de una oreja, las suyas en particular, llenas de vericuetos que nacían y morían sin precisar borde ni esquina. Esa oreja a cuyo cuerpo ya mi alma pertenecía irremediablemente. Se podría decir que ambas orejas, pero esa en especial era mía. La nuestra fue una relación que comenzó, se prolongó y finalizó en mi coche; era yo la que siempre conducía y esa era la oreja con la cual siempre coincidía. Esa oreja era más allegada a mí que cualquiera de mis propias orejas que apenas he estudiado con indiferencia.

Podía verme a mí misma desde afuera analizando ese órgano de alguien casi desconocido, que horas antes llevaba una vida que poco tenía que ver con la mía. Ni imaginarme que a partir de ese momento el equilibrio en nuestro mundo dependería de una sonrisa en común o una leve expresión en sus ojos o mis labios entumidos, un grito, un silencio, una duda. ¿Lo habrá sabido él entonces? Yo sí, lo supe al instante. Un precipicio se abrió de pronto y me lancé, llevándolo conmigo. Desde ese fondo en el que nos arrastrábamos supe que la oreja era la culpable, la que marcaba un antes y un después.

Luego le acaricié la nuca y descubrí ese nódulo inexplicable que no he encontrado en nadie más. Metí los dedos dentro de las dos orejas raras y de una fisonomía medio romana, como su nariz —y hasta me atrevería a concluir que eran atractivas. Me detuve en sus mejillas ardientes, acicaladas con una arruga profunda en vertical por el lado izquierdo. Tenía muy cerca sus ojos, sus labios carnosos y anchos, demasiado anchos, demasiado carnosos. Si apartaba la mirada un segundo todo perdía sentido. Fue ahí cuando supe que ya me había encadenado, que lo iba a querer demasiado, que lo iba a abandonar todo por él, que cambiaría el curso de mi vida con tal de estar lo más cerca posible de ese extraño; disponible en cuerpo y alma, vaya. Un imán. Su cuerpo era ese imán, y cada cosa que salía de su boca me atraía hacia él, hacia su caos.

Apenas el día antes había amanecido en mi casa sin el menor reparo, sin mi permiso y sin tocarme. Cuando me desperté ya ronroneaba por la sala, y me agradó su presencia, su suavidad, la calma y el orden que imponía en tan poco tiempo, la prudencia y a su vez el atrevimiento en su justa medida. Esa apariencia de que dos seres tienen una larga historia aunque en realidad se acaban de conocer. Ah, sí, ahora lo recuerdo, estaba parado frente a la meseta de la cocina cortando unas frutas e hirviendo agua para preparar un té. La tetera, las tazas y la azucarera ya estaban sobre la mesa. Y él frente a la tabla de cortar, inclinado, casi besándola, tajaba con esmero una pera y unas fresas. Qué manera tan hermosa y delicada de trocear las frutas en tamaños exactos, de embellecer dándole nuevas formas a lo que ya era bello. Todo aquello me parecía una elaboración perfecta, una celebración de los rituales de la comida y del placer.

Salpicó algo de azúcar sobre las fresas y eso me causó gracia. Sólo a un caribeño se le ocurriría. Nos sentamos a beber el té y a mordisquear las frutas. Me sacó de entre los diente una semillita de una de las fresas y tras examinarla se la tragó. Alguna cucharada llevó a mi boca sonriente, mientras descifrábamos la música de mi Ipod, reparando, hojeando entre libros regados por ahí y por allá. Pasamos en eso varias horas, horas en las que podía sentir cómo calaba dentro de mí de la manera más irritante: la permanente, —y en lo más profundo, pero esa parte no la supe hasta mucho después. Era el accidente que no se podía evitar, porque no es para todos el milagro de un gran amor, ni tampoco la desdicha en la cual suele convertirse.

Y lo dejé allí sentado, en la orilla de una calle donde alguien lo recogería más tarde. Huí sin mirar atrás. Aquello de pronto me pareció una emboscada sentimental. Pero él se había quedado conmigo y el vacío en el asiento del copiloto se hizo gigante. ¿Cómo podía hacerme tanta falta alguien a quien acababa de conocer? Marqué el número de su amigo con urgencia y fue él quien respondió. Necesitaba expresarle mi súbita necesidad, y lo hice en forma de broma. Él, en cambio, se mostró serio. Luego esa noche, cuando nos volvimos a encontrar, ya estábamos cogidos mutuamente, como dos aguas que desembocan en un mismo río. Una metáfora sobada a la que justo entonces le pude dar sentido.

Nos sentamos en la terraza de un café. No nos podíamos ni mirar a la cara y menos a los ojos, disimulando algo de pudor. Le pregunté que por qué no se atrevía a mirarme a los ojos y él me respondió que estaba nervioso. Esas preguntas previsibles y sosas que nos nacen casi por inercia ante la locura que se supone que es enamorarse desesperadamente de un ser a quien acabas de conocer y que además te corresponde… y todo lo que podría ser raro, es raro, pero compensado por alguna lógica inaudita. Me rozó un hombro con el meñique medio torcido de su mano izquierda (ese perfil que era el que me gustaba a mí: el de la oreja, la arruga y el dedo jorobado) y me estremecí. Uno se vuelve tan vulnerable en esas circunstancias. Supongo que advertía lo que venía: el beso. El primer beso que se demoró una eternidad, y que cuando por fin llegó duró el doble y concluyó con esa oreja izquierda metida en mi boca.

Todas esas canciones melancólicas que suenan cuando estoy triste, cuando estoy contenta, cuando estoy bien y cuando estoy mal, son la banda sonora que completa este puzzle. Mi enredo, mis grandes amores, o el gran amor que luego pasa a ser parte de los recuerdos, a veces inexactos y a veces tan reales que desarman y queman como algo abominable. Pero que en definitiva, abren paso a esa larga y benévola certeza de un orden rotundo e incondicional que justifica una vida bien vivida, o en todo caso, vivida al máximo, aun a merced de la demencia y del vacío.

Eso no es lo único que me ha dejado: hay un cuadro, hay una libreta llena de apuntes, hay también un albornoz de rayas que apenas me asomo se monta sobre mi cuerpo, muchos libros, y uno en particular que leo en este preciso momento y en cuyas páginas se cuenta la historia de un hombre que es el vivo retrato de su imagen, una historia que también ha sido nuestra historia y la historia de todos los que alguna vez hemos amado a alguien tanto o más que a nosotros mismos.

Ilustración: Eduardo Sarmiento, Love at first sight, 2010.

Reflexiones cotidianas I

abril 24th, 2012 § 7 comments § permalink

Día de Jury Duty. En otras ocasiones me he encontrado embarazada o de viaje, pero esta vez no me quedó más remedio que presentarme para cumplir con las obligaciones que se me exigen como ciudadana de este país que me ha acogido con cariño, como dicen por ahí. El sistema está diseñado con un orden impecable, y cientos de personas se amontonan a esperar a que les toque su turno sin saber cuándo los llamarán o si los llamarán siquiera. Es nuestro deber, ya lo sé, pero estando ahí uno percibe muchas ironías de esta vida, y de lo intangible que suele ser la libertad absoluta, puro alarde. Presumo que algunos en el salón, como yo, han ido con intenciones de fallar, de desacreditar ante un juez su propia inteligencia y coherencia, y en cambio hemos ensayando en casa opiniones tontas y personales que colocarán el caso en una situación comprometida. Como resultado, es probable que nos manden a casa lo antes posible y tal vez hasta nos tachen de esa la lista para siempre.

Entro a una habitación que está acomodada para la gente que desea trabajar o conectarse a la internet, aunque la señal es bastante lenta y desaparece de manera súbita e intempestiva. Cada cual está en lo suyo y hay un silencio que me reconforta, en medio de esa sala helada y rodeada de concreto tan indeseable cuando el día está tan hermoso allá afuera. Me pongo a corregir el manuscrito por la milésima vez, aunque con frecuencia miro en derredor y suelo distraerme confabulando a través de observaciones nimias. De hecho, son pocas las distracciones y ése parece un sitio ideal para reparar mis erratas, o errores, porque en realidad son grandes y algunos llegan a ser irreparables. Un hombre ya mayor entra y se sienta en mi mesa y comienza a conversar por teléfono con una amiga, al parecer. Se concretan varios asuntos, en su mayoría personales. Me irrito ya que he perdido toda concentración y ahora me interesa más la vida del extraño y su interlocutora que el trabajo retrasado que me dispongo a terminar antes de que acabe la semana, o el mes, o el año, quién sabe a estas alturas. Un sonido aislado es casi peor que el vocerío unánime de un grupo de personas, como he podido comprobar una y mil veces.

El señor cuelga e inmediatamente comienza a marcar otro número. Una muchacha sentada en otra mesa lo interrumpe y le pide que salga al otro salón más amplio donde aguarda el resto de las personas que no necesitan conectarse o trabajar en silencio y disfrutan de la película que pasan en los televisores, y desde donde se puede hablar por teléfono todo lo que se desee. Otros apoyan a la muchacha que exige discreción. El señor sale indignado con su teléfono en mano y busca por todas partes el cartel que supuestamente indica que en ése cuarto no está permitido hacer llamadas. Minutos más tarde vuelve a entrar con cara de ingenuo y nos aclara que no sólo el cartel no existe, sino que afuera no se puede hablar porque es imposible escuchar por encima del cotilleo espantoso de la gente y la risotada impredecible de Sandra Bullock en The Proposal. Alguien le explica que para nosotros es imposible trabajar por esos mismos motivos que él acaba de exponer. Éste, más indignado aún, se da la vuelta y tira la puerta resuelto a no volver, y no vuelve. La mayoría de la gente es así, indiferente al mundo y sus regulaciones cuando de su comodidad se trata.

Me levanto y abandono mis cosas personales brevemente confiándoselas al señor sentado en la mesa de al lado y con quien he tenido un fugaz intercambio de palabras acerca del maleducado e imprudente que nos concierne a todos aquellos que presenciamos su malcriadez, que si no fuera por los demás, a mí hasta me habría resultado graciosa.

Me dirijo a la pequeña cafetería y pido un cortadito. Tenía ganas de beber un café americano, bien aguadito, pero teniendo en cuenta lo oscuro que se ve y cuán obvio es que lleva un buen rato requemándose, decido aventurarme. La dependiente que se encuentra entretenida mirando algún programa matutino en el televisor pequeñísimo que está en la esquina izquierda del mostrador, me pide que espere a que salga la otra señora del baño, la que sabe hacer el cortadito. Debo estar equivocada pero hasta yo que nunca antes había visto la máquina podría preparar un cortadito sin lugar a dudas. Cuando por fin la señora sale del baño, al cabo de un rato considerable, me distrae una sospecha inmediata porque no todo el mundo se lava las manos antes de abandonar el cuarto de aseo, pero me parece que la mujer es haitiana, y siempre he pensado que los haitianos son gente limpia y de fiar en la cocina. Apenas su compañera le informa sobre mi pedido, se las lava, eso sí, en muy pocos segundos, ni siquiera ha hecho espuma el jabón. Enseguida agarra un jarrito lleno de café y comienza a prepararme el cortadito. Le pido con un tono amable aunque impaciente que vuelva a colar otro jarrito, sin embargo insiste y me confirma algo enardecida que ese que tiene es fresco, acabadito de colar, como si le acabara de pedir que obrara un milagro sobre la cafetera. Insisto, y con mala cara la haitiana cuela de nuevo. Pienso en aclararle que el café hecho luego de veinte minutos se oxida, y además, no sabe igual, pero no se lo digo, con pensarlo basta. Sirve el cortadito de mala gana en una taza frágil, casi de papel, al parecer. Aun así tiene mala pinta porque sé que la leche que usó no es la primera vez que la calienta, ni es la mejor leche. Cuando lo pruebo, sabe raro, a detergente o algún producto parecido; $1.35 en la basura.

Regreso al mismo salón muerta de frío. ¿Por qué siento tanto frío? Llevo puesto mi abrigo de lana que compré en Umbría hace unos años. Es un abrigo que abriga, pero en estas oficinas pareciera estar desnuda, mientras que hay mujeres desabrigadas, y hasta con sandalias, y el termostato indicando 60 grados no parece molestarles en lo más mínimo. Detesto el frío interior al cual uno está normalmente sometido en esta ciudad el año entero.

Me puse a conversar bajito con otro hombre que se sentó en mi mesa reemplazando al del teléfono. Poco a poco fueron llamando a todos y a media mañana ya apenas quedábamos él y yo. Un ingeniero colombiano que vive de sus ideas. Soy un inventor, me asegura con dotes de excelencia. ¿Qué es un inventor?, pregunto intrigada, con la imagen de Robert Fulton o Graham Bell divagada en mi cabeza. Alguien que ejecuta sus ideas, que las realiza, las materializa. Claro, eso lo sabía, pero por alguna razón escucharlo es refrescante, especialmente si en efecto, tengo frente a mí a un inventor. Me cuenta sobre algunas de sus creaciones, realmente es ingenioso el hombre. Ha creado un calzado femenino que se dobla por la mitad para ahorrar espacio y además el talón adquiere altura según los gustos. La parte de la suela es flexible y el tacón se puede colocar en tres posiciones diferentes, desde lo plano hasta unas cinco pulgadas. Me parece innecesario, la verdad, y sospecho que la mayoría de las mujeres preferimos tener tres tipos de zapatos con tres tipos de tacones, en vez de invertir tanto dinero en un solo par, porque además, la gracia vale por tres pares de zapatos, como mínimo. Sin embargo, no revelo mi opinión y por el contrario, estimo su voluntad.

Como buen inventor, de mujeres sabe poco. En cambio, le comento mis ideas, los inventos que yo he soñado efectuar antes de morir. Por ejemplo, una máquina de hacer cosquillas que reemplace la mano humana, y que se le pueda cambiar las herramientas a diferentes velocidades, tactos y temperaturas. El diseño sería parecido a los equipos que utilizan en el dentista, con silla incluida. También le hablo de la máquina del tiempo que tengo pensada, para movernos de un lado a otro con más rapidez y menos costo desde nuestra propia casa. Ahí no he sido nada creativa y la cabina que he imaginado sería muy parecida a la de un ascensor, pero es cierto que la fabricación de dicho aparato presenta problemas más que grandes, digamos, en el contexto de nuestra realidad, y se nota en la cara del inventor. Hablo, además, de un lugar idílico para tomar siestas a cualquier hora del día, lleno de literas y sonidos de delfines, situado en Lincoln Road, en el que uno pueda pagar por descansar unos minutos o un par de horas a lo máximo. También le comento sobre una píldora especial que todavía no existe, la del mal de amores, como una especie de Xanax para apasionados en recuperación. Ah, eso sí sería un invento, nos haríamos millonarios, exclama el inventor siguiéndome la corriente. ¿Por qué ha de existir una pastilla para absolutamente todo en esta vida y cuando de desdichas amorosas se trata persiste el mismo modo a la antigua? Tiempo es lo único que nos cura, es cierto, y no la duración normal, no, es un tiempo especial, más duradero que cualquier otro tiempo. Porque en efecto, las horas son larguísimas en esos estados emocionales. ¿Por qué ya no se ha inventado un químico que apacigüe esas calamidades, que borre las referencias y los olores de nuestro disco duro? Porque el amor es como la muerte, un misterio, concluye el inventor, sin mucho ánimo para respaldar mi proyecto emocional ante lo irremediable y descorazonado que resulta ese asunto.

A ninguno de los dos nos llaman, ni antes ni después del almuerzo, que no ha sido corto y no sólo hemos bebido más de la cuenta, sino que hemos llegado con retraso a la corte para el turno de la tarde. Nos despedimos como dos grandes amigos y no nos volvemos a ver, luego de habernos pasado lucubrando casi ocho horas, y de intercambiar señas personales e ideas maravillosas.

Me estaba muriendo

diciembre 22nd, 2009 § 5 comments § permalink

Apenas despertaba del sueño más cercano a la Gloria que he tenido, y eso fue lo que, algo acongojado, me anunció el gastroenterólogo. Todavía embobada por los deliciosos efectos de la anestesia que me inyectaron antes de realizarme la endoscopia, me eché a reír. Él, muy serio y muy madrileño con su nariz respingadita me dijo a regañadientes que no se trataba de una broma, que en serio el problema era para preocuparse. Le creí, claro que le creí; él es el doctor y yo la moribunda, pero no hay que sacar un postgrado para saber que en efecto, todos nos estamos muriendo.

Me sugirió que comenzara parte del tratamiento esa misma tarde, y cuando le entregaran los resultados del laboratorio me llamaría para discutir los próximos pasos a tomar. Enseguida se dispuso, con la agilidad de un arepero de feria, a abandonarme y seguir con el próximo paciente que se encontraba en otra cama cerca de la mía, cuando le pedí, no recuerdo si alegre o desesperadamente, si era posible conseguir la anestesia en píldoras o en ampollas para usar como inyecciones caseras. La enfermera me miró con cara de “mija, no le agotes más la paciencia al hombre”. Pero él, que sabía de sobra de lo que yo estaba hablando, se dejó abrumar por el estruendo de una carcajada y aquellos dientes blancos y perfectamente cuidados me recordaron lo tonta que debí haberme visto dormida y con la boca abierta luego del procedimiento. Me puso la mano en el hombro y con una complicidad casi incómoda me confesó en voz baja que si algún día la llegaran a inventar él sería el primero en consumirla. Ah, y me dijo también: no más ron. ¿Para siempre?, pregunté con los dedos cruzados y la orejas tapiadas. Sólo durante el tratamiento. ¿Y cuánto tiempo dura el tratamiento? No lo sé, ya veremos. Depende del resultado del ecograma que te hicieron en el estómago hace un rato y el de la biopsia que te acabo de hacer, pero por lo que ya he visto tienes una úlcera.

A la semana siguiente me llamó para comunicarme los resultados. Una úlcera, una hernia, gastritis y la bateria del H. Pylori. Ni idea de cuán grave es lo que tengo, pero él se muestra preocupado por el diagnóstico, especialmente el de la bacteria. Luego, cuando me informo por internet, me quedo espantada. En conclusión, veo que es una bacteria hermosa que parece un edamame verde con pelos en uno de los extremos, pero leo que es sumamente peligrosa y contagiosa y que es posible que se haya refugiado en mi barriga desde hace años. Una femme fatale, vaya. Me pregunto a cuánta gente he enfermado, y decido que mejor no voy a llamar a nadie para dar aviso pues con un simple beso de piquito es suficiente para que se pegue el mal del H. Pylori, y esa lista sí que es interminable.

Comienzo el riguroso tratamiento de pastillas y más pastillas. Un regusto metálico se convierte en el nuevo sabor de cualquier bocado que pruebo. Por fin comienza a bajar el pomo de las píldoras cuando me doy cuenta que al frasco de los antibióticos le quedan más pastillas que al otro. Llamo al farmacéutico y le digo hasta del mal que va a morir. Él, calmada y educadamente, me pregunta si he ingerido la cantidad que sugiere el médico. No, claro que no. ¿De cuando acá mi despiste se distrae en asuntos de suma importancia? El doctor no me entró a golpes porque no me tenía delante. Me dio un par de gritos por teléfono (bien a lo madrileño) y me dijo que tenía que esperar un mes y luego regresar a su consultorio para que me realizaran una prueba de aliento para ver si con suerte me había funcionado el tratamiento que hice a medias.

En estos días recibí un correo electrónico de mi tía que vive en La Habana, dictado por mi abuela. Y ahora sé que si mis hadas me abandonan por lo menos me quedan los rezos de mi viejita y la promesa que le ha hecho a la virgen de la Ermita. Promesa que tendré que cumplir yo, con varios ramos de flores blancas agradeciendo este y otros favores que por lo visto ya se vienen atrasando.

Penaso

julio 30th, 2009 § 1 comment § permalink

En casa preparaban este tipo de carne con frecuencia y de diferentes formas, pero a la parrilla siempre fue mi predilecta. Esta receta es una verdadera joya. Es sencilla y simplemente deliciosa. De ser posible evite comprar la carne congelada, pero no siempre se encuentra con facilidad. Si tiene buenas relaciones con el carnicero pídale que le avise apenas llegue porque el pene es lo primero que se va cuando viene fresco.

Nunca cocine un pene sin haberlo adobado por lo menos un par de horas previas al asado o a la cocción. Ah, y nunca cocine un pene sin antes sellar sus líquidos porque de otra forma el resultado final no será más que un trozo soso de órgano tieso y decolorado. Ojo, esta carne posee un sabor gustoso pero fuerte y se come mejor en el otoño, cuando ya el clima ha refrescado un tanto y el paladar pide proteínas más densas y complejas a la hora de digerir.

Ingredientes:

8 penes tamaño regular (con piel)
3 cucharadas de aceite oliva
1 cucharada de Sazón Completa (Badia) (opcional)
5 dientes de ajo
1 cebolla mediana troceada en cuartos
1 naranja agria (se puede sustituir por la mezcla de media naranja dulce y medio limón)
unas ramitas de romero
sal y pimienta al gusto
1 cucharada de agua tibia
1/4 taza de vino tinto
moscada rayada al gusto
cilantro o perejil picado para adornar
las cuñas de dos limones para adornar

Limpie bien los penes y elimine cualquier vello infiltrado. Introduzca un punzón de hielo por el orificio de la uretra que atraviese por toda la longitud del canal hasta la base del pene, de manera que cuando lo enjuague elimine restos de sustancias innecesarias. Con el cuchillo punce en tres o cuatro zonas de cada pieza para que se absorba bien el sazón. Mezcle la carne con dos cucharadas de aceite de oliva y el resto de los ingredientes e ingrese la carne sazonada en una bolsa plástica, ciérrela y póngala en el refrigerador.

Cuando sea el momento engrase un sartén de freír con el aceite de oliva restante y la cucharada de agua tibia a una temperatura alta. Coloque las piezas e inmediatamente baje el fuego. En cuanto se gaste el agua retire la carne y colóquela en la parrilla seis minutos por cada lado. Mientras, en el mismo sartén vierta el sazón que quedó en la bolsa y el vino tinto y déjelo a fuego lento hasta que se convierta en una salsa viscosa. Más o menos cuatro o cinco minutos.

Tenga en cuenta que la cabecita es más tierna que el resto de la carne y a veces se cocina antes. Conviene sostenerla en el aire ese último minuto para que no se reseque demasiado. Para esto necesitará la asistencia de varias otras manos, pero no se desanime si no cuenta con la ayuda, si ha comprado la carne fresca difícil que no sea tierna. Al retirar la carnita de la parrilla debe usar unas tenazas grandes de manera que no se desprenda algún pedazo y pierda su graciosa estructura. Pase las piezas a una fuente, raye un filo de moscada, rocíelas con cilantro o perejil y decore el platillo con las cuñas de limón. Iba a decir voilá pero ya esa frase esta achicharrada, así que ¡buen provecho!, y que disfrute este sabroso manjar en compañía de una cerveza con cuerpo para que empañe el gustillo amargo de la carne.
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Nota: esta receta se puede comenzar hasta 8 horas por adelantado pero ojo, sólo hasta el punto del adobo. Se recomienda servir con polenta horneada y una ensalada de temporada. El concierno ingenioso guarda la carne que ha sobrado y la utiliza al día siguiente en ensalada fría, como base para una exquisita salsa para pasta, o bien pueda triturarla en la batidora y comerla con galleticas saladas a la hora de la merienda.

Los peores amantes del mundo

junio 19th, 2009 § 0 comments § permalink

—Tú no me digas que los cubanos son los peores amantes del mundo. Es que no te lo puedo creer.
—Te lo juro por Dios, por mi abuelita –que en paz descanse- y por mis hijos, son pésimos en la cama.

—¿Tú estás segura? Mira que tienen una fama de ser muy dotados, muy talentosos. Oye, esas españolas, esas mexicanas, todas se vuelven loquitas por un macho cubano que las trajine un poco.

—Quimeras y más quimeras. Mírame a los labios, A-R-T-I-F-I-C-I-A-L.

—¿Quiénes, el cubano o su aparato?

—Ambos son pura pantalla, coquito tostadito. Bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, y luego te tiran de un lado para otro con tremenda tosquedad, te dan un halón de pelo y te gritan cuatro vulgaridades que los haga sentir todo lo papalongo que jamás llegarán a ser. Y punto. Punto final.

—No te lo creo, qué va, no te lo creo. Excepto esa parte que dices que nos tiran de un lado a otro y nos dicen una de cosas feas.

—Así es querida, así es. Lo único que les interesa es sentirse bien sin reflexionar por un segundo en cómo nos sentimos nosotras. Tienen un único objetivo en esta vida y es lograr un orgasmos ancho y pleno, ¿y tú crees que les importa encontrarnos allí donde han llegado ellos? Nada de eso, fíjate si están equivocados que los cubanos se piensan que nuestros orgasmos se originan a través de los suyos. ¿Me explico?

—No, de veras que no.

—¿Qué es lo que no entiendes? Los cubanos son además de insípidos, ingenuos y se han creído esa fama de buenos amantes que se le ha dado en Hollywood. La pasión y un bigote lleno de cucarachas no es lo único que conduce a un buen clímax, ¿tú sabías eso?

—No, no, no lo sabía. Bueno, es que yo me acabo de enterar que en realidad nunca he tenido un orgasmo. Mira que llevo años confundida, pero el otro día vi un programa en la televisión donde describían el orgasmo en la mujer y la verdad es que en nada se asemeja a lo que yo imaginaba. La doctora explicó el proceso, y te digo una cosa, entendí bien lo que decía muy al principio de sus explicaciones, pero ya cuando comenzó a hablar de espasmos y convulsiones, de sensaciones afiebradas, me quedé perdida en el llano.

—Ves lo que te digo. Tú te crees que es invento mío, pero no, todo eso lo leí en la revista National Geographic. Ahí salió detalladito, con estadísticas y encuestas. Información prestigiosa e infalible, nacional.

—¿Y esa revista no es de exploraciones y mapas y cosas así?

—¿Es que acaso el hombre no es todo eso y más? ¿Tú sabes por qué no logras espasmos y convulsiones?

—Sí, creo que sí. Según la doctora de la tele tengo un problema de resequedad.

—¡Qué problema de resequedad ni qué ocho cuarto! Eso no existe, lo que te pasa es que tú nada más has estado con cubanos. Salte de ese equipo y ya verás cómo lubricas y requetelubricas.

—¿Tú crees? ¿Y qué hago con mi marido?

—Deja a ese inurbano de una buena vez que ni siquiera te ha gustado nunca. ¿Para qué quieres un marido que no sabe complacerte y además te pega los cuernos? Son muchos años de aguante, demasiados. Tu eras una mujer bastante bonita y te conservas estupendamente, ya verás como aparece alguien mejor.

—¿Te imaginas? A ver, déjame que lo asimile un poco…

—Estoy segura. Atiende a lo que te voy a decir. Un amante cubano es más bulla que otra cosa, y además tienes que tragártelo completico, con sus complejos de Adonis, con ese machismo que no es otra cosa que la falta de una buena cama bien dada. Ahora, una cubana, ya eso es otra cosa, nosotras sí sabemos lo que queremos dar y recibir. ¿A que sí?

Pasaron unos meses hasta que la mujer que nunca había logrado un orgasmo se decidió a abandonar a su marido y se cambió de equipo, y por fin consiguió infinitos espasmos y convulsiones. Y su amiga, bueno su ex amiga, por fin se pudo casar con el hombre con el que había mantenido un concubinato por más de veinte años, un hombre cubano, dotado, excesivamente talentoso y con un bigote lleno de cucarachas.

Penemorfosis

abril 2nd, 2009 § 2 comments § permalink

Venía caminando por la calle principal en Coral Gables, se detuvo a comprar un café y luego se sentó a beberlo en un banco mientras telefoneaba a su hermana. Él se sentó a su lado sin que ella se diera cuenta, la escuchó hablar unos cinco minutos. La detalló minuciosamente, se le acercó al cuello para aspirarla e inmediatamente reconoció ese olor dulzón que en algún momento en el trayecto de su vida lo había vuelto loco, y que ahora, años más tarde, aún continuaba torturándolo. Tocó su delicado cuerpo en el aire, para que ella no lo notara, y de golpe se sintió brevemente feliz. Había perdido la cuenta de los tantos años que no veía a esta mujer, había tratado de olvidarla, claro, pero verla nuevamente era reconfirmar que el olvido a veces es imposible. Ella le había colgado a su hermana hacía ya unos minutos. Permaneció distraída, contemplando la turbación y el movimiento al parecer confuso de aquellas aves que se conglomeraban a esa hora de la tarde. Cuando se giró inmediatamente se encontró con su mirada herida, y sin sorprenderse, como quien había esperado ese momento por los años de los años, se sonrió y lo abrazó. Él la tomó en sus brazos y se afincó a su cuerpo como si se tratase del último árbol con vida en todo el planeta, y así permanecieron un tiempo indeterminado. Ella tampoco lo había dejado de querer. Pero quererlo no era tan fácil, no era vida, en cambio esquivarlo era una mejor forma de realizarse, de deslizarse por su emancipado y ligero existir. Sin embargo había contraído matrimonio, claro que con alguien que la dejaba volar libremente, no como éste que tenía delante que la adoraba tanto que deseaba enfrascarla en un pomito con tapa y sólo sacarla a escondidas, lejos del mundo y sus tentaciones. Ella no había soportado esa forma de subsistir, y una mañana recogió sus cosas y se marchó sin dejar ni una nota de despedida. A él le había costado mucho superar su partida, mas no dedicó ni un instante a buscarla pues sabía que no la merecía, que sólo era capaz de quererla obsesivamente. Ahora que la tenía frente a él se sentía nuevamente ofuscado, impotente, deseando que ella no regresara a casa junto a su marido perfecto. Comenzaron una relación de amigos. Se hablaban diariamente, se encontraban a la hora del té, se enviaban textos, emails, canciones. Y en menos de dos semanas habían vuelto a caer en la trampa. El esposo estaba de viaje por una temporada dedicado a su oficio, la arqueología. Entonces los amigos hablaban hasta hartas horas de noche por teléfono, se deseaban de manera concreta y absoluta, con esa determinación que imponen ciertas áreas del cuerpo, imposible de ignorar. Cuando despertaban aún se encontraban en línea, semidesnudos, empapados en sudor o líquidos corporales. Él por fin le propuso que se amaran una vez más y luego se volverían a distanciar como lo habían hecho en aquellos años que habían transcurrido. Primero ella se negó, realmente no concebía las infidelidades, pero luego recapacitó y decidió que sería mejor concretar ese acto carnal antes de que se volviera una obsesión como en tiempos lejanos. Le propuso ir a verlo al día siguiente, un sábado. Él le pidió que se pusiera un vestido vaporoso de esos que él recordaba en ella y lograban hacerlo babear. Ella obedeció. Cuando llegó y él abrió la puerta pensó ver un hada encandecida. Sin embargo, ella entró fría, estoica, e inmediatamente le advirtió las condiciones del juego. Él podría escoger entre dos opciones, tenerla en su cama las próximas cuatro horas o permanecer amigos. Si elegía la primera, podrían revolcarse el tiempo acordado y luego se iría para siempre. Si elegía la segunda, se quedaría en su vida para siempre, pero sólo como amigos. O sea, pasión o amistad. Como él vivía en un estudio pequeño y la cama era también el sofá, se tumbaron los dos bocabajo. Mientras él se decidía la miraba, le acariciaba el pelo, se complacía de sólo tenerla tan cerca. Pasó una hora más o menos. Entonces él anunció su decisión. Amigos para siempre. Pero en el acto, sin hablar más del asunto, le arrancó violentamente el blúmer. Ella no impidió lo que vino después, ni siquiera se dio la vuelta. Comenzaron a amarse, a temblar, a titiritar. Él la miraba con esos ojos tristes que ella nunca había podido olvidar. El mismo magnetismo de mil años atrás se efectuaba entre los dos. Él la penetró tan pero tan fuerte, como si nada en esas cuatro paredes fuera suficiente para saciarse. Finalmente él le suspiró algo al oído, ella lo miró a los ojos nuevamente y le dijo que ella también lo odiaba. Cuando se cumplió el tiempo pactado, ella se vistió, le dio un beso y se fue con su olor haciéndole sombra, aunque conciente de que en cualquier momento hasta eso tendría que ocultar. Pasaron los días, cuando de repente, estupefacta, se sorprende al caer en cuenta que ni siquiera lo ha extrañado. Se siente deshonesta por la traición, por momentos arrepentida, aunque sabe perfectamente bien que no había otra salida. Sin embargo, se queda confundida, cavilando en una idea fija e inverosímil. Y es que tenía otro recuerdo de aquel miembro viril que tanto placer le había proporcionado. Lo recordaba diferente, mucho más delgado y muchísimo más largo, pero durante esas horas de infinito placer había confirmado lo opuesto, era no sólo pequeño, sino que desmedidamente ancho y de un color diferente a aquella tonalidad entre café y canela que ella estaba acostumbrada. ¿Cómo era posible semejante trasfiguración? Nunca se enteraría.

Violaciones: Si es que no te matan, te curan… ¡ja!

marzo 29th, 2009 § 0 comments § permalink

Hace un par de semanas leí un espeluznante artículo y vi su respectivo vídeo, el cual me aterrorizó por completo. El artículo del diario The Guardian, del Reino Unido, contaba la historia de Eudy Simelane, la famosa futbolista sudafricana que fue raptada y brutalmente asesinada el año pasado, y como resultado, el aumento de estos crímenes con el mismo propósito. Su perturbadora muerte hasta el momento no ha modificado absolutamente nada en las leyes que podrían, o más bien deberían, proteger a las lesbianas, y las autoridades continúan haciéndose los de la vista gorda cada vez que aparece una nueva víctima muerta o violada, aún cuando la evidencia más clara, imposible.

Simelane era una joven valiente, la primera mujer lesbiana que había decidido vivir abiertamente en Kwa Thema. Además se había convertido en una activista voraz, abogando por la justicia e igualdad para las mujeres homosexuales de su país, que hasta el momento no cuentan con la protección necesaria, al parecer ni para ir tranquilamente al mercado de compras.

La madre de Simelane no comprende cómo es que alguien ha podido matar a su hija de ese modo, con 25 puñaladas por la cara, el pecho, incluso debajo de los pies. Una deportista con la vida por delante, sin vicios, generosa, entregada a la mejoría de su comunidad, que simplemente decidió tomar el único camino que para ella era posible, el de la verdad. Las lesbianas viven intimidades con sus parejas, se quieren como se quieren todas las parejas del mundo, sin involucrar a nadie en sus asuntos, y eso en Sudáfrica es considerado para cierta parte de la sociedad un crimen que ha de ser castigado cruelmente para eliminarlo, o como bien lo justifican ellos mismos, crímenes que reforman. Sin embargo estos virulentos asesinos siguen sueltos violando y matando a mujeres inocentes que ellos consideren se desvían de la orientación sexual que toda mujer debe seguir. ¿Cuál es el resultado de tanta desfachatez? Que a estos grupos de hombres se les consideren como doctores que curan a pacientes enfermas, mientras la legislatura judicial se cruza de brazos.

Se sabe que el mundo no se puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, y menos en zonas de tanta pobreza y poca educación e información. Tal vez la muerte de Simelane era el punto de foco que el mundo necesitaba, eso es lo que uno pensaría, pero su muerte hasta la fecha es injustificada, tanto en las calles como en las cortes de Sudáfrica, como lo son todas las que le han seguido. Es incomprensible apoyar un crimen de esta magnitud, pero aparentemente allí nadie está pagando por las barbaries que han cometido y se siguen cometiendo al menos diez veces por semana, ni por las tragedias que continúan causándole a tantas familias. ¿A dónde vamos a parar entonces si cada cual decide el bien y el mal?

Es inútil tratar de explicar por qué hay lesbianas en este mundo, tan inútil como explicar las razones por la cual existimos todos. Pero de algo podemos estar seguros, y es que estos crímenes jamás conseguirán convertir a una lesbiana en heterosexual. Es decir, que ni siquiera dan el resultado que tantos buscan. Estas mujeres continúan viviendo con su verdad, aún cuando las amenazan y las martirizan, porque el lesbianismo, muy a pesar de lo que ciertos grupos garantizan, no es una enfermedad, por el contrario, para estas mujeres es un hecho incambiable, un tema de vida o muerte, un destino del cual no están dispuestas a darle la espalda, así les cueste el último buche de aire.

Mientras que esos grupos de hombres bestializados, obviamente frustrados, acobardados por la vida, se toman la libertad de desquitarse, de sacarse toda la roña que llevan por dentro por razones muy otras a las que dan a conocer, convirtiendo sus motivaciones en supuestos crímenes de corrección, mujer tras mujer se ve fatalmente atrapada una vez más por la injusticia y la inclemencia, en las malvadas garras de fieras enloquecidas. Pues bien, si cada cual va a tomar represalias contra quien le parezca que no hace su voluntad, entonces arrojemos por los balcones a los bebés llorones para que se callen de una vez por todas, peguémosle a los perros cuando nos desobedecen para corregirlos, droguemos a las abuelas que ya no pueden caminar deprisa para que se apuren, castiguemos a los jóvenes con acné para no ver tanta asquerosidad, matemos a los ejecutivos que hacen promesas que no cumplirán, encarcelemos a quien se atreva a poner un cuerno para que no lo vuelvan a hacer. Violemos a esos hombres que han de violar para corregir, así también ellos corrigen su incontrolable malicia. ¡Libre albedrío para todos!

Lo más triste, indígnate y escalofriante en cuanto a este tema es que no hay que ir a Sudáfrica para encontrar tanta gente necia; que los racistas, los predadores sexuales, los ignorantes que prejuzgan y diabólicamente matan a homosexuales y a lesbianas por su simple orientación sexual, están regados por todos lados, aquí mismo bajo mis narices. Cómo alguien puede dedicar todo su esfuerzo y su atención a un tema que no le afecta en lo absoluto, jamás lo entenderé. Pero lo que sí sé es que no está bien, no, no y no. NOT OK. La ley, si va a tener el mando sobre la justicia y la injusticia, ha de tomar las medidas necesarias para acabar con el libre albedrío con el que ciertos grupos mangonean como más les conviene, aquí, en África y en la conchinchina.

Dejo el enlace de artículo y el vídeo de las entrevistas a algunas de las mujeres víctimas de estos asesinos, locos de atar que siguen sueltos, lucubrando otros ataques a mujeres inocentes.

http://www.guardian.co.uk/world/video/2009/mar/12/south-africa-corrective-rape

Desdicha para quienes se quedan

marzo 22nd, 2009 § 0 comments § permalink

Acabo de terminar una novela que me ha encantado, de la francesa Anna Gavalda, Je l’aimais, y que me dejó absorta en pensamientos de una cristalina cronología en cuanto a los amores y sus (en algunos casos, imprevistos) finales que me han tocado tan duro como suave. Trata sobre una mujer de veintiocho años, guapa e inteligente que está atravesando por una separación devastadora, en el momento en que menos se lo esperaba. Todo parecía irle bien, tenía una familia extraordinaria, dos hermosas hijas pequeñas que la colmaban de armonía y estabilidad, mientras se sostenía hipnotizada por un marido infiel que de repente la deja por otra mujer más joven aún. La trama se desarrolla en una casa en las afueras de Paris, donde el padre del marido conduce negocios y pasa temporadas indefinidas, y la ha invitado a pasarse unos días con las niñas para despejar un poco.

El suegro es un hombre de pocas palabras, estoico, que no opina a menudo, silencia cualquier comentario que le venga a la mente, y se da vuelta en forma ecuánime cuando alguien le acecha una mirada inquisitoria. Pero lo verdaderamente fascinante de la historia es que precisamente se trata del suegro, sobre su vida y la profundidad de sus sentimientos aparentemente inexistentes, que la novela nos revela poco a poco y nos vamos dando cuenta no son para nada moldeados de acero, como él se esmera en aparentar. Se llama Pierre y tiene 65 años si mal no recuerdo. Su intención, no queda claro si fue planeada o se produce espontáneamente, es contarle a Chloé, la mujer que su hijo ha abandonado, la saga de su vida, del hombre cobarde que decidió quedarse, en comparación con lo que él considera el coraje de su hijo que ha tomado la decisión de marcharse sin mirar atrás.

Pierre se había casado aún siendo muy joven con una muchacha de quien estaba enamorado, como se puede amar a esa edad. Se entregó a su esposa, a su familia y a su empresa y vivió de manera robótica con una imagen intachable hasta que un día al cumplir 42 años conoce a una mujer que le tuerce la vida, que despierta en él sensaciones nunca antes experimentadas, y a quien le causa un enorme sufrimiento mediante promesas insustanciales por varios años hasta perderla para siempre por no atreverse a dejar a su esposa Suzanne, una mujer con quien tenía una relación estable, aunque lejos de manosear aquella inevitable e inagotable felicidad que sentía junto a su amante, Matilde.

Pierre frustrado, herido y derrotado decide quedarse para no tornarse en un canalla que abandona a su familia. A medida que van pasando los años se va convirtiendo en un ermitaño, en un hombre despreciable y malhumorado, que demuestra poco o ningún interés más que el que se le exige, por sus hijos o su esposa, mientras por dentro se consume por un amor tronchado. Se descubre el motivo de su pasiva crueldad a partir de esos años que decide darle la espalda a la mujer que amaba, y quien lo había marcado como nadie en su redundante existir, que le había dado a probar de un brebaje deliciosamente adictivo provocando en él una insospechada felicidad que en el corriente de sus días, semanas y años había desconocido o ignorado por completo. Con ella había descubierto un sentimiento de paz, un orgullo de ser quien era. En Matilde, Pierre había encontrado el hechizo que le devolvía el deseo de amar cada vez que la tenía cerca. Pero eso amor estaba destinado a ser atropellado por la costumbre, y Pierre renunció a su amante para cumplir con las reglas de la sociedad, con la promesa que le había hecho a Suzanne de hasta que la muerte nos separare, y desde ese momento en adelante se desata una depresión incurable.

Meditando sobre ese tema no pude menos que sentir rabia por la decisión que Pierre había tomado, pues a veces nos cuesta más ser felices que llevar una vida tranquila y aburrida. Tal vez si Pierre se hubiese dejado llevar por sus emociones habría hecho a su familia más feliz, ya que el pago por quedarse fue convertirse en su peor versión, en el hombre déspota, en vez de arrojarse a esa oportunidad que tanto lo estremecía y dejar que los detalles a su alrededor cayeran en su sitio a medida que caminara el tiempo, acoplándose como es habitual con todo en esta vida, siempre y cuando cumpliera con sus obligaciones de padre. Sin embargo, cuando su esposa Suzanne lo confronta, lo maldice y lo amenaza con destruirlo, aún cuando él acepta su culpabilidad y ofrece ayudarla monetaria y emocionalmente, ella termina rogándole que no la deje, para así continuar con su vida sin cambiar el más mínimo detalle cotidiano, por aburrimiento o por rutina, es difícil distinguir sus motivos, pero definitivamente no por amor y menos por pasión.

Me pregunto ¿hasta qué costo estamos dispuestos a mantener una relación así nos triture por dentro?, y si ¿valdrá la pena quedarse en una relación para no separar o herir a la familia? Creo que mucho depende de la situación, supongo que si uno se va a quedar para ser completamente infeliz y transmitir esa agonía a los seres que ama, quizás no valga la pena. O si vas a permitirle a alguien que se quede para reprocharle el resto de la vida qué hizo o dejó de hacer, ¿cuál es el placer? Por mi parte lo que tengo bien claro, esa responsabilidad no la quiero encima ni loca. Si bien es verdad que prácticamente hablando no creo en el divorcio, mucho menos en las personas que se quedan en una relación para no causar dolor, cuando en cuerpo y en alma se entregan a otra persona por años y años, hasta que esa relación también se destruye, y en un final tantas personas terminan perdiendo.

El orgullo de una mujer es más fuerte que esos pilares invisibles que sostienen la tierra dentro del universo, y el mío no varía mucho, pero si alguien me dejó para ser verdaderamente feliz, me enorgullezco de esa persona, de haber tenido la sabiduría de comprender el valor entre un sentimiento leve y uno más profundo, digno de arriesgarlo todo. Y si mi pareja actual llegara conocer a una mujer que le haga sentir en distancia de años luz sensaciones que no soy capaz de ofrecerle, seré la primera en facilitarle la libertad de elegir el camino a esa dicha que pocos encontramos y más de uno dejamos escapar.

Ciclonudistas llegan a Miami

marzo 5th, 2009 § 0 comments § permalink

Digo, es que esto de ninguna forma puede ser favorable para el aparato genital. No es que tenga nada en contra, qué va, hasta me dan ganas de montarme en mi Electra azul y aventurarme por la gran vía, sin el estrés de las cuatro gomas, a mi propio ritmo, sumergida en el entorno, hipnotizada por los detalles que se asoman con la ilusión de ser mejor examinados. Completamente desnuda, libre de la licra y el poliéster, podría hasta enumerar los flamboyanes paridos que voy dejando atrás, saludar a los desconocidos que cortan la hierba de los patios, a las mujeres que baldean los portales, a los viejitos que pacientemente esperan la guagua. Qué conveniencia, especialmente durante esos meses de verano que ya se avecinan y bajo este sol rajante que busca guarida aquí en el cielo miamense, hasta la tela más ligera produce sobre mi piel una urticaria y una aguda referencia de un dolor más o menos enmascarado por el sudor. Más bien estoy asombrada, anonadada, y es que mi bicicleta a menudo me sorprende con un tembleque que si no fuera por la ropa que me protege, quién sabe lo que me podría ocurrir cada vez que me saco un boniato. Pero los expertos dicen que en todo caso lo único que podría sucedernos a nosotras las damas desnudas al pie de una bicicleta (o mejor dicho montadas) es tonificarnos el cuerpo y broncearnos el pellejo. Los hombres no han de preocuparse tampoco, al contrario de aquello que se escucha, ser un ciclonudista no causa impotencia ni esterilidad. Y para los que se preocupan por una inadvertida erección, pamplinas y más pamplinas. ¿A quién se le puede producir semejante dureza en medio de un maremagno de cuerpos desnudos, regados por doquier, en una situación tan ajena a la sexual. En todo caso los sorprendidos y posiblemente endurecidos serán aquellos que se encuentren vestidos y boquiabiertos disparando miradas insoslayables al presenciar esa inusitada ola de ciclistas encuerados batirse por la ciudad. ¿Cuál es el motivo de este evento de lo que parece reunir a los locos de la ciudad? Atraer atención a los conductores que parlotean por el celular, envían textos y hasta se declaran distraídos sin demostrar el cuidado y el respeto que se merecen los ciclistas. Además, esta demostración tiene como prioridad concienciar a aquellos que conocen poco acerca de la dependencia petrolera y de los impactos que causan los gases emitidos por los vehículos en el medio ambiente, que intencionalmente o estúpidamente Bush ignoró en su presidencia y ahora Obama propone solucionar, digo mejorar a largo plazo. Todo eso me parece muy bien, nada como estar en pelotas para llamar la atención. Maravillada por esta seria pero juguetona y especialmente preventiva manifestación de genuino interés, me sumo a los ciclonudistas de Haulover Beach y Lincoln Road, con el fin de promover el trasporte urbano, un mundo de más ejercitación y menos dependencia petrolera, de más salud y menos paros cardiacos, de más belleza que adopte a todos los rangos que definen el cuerpo humano y menos discriminación física. ¡Y que dios nos libre de un frente frío!
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(Aquí van los datos de cómo apuntarse en la travesía del ciclonudismo 2009: 10 de marzo en Haulover Beach, y el 9 de junio en Lincoln Road: http://www.worldnakedbikeride.org)

Amansaguapo

febrero 26th, 2009 § 0 comments § permalink

Si habré tenido yo que amansar a unos cuantos guapos. Meterlos por el aro para que obedezcan mi voluntad a como de lugar. Sólo que ellos no lo saben, ni siquiera se lo han imaginado. Pero es así de sencillo, cuando alguien a mi alrededor, normalmente hombre, se vuelve loquito, sacadito de sí, hay que tomar riendas en el asunto y domarlo, restarle los humos, tranquilizarlo, antes de que por culpa de un arrebato pasional, o simplemente un error casual, digamos menstrual, termine una aniquilándolo, como a veces da ganas. El motivo por el que les he mantenido el secreto a los sacrificados es francamente porque los remedios naturales no funcionan si la persona desconfía de ellos. ¿Y a qué hombre se le puede hablar de su desorden y ofrecerles un tratamiento? Además, unas goticas de Amansa Guapo nunca le hicieron daño a nadie, por el contrario, el resultado normalmente prevalece ante cualquier encrespamiento desconsolado, y logra, en su mayoría, apaciguar física y espiritualmente a esas personas que atraviesan por situaciones de naturaleza prepotente y por lo tanto se vuelven imposibles de sobrellevar. Así que la próxima vez que se sienta hostigada por un hombre rebelde y sin causa, subido de tono, acelerado a toda hora, soberbio hasta para dar los buenos días, y que repentinamente haya dejado de compartir su punto de vista, evite las broncas y prepare en su nombre un poquito de Amansa Guapo e inmediatamente se verá surtido el efecto. Le sorprenderá cuán obediente y proveedor se podría tornar. Permítale a ese señor desquiciado que sea su bondad y su cordura lo que rija su vida, y no ese ermitaño chiflado y controlador que lo usurpa a cada rato. Ayúdelo a aquietar sus ánimos de manda más, a suavizar las asperezas que nos joden el día cada vez que hacen acto de presencia. Préstele auxilio y socorro para conciliar la paz, rescatar la tolerancia, templar ese genio impertinente con el que pretenden mortificarnos y aturdirnos, y que sin duda lo consiguen. El buen humor es una de las virtudes que más apreciamos en las personas, en especial en esos hombres que tanto amamos. Pero aviso, si continúan así con ese carácter fuerte, ese humor de perros, preponderante, poniéndonos los pelos de punta por cualquier tontería, no se olviden que en un closet oscuro, en una gaveta olvidada, en un maletín de viaje, o en donde menos se lo imaginen, podría yacer en silencio un hechizo curativo, porque nosotras las mujeres sólo aspiramos al bienestar de ustedes; somos así de entregadas, de ingeniosas, de dispuestas a ayudarlos, a mimarlos, a curarlos, y créanos que haríamos todo a nuestro alcance antes de tener que liquidarlos.

Dientes voladores

febrero 14th, 2009 § 0 comments § permalink


—Esos colmillos tuyos me tienen loco de remate. Cada vez que te veo, que hablas de asuntos importantes, de los negocios que tenemos en común, aquellos colmillos se imponen de un modo formidable. Pierdo la concentración, y apenas brotan de tus labios me entra otra vez una piedra en el estómago, y de esa piedra se desprende una arenita que se riega por entre mis órganos y comienzo a sentir una resequedad interna y un cosquilleo casi casi insoportable.

—Ya aburres. Eso me lo has dicho un montón de veces. ¡basta por favor! Ahora resulta que por tu culpa no dejo de pensar en eso… mis dientes, mis dientes.

—En realidad no me interesan tus dientes tanto como tus colmillos.

—Mejor que no se hable más del tema. Lo leí en una revista, que visualizar con frecuencia realiza pesadillas.

—Cada vez que le metes un colmillazo a un Elena Ruth, y el queso crema se deja ver por entre los incisivos centrales, los laterales y esos dos colmillitos afilados que son más que gemas valiosas, siento el flaqueo de mi cuerpo ante tanta hermosura. Luego de perforar el corte de la mordida con absoluta magnificencia, el pan queda moldeado con la forma perfecta de la ausencia de una concha. ¡Cuánta belleza por Dios!

—Ya deja eso, no me gusta hablar acerca de dientes y menos sobre los míos. Últimamente me obsesiono, y me parece que los voy a perder, que de alguna manera los voy a perder. Ya cállate.

—¡Qué va, ahí hay dientes para rato!

—Si me dejaras en paz tal vez lo podría olvidar. Y lo intento, de verdad que sí, pero no sé qué me pasa que la testarudez se empeña en manipularme y otra cosa no puedo hacer que esa, pensar en mis dientes. Anoche fue terrible, venía en el carro manejando a casa y de no sé dónde salió una piedra gigante, como caída del cielo, tan veloz que no me dio tiempo a esquivarla. Tuve que frenar en seco y mi cara se incrustó en el timón; en mi sueños es así, no hay bolsas de aire protectoras. Mi cuerpo quedó intacto, ni un rasguño, ni un magullón. Sin embargo, mi boca sangraba… sólo mi boca. Primero pensé que mi nariz también, luego me di cuenta que la sangre corría de un mismo lugar. Mis dientes fracturados, algunos ya ni estaban. Y los colmillos que tanto te gustan se reían a carcajadas de todo aquello como si se tratara de algo cómico.-¿No te lo digo yo?, esos colmillos son bellos, inteligentes y además simpáticos. Si yo pudiera ingresarme ahora mismo dentro de tu boca me dejaría mordisquear…

—Eso no es todo. Hace unos días atrás también me embaucó un estado de pesadillas horripilante. Me mecía en un columpio del patio de la casa. Para arriba y para abajo, para arriba y para abajo. En una de esas, justo antes de que el columpio comenzara a descender con la típica rapidez y certeza, vi desde arriba en el aire un martillo verde que me esperaba como cosa buena. Como te podrás imaginar fue un encuentro inevitable, y el maldito columpio imparable. Alguien se cizañaba conmigo, o el columpio o el martillo, el caso es que el columpio bajó y el martillo subió, y en una posición magistral estaban mis dientes, que en pocos segundos dejaron de estar.

Día y noche me persigue una estela de dientes desfigurados que busca desesperadamente una boca, precisamente mi boca. Sueño con cosas terribles, por ejemplo que me cuelgan con una soga de mis dientes hasta que mi cuerpo se desprende de ellos. Un proceso que toma más o menos un par de días, así como degollar carneritos. O que una bala perdida se cuela en el mismo momento en que digo haaaa… O me tropiezo, me falta balance y caigo de cara al piso, y justamente son mis dientes los que sufren el impacto. Una bofetada muy fuerte que me dio un extraño me los aflojó. No vi la columna al abrir la puerta y perdí hasta los molares. Un niño travieso me pegó con su bate. El mismo aire se volvió plomo y me limpio la boca dejando sólo las encías. Las hadas o las brujas, no sé bien, se escondían allí dentro, jugaban un juego macabro, y el polvito que descaradamente botaban sus halas hacía que mis dientes se desprendieran de raíz y ni siquiera sangrara. Los muy necios se iban volando, como los graduados, a hacer vida en otro lugar.

Fíjate en esto que te digo, me consta que me acuesto con dientes, pero luego durante la noche de una forma u otra se esfuman, y cuando amanezco allí están otra vez. Me los toco, me los cepillo, les doy desayuno para asegurarme de que aún pueden triturar, y allí están por seguro, duritos y bien colocados. Es como si durante la noche mis dientes tuviesen algo que hacer más importante que dormir en mi boca. Ahora mismo sólo ruego encontrarlos ahí cada mañana.

—¡Asere, como he pensado en tus colmillos hoy! …y tú hablando tanta bobería.

—¡Qué bestia eres! ¿Así es como le hablas a las mujeres? No puedo contigo…

Pero esa noche sucedió algo diferente. Soñó que sus dientes eran definitivos, inmortales, que nada terrible podría ocurrirles jamás. Fue un sueño lindo, mágico, que hizo calmar sus angustias. Y mira lo que le pasó. Por la mañana cuando se despertó corrió como de costumbre al espejo del baño. Se miró un rato sin abrir la boca, y de golpe, con algo de desesperación sonrió y tremendo lo que vio allí, o lo que dejó de ver. No se encontró ni un diente, ni siquiera los colmillos. Todos se habían desdibujado o alguien se los había robado, nunca se supo bien.

Vagina parlanchina

febrero 10th, 2009 § 0 comments § permalink

Seamos sinceros, una vagina que hable, que ladre, que se burle de encuentros extraños, que escupa buches desagradables, que saque la lengua y diga «ahhh» o simplemente desmantele una sonrisa de placer, podría ser el descubrimiento más sagrado y a su vez más practico sobre la tierra. O como mínimo la respuesta de tantas preguntas. No es que una mujer no quiera decir las cosas como son, o lo que siente, pero a veces se pierde el hilo entre el deseo y el pensamiento, en mi opinión porque existe demasiada distancia de por medio. Por eso si la vagina pudiera expresarse, parlotear por sí misma, morder y masticar si se enfada, no se necesitarían intérpretes, y por supuesto no hubiesen esos malentendidos que a veces conducen el acto del amor a un adverso, precoz y tronchado final. La conversación, la comunicación, eso es imperativo entre órganos. ¡Qué cálida y civilizada sería una charla entre vagina y pene o entre vagina y la yemita de uno o varios dedos! Instrucciones claras, sin tapujos. ¿Y dos vaginas? Figúrense la compenetración, y qué jodida la bronca cuando las cosas no se ejecutan del modo acordado. Nariz y vagina, teta y vagina, rodilla y vagina ¡estupendo! Un dialogo de continuo flujo con cualquier visitante. O un ladrido rabioso y sangriento con los villanos no deseados. Eso mantendría a (especialmente) los hombres en un constante estado de nervios, digo, de consideración y alerta, porque quien se atreva a meterse en tal emboscada, más le vale saber cómo defenderse.

¿Tragar o no tragar?

enero 22nd, 2009 § 0 comments § permalink

Algunos (insensatos) dicen que tragar el semen de un hombre no garantiza salud alguna y que hasta podría ser dañino. Esta es la gente que sin base científica no pestañea. Pero estudios e investigaciones privadas -digamos caseras y algunas más serias- cuyos resultados contrarían a aquellos cerrados de mente -digamos conservadores-, garantizan grandes beneficios. Aparentemente existen valiosos usos para este líquido que confecciona humanos, y yo todo aquello que se ligue al reciclamiento y al buen uso del la materia inútil, por supuesto que lo pongo a prueba y posiblemente en práctica; no se podría esperar menos de una chica verde. Desde hace tiempo había tomado la iniciativa de tratarme con semen, pero hace un par de años salió un estudio en la revista Woman que dice que según unas investigaciones que se llevaron a cabo en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, practicar la felación y tragar al menos dos veces por semana puede reducir hasta un 40% las probabilidades de desarrollar el cáncer, aunque no especifican cuál. Sería una ingenuidad negar que existen ciertas propiedades vitamínicas que podrían resultar convenientes tanto dentro como fuera del sistema. De tragar este shot de salud, el consumidor (sí, se sugiere para ambos sexos) ingerirá proteína, aminoácidos, fósforo, sodio, zinc, potasio, enzimas (no recuerdo cuáles), ácido cítrico, vitamina C, glucosas, fructuosas y otros azúcares (de los recomendables no los inventados por el hombre), etc., etc. Además, se ha comprobado que ese juguito condensado podría ser uno de los mejores antidepresivos, así como lo es el chocolate. Este potente brebaje posee también otras funciones de alto provecho para la respiración sanguínea actuando como una especie de suero tónico para el organismo. Ah, y hablando de tónicos, para el cutis es una maravilla, para los poros XXL el mejor sellador, y para las espinillas, veneno mortal. Ojo, hay que tener cuidado con la dieta del irrigador porque un semen contaminado podría causar alergias o erupciones en las pieles sensibles si el donante consume alcohol en desmedida o lleva dietas altas en grasas (Eso lo digo por experiencia propia). He comprobado también que para el pelo resulta en un bálsamo inigualable, y a los que sufrimos de cutículas expuestas, no existe una cura más efectiva. Y lo más fascinante es que los resultados de estos tratamientos son notables enseguida, como pocos en el mercado. De decidirse por estos felices y económicos tratamientos de belleza, la forma más sencilla de conservar su frescura es envasar el líquido seminal y depositarlos directamente en un recipiente de vidrio con tapa e ingresarlo en el refrigerador lo antes posible. Ya las otras formas son complicadas y de ninguna afirmación erótica (créanme). Si pretende utilizarlo en forma de mascarilla pero le desagrada su fuerte fragancia, se recomienda esperar uno o dos días, tiempo en el que este vanidoso y embellecedor hidratante suele perder sus peculiares efluvios. Así que a taparse la nariz y a dispararse su traguito de vez en cuando (como cuando yo era pequeña en Cuba y mi madre me hacía tragar una yemita cruda antes de ir a la escuela), a untar, a salpicar, a explorar, que este líquido radical, ya sea medicinal o cosmético, sus beneficios no se pueden negar.

Leche paterna

enero 9th, 2009 § 0 comments § permalink

¿Quién no ha soñado con quedarse dormida, bien acurrucadita, con una frazadita, una nana preciosa y un pomo de leche y que se trate del órgano de ese hombre delicioso que tanto nos gusta? Así como ellos sueñan con ordeñarnos a nosotras, a la inversa sería una exquisitez. Los hombres siempre se quejan de que esa fijación oral obsesiva se produce de pequeños y se debe a que no atetaron el tiempo adecuado, pero nosotras también a veces necesitamos treparnos a una carnita abultada, suavecita, con lechita tibia de papá. Fuera de juego, sin vulgaridad ni nada similar, la pura visión de que un hombre nos amamante me parece hermosa y creo que a ellos les haría mucho bien. Poder nutrir a alguien por tu propio conducto es una satisfacción tan adictiva como pacificadora. No me refiero a una eyaculación predestinada, sino al acto puro de producir leche, como nosotras cuando damos a luz, con sabor a todo lo que se ha consumido en el día, frijolitos negros, pollito, platanito maduro frito, gelatina de fresa… Podría ser muy tierno y sensual a la vez. Y cuando estamos insoportables, incontrolables, un poquito de lechita sanaría tanto.

Ilustración: My Lonesome Cowboy de Takashi Murakami