Daniel y Freya: una historia epistolar, III

marzo 25th, 2013 § 0 comments § permalink

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Nueva York, 12 de Febrero del 2013

Daniel:

¿Cómo es eso que me has visto en el teatro? ¿Has pasado por Nueva York recientemente? ¿Por qué no te acercaste al camerino? ¿O es que acaso esa última pregunta está de más? Cuéntame sobre K., me entristece su mal estado. ¿Cómo les va con la agencia? Sé que ustedes han mantenido buenos lazos. Como mismo sabía que desde hace un año ella comenzó a comunicarse con la madre de M. Fue la propia M. quien me lo comentó y me ha asegurado en más de una ocasión que le hace bien ese acercamiento. Aunque coincido, quedarse prisioneras  de un pasado triste e irremediable no ha de ser saludable para ninguna de las dos, especialmente si se potencian entre sí a través del mismo lamento. Pero, ¿quién soy yo para juzgar el pesar de una madre que ha perdido a su hijo, o el de una mujer que le ha fallado a su gran amor?

No me siento orgullosa de mi comportamiento durante esos días después del accidente o en los meses que prosiguieron. El distanciamiento que les impuse fue lamentable, lo sé, y el recuerdo que queda es turbio. Sin embargo, ahora creo entender con más claridad lo que pasó por mi mente entonces y el por qué de mis acciones. Algún día conversaremos sobre ese asunto con insospechada tranquilidad, de eso no me queda duda.

Esta mañana fui a ver a una fisioterapeuta. Llevo varias semanas con una punzada en el hombro derecho que no he conseguido atenuar con nada. Es como una puñalada clavada a toda hora. La especialista ha descubierto que el dolor proviene del cuello, a pesar de mis quejas manifestándolo en la espalda. Dice que tengo una tensión y un estrés increíbles. ¿Quién no? Me ha dado permiso para volver a la piscina. Esa es una noticia extraordinaria; nadar influye sobre mi deseo de olvidar y de fortalecerme.

Me desperté tarde, no podía creer la hora: 10:30AM. Salí corriendo sin tomarme siquiera un café y cuando llegué al consultorio me enteré que la cita no era hasta las 11:30AM. Aproveché el contratiempo para terminar la novela de Toni Morrison que no había leído aún cuando recibí tu carta pero que ya había comprado apenas salió a principios de año. En efecto, es impactante y profunda, una Joyita. La narrativa es clara y concisa como la gran autora que es, y te atrapa desde la primera página con su habilidad y dominio del lenguaje y la ficción. ¿Tú, Frank Money? ¿Acorralado por los recuerdos violentos de episodios durante los combates de la guerra coreana? No sé, tal vez tu guerra no es coreana pero es guerra al fin. El final es muy lindo, me hizo llorar. ¿Qué no me hace llorar a mí últimamente? Por supuesto que me gustaría comentarla con detalle cuando la asimile mejor. Ya está calificado como uno de los mejores libros entre aquellos que he leído este año. Es una historia que me ha removido por dentro. La prosa hermosa y más ligera que su densidad habitual, estoy de acuerdo. ¿Crees que el doctor Scott era eugenesista y experimentó con el útero de Cee? Ni siquiera sé si la palabra eugenesista aparece en los diccionarios. Me parece que la historia va por ahí. ¿Tú qué crees?

Después de la terapia vine a comer dim sum a un lugar que se llama Hing Huang, desde aquí te escribo esta carta. ¡Qué hambre tengo! Y ahora para resolver me dispongo a degustar un menú carnívoro como primera comida del día. Hace poco aprendí en Wikipedia el significado de dim sum. Bocado, corazón a lunares, tocar el corazón, y este que es el que más me gusta: ordenar hasta satisfacer el corazón. Me ha causado gracia ese embuste literario.

Es un sito raro, o mejor dicho, chino. Tienen la tele prendida en un canal de videos musicales de ese lado del continente asiático que es para morirse de la risa, o de la tristeza. Creo que si yo fuese china me daría pena admitirlo, sólo por lo de los videos. La indumentaria que llevan los cantantes y extras no sé de dónde la sacan, y las coreografías y los props son de armas tomar, e igual de risibles. Hace un rato pasaron uno protagonizado por un dragón cargado en hombros por una fila infinita de señores mientras unos niños brincaban sobre algo que parecía un trampolín sin llegar a serlo. El cantante, vestido de fucsia de pie a cabeza, hacía alarde de un baile que era una combinación entre gangnam y bachata. Me habría encantado saber de qué iba la canción. Uno hasta figuraría que es entrenamiento para niños, ¡qué va! El  volumen lo tienen apagado y en lugar suenan hits americanos, para que te hagas una idea. Ahora mismo canta Bruno Mars,  It Will Rain Again. En cambio parece que va a nevar esta tarde. Nunca llego a cansarme de las nevadas, es uno de los caprichos de la naturaleza más peculiares y magníficos que he presenciado en mi vida.

El dim sum de aquí tiene una reputación favorable, y por buenos motivos, es estupendo. Para llegar a esta zona de Chinatown he tomado el tren R, no es mi favorito. Ahí se juntan los locos de la ciudad. Creo que es el tren más lento de todos y uno siempre está al borde de presenciar algo inusitado. Hoy mismo, dos paradas antes de la mía, entró una comitiva de ratas. Eran sólo tres, pero se movían tan rápido que parecían más. La gente perturbada por el imprevisto acose de roedores corría de un lado a otro. Al final terminamos todos subidos en las hileras de asientos agarrados de manos. Fue un momento de terror y si supieras, también de hermandad. Entre los alaridos de miedo, las carcajadas y los bastonazos enardecidos de dos señoras mayores, la multitud se conectó en una frecuencia que ya nadie nunca más podrá deshacer aunque no volvamos a vernos y sigamos siendo perfectos desconocidos. Qué extraña es la cotidianidad y cómo por medio de un pequeño percance pasas a ser parte de una memoria permanente en un contexto indestructible. ¿No te parece algo excepcional?

Ese episodio mañanero me ha hecho reflexionar sobre la manera fabulada en que solemos digerir el concepto de la soledad. Intentamos aislarnos cuando en realidad somos una red y apenas se produce la más mínima contrariedad nos aprisionamos unos a los otros como imanes, confirmado que por naturaleza el individuo busca un sentido de pertenencia a un grupo. Lástima que la razón a veces sea superior al instinto, por lo menos en casos en que lo opuesto podría significar la solución entre las grandes discrepancias que separan a sociedades cada vez más.

Te agradezco enormemente que te haya llegado a emocionar la idea de asistir a los musicales. Te creo, con un mínimo de aprensión, desde luego. Para ser un aficionado de la ópera, imagino el gran esfuerzo. Yo sigo siendo una gran fan de ese género musical. Por cierto, me acaba de llegar el programa de la nueva temporada del Met 2013/2014. Tengo intenciones de ir a varias presentaciones, lo que sucede es que con mi asiento en la primera fila del segundo palco, tú sabes, el que pertenecía antes a mi madre, no me permiten cambiar el programa, por lo menos no de inmediato. Tendría que comprar una serie que incluye algunas presentaciones que no me interesan e intentar cambiarlas por las otras que deseo ver pero que pertenecen a otros programas. Arriesgaría mi silla ya que no permiten gestionar esos cambios hasta más adelante en la temporada, cuando ya se han agotado los mejores boletos. Ya me ha pasado alguna vez, y créeme, desde el primer palco no se ve la orquesta sinfónica, que es donde suele sobrar uno que otro asiento. Podría comprar las entradas por individual; me temo es mucho más costoso. Aunque, ¿has visto que los precios han bajado? Debe haber una crisis cultural sin igual.

¿Por qué no te comento las que me atraen y tú me aconsejas o desaconsejas? ¿Te parece?  Tosca: una de mis favoritas, no me la quiero perder. Los tenores son Marcello Giordani quien ha recibido bastante reconocimiento últimamente pero a mí no me encanta, y Roberto Alagma, a quien no he visto en vivo aunque lo he escuchado y he leído buenas reseñas. Renée Fleming en Rusalka. Nada me gustaría más que verla otra vez cantando esa aria, pero como sabes, Rusalka es una ópera como Lakmé y Elíxir de amor, contiene un solo hit, así que no sé si me animaré. Es lo que me gusta de las óperas de Puccini, Mozart, Tchaikosvsky, llenas de arias y melodías que te intoxican de principio a fin. Hablando de Tchaikovsky, este próximo otoño presentan Eugenio Oneig con la Netrebko. Iré seguro, si es que no coincide con una de mis presentaciones. A veces compro entradas con tremenda antelación y total no puedo asistir por conflictos de horarios… Me sorprendió no reconocer a ninguno de los cantantes del elenco de Madama Butterfly, así que de esa paso, a no ser que tu opinión contraríe mi decisión. Un tal Bryan Hymsel interpreta a Pinkerton, y Manda Echalez debuta con Cio-Cio-San, no sé quiénes son. ¿Sabes quién se presenta también?, Diana Damrau. ¿La conoces no? ¿Quién no la conoce luego de consagrarse en el 2007 aquí mismo en el Met? J. y yo la vimos juntos. Lástima que sea La Sonámbula, otra ópera sin catchy tunes. Me acusarás de elegir las obras como mismo elijo el vino, seducida por el arte de la carátula. Un buen argumento a mi favor sería que nunca me he equivocado… Ahora en abril comienza un ciclo de El anillo del nibelungo; iré al primero. Recuerdo oírte hablar de tu experiencia con esa ópera… cuatro partes, seis horas cada una. Aquí las presentarán un por semana. Siempre he querido verla completa y nunca he tenido la paciencia. Ya te contaré, me emociona saber tus conclusiones,  nunca he conocido un melómano más excepcional que tú.

Bueno, me despido. Llevo un buen rato escribiendo y presiento que no te he dicho nada que valga la pena, y si supieras, me siento como si te hubiese contado muchas cosas importantes de mi vida.

Ojalá coincidamos la próxima vez que pases por la ciudad.

Un fuerte abrazo y escribe pronto,

Freya

Por Grettel J. singer
Imagen de Ketty Mora

Daniel y Freya: una historia epistolar, II

marzo 18th, 2013 § 2 comments § permalink

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Miami, 3 de Febrero del 2013

 

Mi querida Freya:

¡Qué alegría recibir correspondencia tuya! Estoy de acuerdo, este estilo se debe preservar así seamos los únicos dispuestos a ejercerlo. He olvidado cuándo fue la última vez que me senté a escribir una carta. La tuya no ha podido llegar en mejor momento.

La pérdida de J. y M. ha sido un trauma que no he podido rebasar. K. tampoco y creo que con el tiempo se ha aferrado a una culpabilidad desmedida y a estas alturas sin sentido, me atrevo a opinar. Las platicas con la madre de M. es hasta cierto punto beneficioso para ambas. El desahogo y el consuelo son las únicas alternativas en estos casos de suprema fatalidad. Ninguna de las dos se han propuesto superarlo o seguir adelante. En ese sentido entiendo que se hayan unido en la desgracia, aunque no estoy tan seguro que sea lo más sano. Disculpa que mencione a K. o a J., no imagino otra forma de dirigirme a ti como si nada hubiese ocurrido. Es un tema que deberíamos tocar en otro momento, a mí me gustaría, aunque sé que todavía es muy pronto, ¿o me equivoco?

Los e-mails que te envié entre el 2005 y el 2010, también preciso explicarlos, apenas me des la señal. No puedo ni imaginarme lo que has vivido en los últimos dos años, y si fuera posible daría y haría en cualquier medida lo necesario para que tu sufrimiento y desesperanza se esfumaran en este mismo instante. Nada más triste que saberte abatida, o lo que es peor, amargada.

Me alegra que la ciudad te siente bien. Nueva York es uno de esos lugares que te glorifican o te destruyen por completo. Hay que tener un carácter particular para no dejarse vencer por la magnitud y la furia constante que se desplaza de norte a sur y de este a oeste. Tú lo tienes, sin duda. Hay una fuerza y un apasionamiento que se aloja en ti capaz  de vencer la situación más adversa, como ya habrás comprobado. Es más, hay actrices que se pasan una vida buscando una oportunidad, esperando ser reconocidas, y mira tú, en tan poco tiempo has conquistado una nueva audiencia y logrado lo que pocas logran. Y claro que sabía que habías vuelto al teatro. Hace unos meses te vi en el personaje de Irina, en una muy moderna y muy amena adaptación de La Gaviota. Y por supuesto que te he visto danzar y cantar en West Side Story. Generosas y merecidas las reseñas que ha tenido la obra, por cierto… Es incomprensible para mí lo rápido que ha sido tu recuperación física en tan corto tiempo. ¡Chapó!, mi querida Freya. Me impresiona tu voluntad y tu perseverancia. Ahora leí que te preparas para interpretar la obra en inglés basada en Rebeca en el papel de la señora Danvers. Estoy deseoso de verte en escena como una de las más temidas villanas de todos los tiempos, y de volver a Manderley… ¡jajajaja!

Ay, Freya, creo que lo mejor que pudiste hacer fue irte de Bogotá, regresar al teatro, explorar una vía diferente a lo que hacías antes. Estoy seguro que te ayudará a sobreponerte de tan siniestro disgusto. Es verdad que el teatro musical no es un género santo de mi devoción, pero contigo en los elencos estoy empezando a cambiar de opinión.

Antes de que se me olvide, quería contarte que cabo de terminar de leer Home, el último libro de Toni Morrison. Estoy seguro que ya te lo acabaste también y te ha encantado. Di que sí, por favor. Si te apetece, podríamos comentarlo en las próximas correspondencias, ¿o es demasiado pronto para intercambiar ideas? A mí me pareció una novelita estelar, distinta a lo que ella ha publicado anteriormente aunque tan precisa y profunda como es habitual en su estilo. Cuánta violencia y qué bien narrada… me atrapó el personaje de Frank Money, hasta cierto punto me proyecté… no digo más por si acaso no la has leído aún.

Nuevamente, te agradezco esta puerta que has abierto. Necesitaba saber di ti. Y por favor, descarta esa idea en la que me concibes recibiendo tu carta como un lamento. Al contario, reparo en tus párrafos la vitalidad de esa gran mujer que has sido e intentas seguir siendo con los pies sobre la tierra mientras tu alma y tu espíritu están atrapados quién sabe dónde. Tampoco te juzgo por la manera en cómo nos trataste a K. y a mí en el entierro o por prohibirnos proximidad alguna cuando estabas hospitalizada. Es más que comprensible y sólo lo menciono porque fue la última vez que nos vimos. Ya todo eso ha quedado en el pasado y de una forma u otra ningún comportamiento habría aliviado el dolor de tan insólita tragedia. En tu lugar no sé lo que habría hecho ni cómo seguir adelante.

Cuídate mucho y no dejes de escribirme. Oh, y sí, debes interpretar a Cleopatra, estarás regia.

Cariños,

Daniel

Por Grettel J. singer
Imagen de Ketty Mora

Daniel y Freya: una historia epistolar, 1

marzo 11th, 2013 § 3 comments § permalink

Nueva York, 27 de enero del 2013

Querido Daniel:

Te preguntarás por qué una carta a estas alturas. Luego de todo lo que ha sucedido entre nosotros y en mi vida, reanudar el diálogo a través de un correo electrónico o una llamada telefónica me resulta informal. Además, no le haría justicia a la posibilidad de un acercamiento auténtico, ni a nada parecido. Los e-mails, por ejemplo, los respondo casi por inercia, impulsada por esos estados de inmediatez que impone la tecnología. Me quejo, aunque temo haberme convertido en una de esas personas multifacéticas que debe engendrar cien proyectos a la vez. Mientras veo una película, hojeo libros, texteo, ensayo bocadillos de libretos y hasta navego por la red. Es un vicio nimio que se ha amplificado en mi cotidianeidad desde lo sucedido hace dos años. Me ayuda a no pensar, a desviar la atención hacia boberías que me mantienen ocupada y que no me permiten adentrarme en una nueva nebulosa.

Sentimientos encontrados fue lo primero que me invadió al recibir tu pésame entre uno más de los tantos que se acumulan a diario. Luego, ante el abismo continuo de tan desesperante pérdida y la asociación que te vincula a mi pasado, se ha alojado en mí un alivio inesperado. Resuelta a responderte, emprendo este primer intento mediante la vía epistolar porque me parece más correcta y porque es un arte ya perdido que me he propuesto recuperar en mi rutina personal desde hace un tiempo atrás. ¿Recuerdas la cantidad de cartas que te escribía a la semana en aquella época? Yo aún conservo las tuyas.

Supe recientemente que llevas años separado de K., aunque continúan siendo socios. Supe, además, que has intentando comunicarte conmigo en numerosas ocasiones. No tenía la más mínima idea. Me enteré hace uno o dos meses cuando mucho. En fin, justo ahora es que lo puedo asimilar. Escuchar tu voz en el contestador me trasladó a otra época. Contagiada de una perseverante curiosidad, entré a mi antigua cuenta de Yahoo. Fue así como di con tus correos, no son pocos. Sabes, nunca me decidí a cerrar esa cuenta motivada por una tristeza que no he querido agitar más de lo que en su momento fue insoportable, supongo, aunque no pretendo que lo comprendas. Estoy segura que en cierta medida ha sido para el bien de los dos. Algunas de tus cartas, no lo niego, me han dejado pasmada. Las primeras, sobre todo. Además, están datadas del año 2005, casi no lo podía creer, y el contenido menos. Algún día tendrás que explicármelo. No tiene que ser en este momento. De hecho prefiero que no lo hagas hasta más adelante…más bien te lo suplico.

Los fallecimientos de J. y M. me han dejado destrozada, como podrás imaginar. M. era sólo un niño y como un hijo para mí, y J. llegó a convertirse en mi todo. Sé que si hay alguien en el mundo que lo sabe eres tú precisamente. Ojalá no te sientas ofendido por esa declaración.

Ser viuda tiene sus ventajas, no te creas. Todo el mundo da por hecho que estoy muerta por dentro —y no se equivocan, lo estoy— facilitando un luto tranquilo y por lo que he podido interpretar, eterno. Ya nadie espera nada, absolutamente nada de mí, y los pequeños logros que alcanzo en el ínterin me redimen de cualquier obligación más allá de una escapada al mercado en busca de lo indispensable: papel higiénico, arroz integral, verduras y cosas por el estilo. Sin embargo, poco a poco he ido encontrando nuevas razones para seguir.

La mudada a Nueva York me ha beneficiado considerablemente. Se me hacía imposible permanecer en Bogotá, rodeada del fantasma de J. apenas abría los ojos cada mañana, y de sus familiares en perenne agonía. Aquí también me persiguen las visiones de lo que fue y lo que pudo ser de mi camino junto a J., y es difícil pensar en asumir un día completo en su ausencia. Al menos la bulla de la ciudad me mantiene en alerta, distraída. En estas últimas semanas he tenido una cantidad inaudita de trabajo. Me he visto obligada a abandonar la casa y creo que eso me hace bien. Nunca pensé que iba a poder actuar en otro idioma sobre un escenario y mucho menos cantar. Y mírame aquí, toda una experta de los musicals en La Gran Manzana. Imagino la expresión en tu cara ahora mismo. A nadie que le apasione la ópera puede atraerle un musical de Broadway. Antes me inquietaba un concepto emparentado y detestaba la idea de perder mi tiempo sentada frente a una obra musical cuando podía estar escuchando melodías más sofisticadas. Lo comentamos en más de una ocasión, ¿lo recuerdas? Ahora en cambio, supongo que porque soy parte de un elenco que identifico como mi nueva familia, lo veo con otros ojos. Por no hablar del respeto y admiración que le tengo a mis compañeros. La vida en el teatro es difícil y complicada; se me había olvidado. Son seres retorcidos, llenos de rollos existenciales. Sólo se juntan entre ellos, desenvolviéndose en una especie de culto actoral en el cual he logrado colarme, por suerte o por desgracia, no sabría definir. El ambiente laboral de las grabaciones de televisión o cine es muy distinto al de una puesta en escena. Las noche que trabajo llego a casa fatigada y caigo en la cama como un plomo. Es lo único que me ha disminuido el insomnio. En el teatro surge un nivel de intensidad fuera y dentro del escenario que me agobia lo suficiente como para extrañar mi vida en la gran pantalla, pero privada de J., no he logrado encontrar la fuerza o la ilusión para decidirme por algún proyecto.

Hace unas semanas un director argentino me contactó para ofrecerme el personaje de Cleopatra, con el pretexto de que se ha escrito para mí, imagínate. ¿Quién sabe?, tal vez me decida hacerlo. ¿Te acuerdas lo mucho que soñaba con ser ella? Por cierto, nada de lo que te cuento es un lamento, por el contrario, el teatro me ha salvado, si es que se puede afirmar algo similar sin sonar pretenciosa o desquiciada. La pérdida de un ser amado es indescriptible, te lo puedo garantizar. Mira que ya me había compadecido por lo que parecía un abandono inaguantable, y ahora entiendo que nada se compara al desasosiego que deja la muerte de un gran amor. Lo otro que se ha hecho evidente en este trayecto de desconsuelo es la certeza de haber cumplido con un karma maléfico y por ende me siento liberada. Es difícil entenderlo para quien no ha sufrido una desgracia similar. En esencia: lo peor ha quedado atrás, y eso te arma de una fortaleza tenaz, indestructible. Los amigos y familiares me ven con esa parte del corazón que no ha conocido la tristeza y el desconsuelo en su esplendor. Cuando se ha perdido todo, surge una especie de erudición que te hace flotar y logras ver el mundo desde un plano cuyas perspectivas son menos exigentes que aquellas del hombre común y feliz. Quizás por eso he decidido contactarte, porque después de tantos años y tras la muerte de J. y su hijo me doy cuenta que te he perdonado, Daniel, y eso merecía comunicártelo.

Recibe todo mi cariño y respóndeme si te apetece y sin sentirte obligado, naturalmente.

P.D. El pasado diciembre fui al recital de Leonard Cohen que dio en el Madison Square Garden. Cantó gran parte de su repertorio, y todas tus favoritas…más de tres horas. Es un roble ese hombre, y su voz añeja y deliciosa como un buen brandy, o mejor dicho un buen whisky. ¿Alguna vez llegaste a verlo en vivo? Si no es el caso y puedes, no dejes de hacerlo en esta gira, sospecho será la última.

Freya

Por Grettel J. singer
Imagen de Ketty Mora

Daniel y Freya: Una conversación epistolar… A partir de este lunes 11 de marzo.

marzo 6th, 2013 § 0 comments § permalink

Luego de un largo silencio, una tragedia inesperada volverá a entrelazar sus vidas mediante una conversación epistolar. ¡MUY PRONTO! A partir de este lunes 11 de marzo.

Cosas que suceden dentro de una cueva

marzo 5th, 2013 § 0 comments § permalink


—No era la que buscabas, pero ya estás atrapado.

—Era la que buscaba, pero no has impresionado a nadie.

—Sientes una repentina claustrofobia causada por aquellos apagones de otros tiempos e inmediatamente buscas luz.

—La humedad te empapa de la forma más cruel, tiemblas de tal modo que consigues que te expulsen. Una vez fuera ya no podrás regresar. ¡Qué dilema!

—Estilo hotel California, una vez dentro ya jamás podrás salir (entrada sin salida: no seas miedoso, tú puedes).

—Entras, te sientes a gusto, hasta podrías decir que feliz, cuando de golpe algo insospechado ocurre, algo que te va a costar caro.

—Pensabas que sólo ibas de pasada, pero no, la invitación se extiende.

—Te pierdes ahí dentro como un ratoncito a media noche.

—Te resbalas y no consigues volverte a colar. Sigue esforzándote porque afuera la cosa está que arde.

—Te dan ganas de explorar otras cuevas unos minutos, o unos segundos, sólo para investigar, por pura curiosidad. Que no se te ocurra porque no podrás regresar a la de antes nunca más.

—Anhelas ser el único, pero sabes que otros también buscan guarida en ese mismo lugar.

—Una vez dentro te encaras con otros amigos y enemigos; alguien tiene que salir.

—Tienes grandes planes, ingresas con ilusión, pero ahí ya nadie te espera.

—Lo habitual, entras, te despojas de todo lo que llevabas y aún así no es suficiente… ¡hay cuevas exigentes!

—La apertura es pequeña y descubres que como único lograrás tu objetivo es forzando una entrada. El riesgo es tuyo, atente a las consecuencias.

—La apertura es normal, aunque la sequía es tremenda. Lo mejor será que traigas tu propia cantimplora.

—Cada vez que entras aseguras que vas a regresar más a menudo, y luego resulta que nunca cumples tu promesa.

—Te cuelas asustado porque sabes que últimamente has visitado otras cuevas anónimas y podrían descubrirte si te descuidas.

—El horno no está para galleticas, así que métete ya de una buena vez por todas y lleva a cabo la transacción antes de que se arrepienta la cueva. No olvides que cueva rabiosa es cueva peligrosa.

—Introduces a alguien más (tal vez hombre, tal vez mujer), bien sabes que eso no va a resultar y tal vez termines perdiendo tu cueva.

—No te agrada su aspecto enajenado ni su tacto áspero; quisieras, si pudieras, hacerle unos retoques… Pero cuando inspeccionas su interior descubres que has llegado a un sitio tibio, placentero, cómodo como la casa de la abuelita, claro que sin la abuelita.

—Tenía buen presencia por fuera, sin embargo, una vez dentro la acogida ha sido poco hospitalaria. Te sientes maltratado, humillado, abandonado, solo solito.

—Persiste un olorcito que no te convence, pero la naturaleza no se pueden cambiar… ¡tápate la nariz!

—Descubres la cueva de tu vida por pura casualidad, hecha a tu medida, con buen clima, mala iluminación (como siempre la soñaste), para ti solito, para siempre. Te enamoras a primera vista, por fin te decides, la visitas y te sorprende cuando te das cuenta de que todo allí es perfecto y que esa es la mejor cueva de la historia de las cuevas. Te instalas de manera permanente y vives tu gran final feliz.

Por Grettel J. Singer
Texto previamente publicado en Tumiamiblog, extraído del libro Mujerongas.